domingo, marzo 17, 2013

UN VIAJE A GUADALAJARA



UN VIAJE A GUADALAJARA.

Por Tomás Gismera Velasco.

   Camilo José Cela definió en su momento Guadalajara como "un hermoso país al que a la gente no le da la gana de ir", estaban entonces muy avanzados los años cuarenta, y él, con ganas o sin ellas, acudía a la provincia para dejar el retrato de su "Viaje a la Alcarria", empujado por dos entusiastas amigos, el uno de Torija, José María Alonso Gamo, y el otro de Cifuentes, Benjamín Arbeteta, ambos poetas de fina pluma.
   Pero antes y después de Cela, cuyo nombre a partir de entonces va inexorablemente unido a nuestra Alcarria, un buen número de relatos viajeros de nuestra tierra vieron la luz,  un tanto velada por los lejanos tiempos  en los que la vida romántica y bohemia del siglo pasado y los primeros años del presente, empujaban a un buen número de pensadores a esparcir su mente en busca del sosiego de nuestros pueblos y paisajes, y no sólo de éstos dos últimos siglos, también de los anteriores, quedan para la posteridad un buen número de retratos literarios de una provincia que por humilde, apenas destaca.
   Benito Pérez Galdós fué un viajero de postín por los caminos españoles, enamorado de las tierras y pueblos de Guadalajara, desde que por vez primera, como corresponsal del diario Las Cortes, con objeto de cubrir el viaje triunfal del General Serrano a Zaragoza, en 1870, el tren en el que viajaba tardó un par de días en atravesar la provincia, y se detuvo en Guadalajara y en Sigüenza, aquí para que el general saludase a un gran amigo, el obispo Benavides, que en la pluma de Galdós era "un señor muy campechano". De éste primer viaje sacó el escritor muchas y buenas impresiones.
   Veinticinco años más tarde Galdós visitaba con frecuencia la provincia y acudía, también de cuando en cuando, a descansar de largas jornadas de paseos a la medieval villa de Atienza, donde pasó agradables jornadas en la casa familiar que mis bisabuelos poseian en el barrio de Portacaballos, y en Atienza, a raíz de éstas visitas y las escenas familiares narradas al amor de la lumbre, nació uno de sus mejores personajes, el Pepe Fajardo, marqués de Beramendi, de sus Episodios Nacionales, que tanta gloria dejó en sus escritos.
   Viajero incansable fué don Miguel de Unamuno, que a principios de siglo vino a nuestra tierra para empaparse de historia el alma recorriendo la ruta del Cid; estuvo en Atienza y en los pueblos aledaños, se hospedó en la villa  en la pensión de Eustaquio Ranz, en Casa Maquinilla, desaparecida en los años cuarenta; y no menos viajero fué don José Ortega y Gasset, que partió de Sigüenza por senderos de dificil andadura al encuentro con la historia, las gentes y los pueblos de nuestra provincia.
   Don Gaspar Melchor de Jovellanos, amigo de los atencinos afincados en Jadraque, Arias Saavedra, nos legó la impresión de su recorrido por la provincia en sus "Diarios", y no menos hicieron Pascual Madoz o Leopoldo Alas, Clarin, en sus obras, como la Condesa de Pardo Bazán.
   Son relatos que nos hablan de otro tiempo y hasta casi de otra vida, aunque no tan desconocida, pues son los recuerdos que tuvieron nuestros antepasados, la vida que ellos vivieron, reflejada en su tierra madre, unida al relato literario de las grandes plumas.
   Otro  tipo de viajes quedó reflejado en la poesia, la Alcarria ha sido y es patria grande de buenos poetas y fué refugio de otros de nombre ilustre, Felipe Camino Galicia, el León Felipe universal, fué boticario en Albalate al tiempo que hilvanaba versos. Gerardo Diego, el santanderino universal, se vino a refugiar a Naharros, al pie del cerro de Atienza en 1927, y desde aqui dedicó a un atencino, Tomás Gopmez, uno de los mejores retratos versados que sobre Atienza se han escrito.
   Viajero impenitente de la Alcarria y su provincia fué nuestro Francisco Layna, y su tio, don Manuel Serrano Sanz, ellos hicieron de sus viajes otro tipo de relato, ésta vez, histórico, a través de sus plumas encendidas de leyenda hemos heredado otro tipo de pasado, el que unen la tierra con la historia.
   No hablaré de los viajeros medievales, porque sería mucho extenderme, y hasta me podría perder por los vericuetos de un ciento de ilustres relatos que hablan ante todo de esa Guadalajara capitalina, la Atenas Alcarreña a la que tanto lustre dieron los apellidos Mendoza, que fueron también gentes de viaje y pluma, desde el Marqués de Santillana hasta las últimas generaciones, porque ante todo ha sido Guadalajara, y lo sigue siendo, tierra de leyendas, muchas desconocidas o por descubrir, de paisajes nobles, como sus gentes, naturaleza y pueblos, de escritores, aunque sean de nombre familiar, y  de paso hacía otros reinos, casi un castigo para una provincia que es en sí patio de palacio real.
   Pero siempre Guadalajara es tierra amiga, de esas en las que don Miguel de Unamuno gustaba, para saciar el alma y volver a la urbe y al trajín diario con el cuerpo descansado y la mente presta.