domingo, julio 29, 2012

En torno a la lana

EN TORNO A LA LANA.

Concluido el esquileo llega la hora de tasar la lana, pesándola por arrobas.

En caso de venderse en sucio no hay problemas, pero como generalmente se suele hacer en limpio hay que lavarla, procediendo previamente al apartado de las calidades, haciéndolo en tres partes, oficio en el que los recibidores son especialistas.

Las caídas se dejan a un lado, se aprovechan mucho mejor las del pecho y espaldilla, y por supuesto se aparta la que ha de considerarse de primera clase, la de la barriga y los lomos, como al viajero le contaba el tío Francisco el Bochonero.

Cardar la lana e hilarla es un oficio de mujeres, pero no creamos que se dedicaron a él gentes de baja cuna, también fue oficio de reinas.

Cuenta la historia que tras haber sido designado como consejero de la reina don Pedro González de Mendoza, la reina Isabel la Católica escuchó de boca del ofendido arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo, quien aspiraba al parecer al mismo cargo y se creía con mejores virtudes para desempeñarlo:

-Yo he sacado a Isabel de hilar y he de enviarla nuevamente a tomar la rueca.

La industria lanera ha sido la de mayor importancia histórica del sector textil español, por dos razones básicas, su antigüedad y el volumen de su demanda, muy superiores ambos a los de cualquier otra rama de la producción de tejidos, hasta la aparición de las manufacturas de algodón a partir del siglo XVIII.

La implantación en España del uso de la lana se remonta al neolítico, cuando los hombres comenzaron a ver en el producto una utilidad, aunque fuese como abrigo.

La España musulmana sacó rendimiento al abrigo de las ovejas, y durante siglos fue uno de los sectores básicos de la economía de toda esta tierra que actualmente pisamos.

El paño se identificó desde muy antiguo con el tejido de la lana, aquello le valió el calificativo de industria príncipe en el ámbito textil.

El proceso más común para la elaboración del paño, a partir del esquileo de la lana tiene su misterio, un misterio que al viajero le han contado con cierto tinte de orgullo al hacerlo.

Tras salir del telar el paño es despinzado, eliminándose los nudos. Desengrasado con carbonato sódico. Lavado y enfurcido.

En el batán se le da el cuerpo deseado, para ser posteriormente secado y perchado.

Se levanta el pelo de los hilos, lo que comúnmente se llama el tundido. Se iguala, se cepilla, se prensa en caliente, se decatiza, se embellece con suavizantes y brillos, y finalmente se vuelve a prensar en frío.

Según los centenares de hilos de la urdimbre, puesto que los hilos se cuentan por centenas a la hora de tejerlos, los paños se denominan catorcenos, dieciochenos, veintenos, veinticuatrenos, veintiochenos y treintaidosenos, dentro de la industria pañera. Una industria pañera extendida y organizada, que se puede empezar a reconocer y seguir en la Península desde la Alta Edad Media, debido principalmente a la numerosa cabaña ganadera, y sobre todo a la gran calidad de la lana que esta era capaz de producir, calidad por encima de la inglesa, la francesa, la holandesa o la alemana, pero todo eso ya es historia.

Un telar estaba compuesto por el bastidor, los varales, el enjulio, batientes con canales, plegador, lizas y pedales, que son lo que se conoce como cardas.

El viajero, más que en estos ingenios de los que ya van quedando en número contado, ha visto trabajar la lana a través de las ruecas, menos aparatosas a la hora de irle sacando el hilo a los vellones, y más funcionales para dejar la lana lista para ir confeccionando los jerséis, los mantones, los calcetines o las calzas, echando un punto sí y el otro no, como hacían nuestras abuelas.

Al viajero se lo contó todo, con mucho arte y cierto aire aragonés, uno de esos amigos que se conocen por el camino y a los que es difícil olvidar después. Su interlocutor se llamaba don Jacinto, y había sido maestro pañero.

Por la provincia de Guadalajara, le contó, hubo centenares de telares manuales y dos industrias de importancia, las fábricas de Guadalajara y de Brihuega.

Para la puesta en marcha de la fábrica de Guadalajara se recurrió a un grupo de artífices procedentes de Leyden, en Holanda, con experiencia en pañería de alta calidad.

Tan solo cinco años después la mayoría de aquellos especialistas se habían marchado de la ciudad, y comenzaron a producirse paños de inferior calidad que, con demasiada frecuencia, no podían ser vendidos. Por otra parte, el alto precio de las materias primas, por ejemplo las sarguetas con las que se forraban algunos paños de calidad, una operación casi ruinosa, obligaba a que los gastos se compensasen con los impuestos indirectos sobre las miles de personas que trabajaban directa e indirectamente para las manufacturas, y claro está, estas cosas dieron al traste con ella.

En 1750 se creó la sucursal de Brihuega, una localidad tradicionalmente pañera, con el objeto de aprovechar su buena mano de obra. Conseguir leña barata y sacar partido de la corriente del río Tajuña en los batanes.

En Brihuega se realizaban labores de lavado, cardado, hilado, tisado, compactado, desengrasado y tintado; mientras que en Guadalajara se procedía principalmente al prensado.

En 1757 la corona, de la que la industria dependía, consiguió que el gremio de pañeros de Madrid, uno de los cinco gremios mayores, se hiciera cargo de las fábricas de San Fernando, Guadalajara y Brihuega, en tiempos en los que la industria pañera comenzaba a decaer en España en favor de las europeas de Flandes e Inglaterra. La gestión de los pañeros de Madrid no fue proteccionista, como se pudiera pensar, de modo que tras una década de dificultades económicas y protestas de los trabajadores, el gremio no renovó el acuerdo.

Pero pese a esta situación, la pañería de calidad creció en producción, respondiendo a la demanda de una clase comercial que funcionaba perfectamente en numerosas ciudades de la Península.

-Desde tiempo inmemorial existían fábricas de tipos ordinarios de paños en Guadalajara, pero en el reinado de Felipe V empezó a labrar alguna pieza de fino un maestro de aquellas, llamado Pedro Astrúz, quien al efecto presentó al rey, en 1717, un proyecto para plantar una fábrica de paños finos como los de Holanda e Inglaterra, con veinte telares. Este proyecto fue desechado por Felipe V quien deseaba encontrar un medio para hacer cesar la dependencia holandesa, y encargó el proyecto al célebre cardenal Alberoni, quien a su vez puso sus miras para la ejecución en el no menos célebre Riperdá. Hizo venir de Holanda hasta cincuenta operarios instruidos en la fabricación de paños, y no habiéndose otorgado licencia para establecerse en una ciudad o población importante, se procedió a montar los telares en el castillo de Ateca. En Guadalajara comenzaron con 148 niños del Orfanato de Madrid, quienes al tiempo que trabajaban recibían además instrucciones de lectura y de escritura, y dos cuartos de dineros por semana, para estimularlos al trabajo. Se labraron desde su establecimiento y hasta 1724, 3.614 piezas de diferentes calidades de paños y de diversidad de colores y después se estableció en Madrid.

La de Guadalajara, se lo siguió contando don Jacinto, fue una de las más importantes de España, con 86 operarios para las telas de primera clase; 220 para la segunda y 350 para las sargas; se fabricaba anualmente por 13 o 14 millones de reales. Daba ocupación directa a 4.800 personas y procuraba la subsistencia a más de 40.000 habitantes de la Mancha y de las dos Castillas, quienes se dedicaban al hilado de las lanas que las fábricas consumían.

Por aquellos tiempos, el marqués de Langle, seudónimo de uno de aquellos escritores conocido como Fígaro, de viaje por España, escribió que gracias a la industria de los paños, los habitantes de Guadalajara tienen buenos trajes, buenos zapatos, buen aspecto y un aire de satisfacción.

El viajero aprendió de su abuela a nombrar de memoria las piezas de la rueca, rocador, caracol, soporte del huso, rueda, aleta, huso, biela y pedal.

Tomás Gismera Velasco