lunes, octubre 28, 2013

ATIENZA: LA PLAZA DE SAN JUAN DEL MERCADO




   Se ha convertido, con el paso del tiempo, en una de las plazas mayores más admiradas y fotografiadas de España, pero a lo largo de su historia ha experimentado algunos cambios hasta tener la fisonomía que hoy nos ofrece.

   Pedro La Porte Fernández-Alfaro, quien la estudió en profundidad a través del Archivo Municipal, nos ofreció en su trabajo “La Plaza Mayor de Atienza en el siglo XVI”, publicado en el número 3 de Anales de Historia del Arte, de Editorial Complutense de Madrid, en 1992, una visión de cómo alcanzó su actual imagen que, junto a su historia reciente, os pasamos a contar de forma resumida.

Los orígenes.
   A pesar de que el profesor La Porte no lo confirma, y en el caso se remite a la opinión de Layna Serrano (errada en algunos aspectos), no es difícil imaginar que una buena parte de la actual estructura de la plaza de San Juan surgió de aquella ocupación de Atienza por las tropas navarro-aragonesas, con la devastadora conquista de la villa por las tropas castellanas a las órdenes de Alvaro de Luna y en presencia del rey Juan II.

   De lo que sucedió en aquellos días de 1446, da cuenta la historia. De lo que vino después dan cuenta, igualmente, los documentos. Atienza salió bastante mal parada de aquella afrenta, y quedaron en ruina mucho edificios, ante todo en la parte alta; sobre todo en el segundo y primer recinto amurallado; los más cercanos al castillo donde, como último reducto, se refugiaron las tropas al mando del capitán Rodrigo de Rebolledo.

   De aquella ruina que asoló la parte de Atienza de la que hablamos, y que con el tiempo habría de convertirse en el centro urbano actual, surgiría una parte de la estructura del callejero que hoy conocemos: calle de Cervantes (antigua de la Zapatería), Layna Serrano (antigua calle Mayor y luego de los Águila), Callejón de las Plazuelas, calle de San Pedro y, por supuesto: plaza del Trigo o del Mercado.

   Fue a lo largo del reinado de los Reyes Católicos cuando se inició la urbanización de lo que hoy conocemos como “plazas mayores”, ya que de ellos parte la idea de que en pueblos, villas o ciudades se habilite un lugar público donde se concentrase la vida de la población; lugar en el que podría haber una iglesia y, por supuesto, se habilitasen espacios para la administración civil, comercial, y en donde tuviesen lugar los  eventos culturales o festivos de importancia. Puede que no sea de esta manera la redacción de la real orden, pero si que es su esencia. Como lo es que desde entonces las plazas mayores de las poblaciones se convirtieron en lugares agradables, bien dotados de una mínima regularidad y armonía estética que propició el encuentro, el intercambio y el descanso. Al tiempo que sirvieron, y muchas de ellas lo continúan siendo, escenario para la representación del poder y la administración de justicia, para las manifestaciones de protesta y para las revueltas contra ese mismo poder y esa misma administración de justicia que en ellas se ejercía.

   En ellas se reunieron los concejos, se hicieron los bailes, las fiestas, los toros, las celebraciones religiosas de mayor importancia, y tantas cosas más.

   Lo que hoy conocemos como Plaza del Trigo, del Mercado, de San Juan, o como su placa indica, de don Bruno Pascual Ruilópez surgió pues, como la plaza Mayor de Atienza a partir de mediados de la última década del siglo XV, cuando es más que probable que surgiesen las edificaciones más antiguas, sobre solares anteriormente devastados tras la entrada en la población de las tropas castellanas, tras la aludida guerra de los Infantes de Aragón.

   Por supuesto, y como afirma el profesor La Porta, con edificaciones en su mayoría modestas y, como afirma el historiador Layna Serrano, puede que uno de los edificios más antiguos conservados de aquella época, si bien con las consiguientes reformas con las que ha llegado hasta nuestros días, sea la casa del balcón esquinado que cierra una parte de la plaza entre las calles de Layna Serrano y Cervantes, o Zapatería (en donde nos consta que residió alguno de los corregidores que pasaron por Atienza, por lo que no le viene mal lo de: Casa del Corregidor).

   El resto de edificios, en los tres ángulos de soportales, no serían en aquel entonces sino modestas casas que se vieron con el paso de los años convertidas en lo que hoy observamos.

   La plaza, mucho más reducida de lo que hoy se nos presenta, se complementaba con la iglesia de San Juan, de origen románico, como es reconocido; abierta la plaza por cada uno de sus lados por la ya citada calle de la Zapatería, la de Layna Serrano, entonces calle Mayor o Real, la de San Pedro, que ascendía hacía dicho barrio e iglesia, el arco de San Juan, que comunicaba con los extramuros de la villa, el callejón que asciende hacía el castillo, entre lo que fuese casa del Concejo y la antigua confitería y una calle, desconocida en la historia reciente que, paralela a la iglesia de San Juan, y a través de los edificios que fueron cárcel del Concejo y después central de teléfonos y oficina de correos, comunicaba con una nueva plazuela, la del Mesón, que ocupaba parte de los edificios traseros de la plaza de San Juan, y parte de lo que hoy conocemos como La Mina.

   Tras el edificio del balcón esquinado, el siguiente edificio más antiguo de la plaza correspondería al que fue casa del Concejo, frente a la iglesia. Allí, en la actual casa conocida como “de los Iturmendi”, estuvo el Ayuntamiento de Atienza hasta mediados del siglo XIX, cuando se construyó el actual edificio en la también actual Plaza Mayor, entonces plazuela de la Reina, el resto de edificaciones, algunas de ellas pertenecientes al Cabildo de Clérigos de Atienza y otras más a particulares, no serían sino meros edificios de sencilla y pobre construcción. No obstante, el edificio del Ayuntamiento comenzaría a tomar la forma con la que lo conocemos en la actualidad a partir de 1591, año en el que se tomó el acuerdo en obras que, iniciadas en 1592 se prolongarían por espacio de tres años.

   La parte en la que se levantó el nuevo edificio del Cabildo de Clérigos pertenecía en su mayoría a un tal Juan Martínez Corto quien legó o vendió sus casas al Cabildo, sobre las que se levantaría su sede, probablemente a cambio de la institución de una memoria perpetua, como solía ser habitual.

   El edificio del Concejo se levantó siguiendo la costumbre ya impuesta de dotarlo de amplios corredores en la primera planta, desde la que los miembros del Concejo pudiesen seguir los eventos a desarrollarse en la  plaza y, por supuesto, con materiales nada lujosos, es decir, poca piedra y mucha madera y argamasa, como era habitual en las construcciones de la época, puesto que la piedra, en contra de la moda actual de descarnar las fachadas para dejarla vista, no era utilizada salvo en edificios representativos como iglesias o aquellos otros que, debido a la fastuosidad de sus propietarios podían permitirse el pago de uno de los materiales más caros en la construcción, como era la piedra de cantería. De las barandas de los corredores municipale tenemos el dato de que fueron sacados a subasta pública en 1866, siendo adquiridos por un vecino de Hiendelaencina en 500 reales.

   Tras este surgirían la parte de soportales en las que se encuentra la casa rectoral de San Juan, la que ocupa el tramo que va desde la calle de Layna Serrano hasta el lugar en el que se abría el callejón que comunicaba con la plazuela del Mesón, indudablemente con menor riqueza en su construcción y, tras estos, avanzado ya el siglo XVI, lo que conocemos en la actualidad como Casa del Cabildo de Clérigos, junto a los edificios sin soportal, a derecha e izquierda, y que, al parecer, igualmente pertenecieron al Cabildo.

   El edificio central se levantó de forma semejante al ya edificado del Concejo, con corredores sobre la planta de calle desde la que los capitulares podían seguir los festejos. Corredores que, al igual que los pertenecientes al edificio del Concejo, se cerraron, tal vez para ganar espacio interior, avanzado el siglo XIX.

   La iglesia de San Juan, levantada con toda la representatividad que se la trataba de dar en lugar tan céntrico de la población, y cuyas obras se iniciaron en la misma época de la transformación de la plaza, merece capítulo aparte, por lo extenso.

   Las primeras noticias de la plaza, cuenta La Porta, son de 1529, y “a partir de 1530 ya podemos establecer una ordenación clara de los edificios que la componen, partiendo de noticias recogidas  en diferentes documentos”. Y afirma: “el nuevo palacio del Cabildo se levantó sin estrecheces económicas”.

   La decoración de los aleros está inspirada en motivos muy difundidos durante el Renacimiento.
   En el edificio del Cabildo se emplea la sillería. Las columnas de piedra en estilo dórico con los ornamentos heráldicos de la institución que ha de ocuparlos, la madera y, por supuesto, la teja en la cubierta. Las paredes, de las plantas superiores, como es lógico, madera y argamasa.

  La plaza, desde el siglo XVI a la actualidad.

   De esa manera, ya prácticamente urbanizada y con la estructura que conocemos, llegó hasta mediados del siglo XIX, cuando el Ayuntamiento se traslada a la actual Plaza Mayor en torno a 1850 y, tras la desamortización de Mendizábal, los edificios pertenecientes al Cabildo de Clérigos pasan a manos particulares, pasando a ser la plaza, como ya lo era hasta entonces, además de centro de las representaciones festivas, toros o bailes, centro igualmente del comercio de la villa, ya que en aquellos edificios que anteriormente perteneciesen al Cabildo, por uno y otro lado, se establecería una parte de lo más representativo del comercio de Atienza, tiendas de tejidos, de alimentación, etc.

   La plaza, por establecerse en ella el comercio de grano durante los días de mercado, era ya conocida como “plaza del Trigo” y, andado el tiempo, pasaría a llamarse de “Don Bruno Pascual Ruilópez”,en homenaje al político atencino que tantas cosas intentó para su pueblo. El nombre se propuso por vez primera en una cena que, en homenaje a don Bruno, tuvo lugar en el Casino de Atienza, el 12 de octubre de 1918, tras el paso por la villa de la comisión que trataba de realizar el informe del llamado “ferrocarril internacional” que uniría Madrid con París, con parada en Atienza y, como es sabido, nunca se llevó a realizar. La placa con dicho nombre se pondría un año después, en 1919, reconociendo el lugar en el que don Bruno nació, el edificio del antiguo Ayuntamiento o Concejo, puesto que su padre era Secretario del Ayuntamiento, entre otros cargos.

   La calle de la Zapatería cambió aquél nombre por el de Cervantes con motivo del Centenario del Quijote, en 1905; y la antigua calle Mayor, dejando de lado a los Águilas, pasó a ser la del “portillo de la Virgen”, que unía la plaza de San Juan con la plazuela de la Picona o de Mecenas, hasta que se la dio el de Layna Serrano.

   En la plaza de San Juan (utilizaremos este nombre por ser el más clásico), se celebraron las corridas de toros desde que en ella se centró la vida de la población hasta los comienzos de la década de 1920, cuando en un desgraciado incidente, al hundirse parte del tablado, encontró la muerte un chiquillo y varias personas más resultaron heridas.

   En la plaza se dieron mítines y en ella se ha centrado, y centra, lo principal de las fiestas del pueblo y, como decíamos, en ella estuvo el comercio.

   Puede que uno de los comercios más significativos fuese “Casa Aparicio”, que desapareció en un voraz incendió en la primera década del siglo XX, incendio que arrasó varios edificios adyacentes.  Sin olvidar la confitería La Azucena, los almacenes Robisco, o la farmacia Gallego, que ocupó el edificio del antiguo Ayuntamiento.

   Por supuesto que la actual fisonomía nada tiene que ver con aquella con la que iniciamos el relato, la del siglo XVI, pues como bien puede comprobarse a través de las instantáneas fotográficas de distintas épocas, sus edificios han sufrido considerables reformas y remodelaciones, hasta la gran obra que a partir de 1963 le ha dado la actual imagen.

   Esto es parte de la historia de una de las plazas más representativas de la Castilla que conocemos, convertida en uno de los más hermosos paisajes de nuestra emblemática Atienza.
  
Tomás Gismera Velasco