lunes, agosto 20, 2012

NOCHE DE RONDAS, A LA LUNA DE TORIJA

NOCHE DE RONDAS, A LA LUNA DE TORIJA


El viajero sube la pesada cuesta del castillo de Jadraque, observando el panorama manso de valles a sus pies, y cerros brumosos conforme se pierde la mirada a través del horizonte.

Asciende a través de los cerros de caliza que pintase el poeta hacía Miralrío y las Casas de San Galindo, pueblos que, desde sus alturas, se miran al valle. Los pasos le conducen a Utande, que recuerda a San Acacio a través de sus danzantes; a Muduex, que todavía hace memoria de las acometidas de un río que ahora es niño, el Badiel, y a Trijueque, que se mira igualmente en los espejos de una Alcarria que comienza a ser al trasvés de su mirada de piedra, y llega a Torija iniciada la tarde de un sábado de fines de año, cuando Torija se convierte en centro de todas aquellas rondas que un día, no queda demasiado lejano, salieron a las calles de los pueblos a rondar mozas, cantar mayos, rasgar guitarras, huesos o botellas, tintinear triángulos, golpear calderos… sonidos de ronda.

Torija, que despertó hace tiempo a los modernos y se acurruca a la sombra de otro de esos hermosos castillos mendocinos, se templa al aire de los diciembres fríos con tonos de villancico y campanillas.

Eran los tiempos, cuando alguien decidió que allá, un día cualquiera de diciembre, pudieran reunirse las rondas, en los que aquellas se comenzaban a perder. En los que la música tradicional, esa que se heredó a través de los años y los siglos, las letras del romance, del canto popular, empezaban a dormir el sueño eterno lo mismo que lo hacían ya los útiles que para el acompañamiento se empleasen.

Había quien, conforme cuentan, recordaba que con el almirez se hacía ruído, y que se rasgaban las botellas rugosas a golpe de cuchara, y del caldero se sacaba un sonido de Nochebuena…

Luego todo fue uno y ahora, el sábado último del año, cuando el viajero entra en la plaza de Torija, escucha cantos tradicionales que le recuerdan años infantiles, con sonidos infantiles y olores de infancia también.

Es tarde noche de rondas que amanecen por cualquiera de sus calles rasgando sus instrumentos y entonando sus cantos.

Aunque te vas forastera

a tus padres mira bien,

que les ha costado mucho

de verte como te ven…

La entonación del villancico escapa a través de las puertas entreabiertas de la iglesia, resbala luego por sus calles, se agolpa en una plaza trasegada de migas y de caldos; continúa, carretera adelante, entre vasos de vino y bocados de chorizo y reanuda los cantos a la luz de una luna plateada, y fría, que enciende el recuerdo del pasado y anima la página futura para que ese libro de tradiciones y memorias de todos los pueblos que fueron provincia, no se cierre.

Noche de rondas…