miércoles, octubre 16, 2013

ZARZUELA DE LAS OLLAS



ZARZUELA DE LAS OLLAS
 
   Zarzuela de Jadraque no pasó a la historia por sus yacimientos mineros, sino por el trabajo de sus alfareros. Unos alfareros que le dieron al pueblo un apelativo especial, Zarzuela de las Ollas, en un oficio, la alfarería, a la que en temporadas se llegaba a ocupar la mayor parte de la población.
   En ninguna parte de la provincia se podría aplicar aquel viejo cantar conocido por la gran mayoría de alfareros, mejor que en Zarzuela.
Oficio noble y bizarro,
Entre todos el primero,
Que de la industria del barro,
Dios fue el primer alfarero
Y el hombre el primer cacharro

   El viajero, a las puertas de la iglesia, bajo la campana Santa Bárbara, tuvo ocasión de conocer a uno de los últimos alfareros de la población, ya jubilado desde hacía años, que dejó su oficio como tantos más en la década de los años sesenta, cuando el plástico comenzó a suplir a las ollas; cuando la emigración comenzó a dejar solitarios los pueblos; cuando los botijos se suplieron por jarras de cristal, y cuando los quincalleros comenzaron a cambiar las viejas tinajas de barro por modernos utensilios de cinc.
   -El buen botijo, para que mantenga el agua fresca, tiene que rezumar, que sudar, que haya que tenerle con el platillo debajo para recogerle los sudores, ese es el bueno, el que se seca y no suda malo, pronto se abrirá y adiós Madrid que te quedas sin gente.
   Dos clases de botijos había, a cada uno su tiento y su tiempo. Vidriado para el invierno, y sin vidriar para el verano.
   El vidriado, al contrario que el otro, no suda. En invierno el agua se mantenía fresca sin necesidad de utilizar medios especiales.
   El viajero recuerda que en alguna ocasión, en los tiempos aquellos de ir con el cántaro a la fuente, se quedó con las asas en la mano; recuerda también que su padre o sus abuelos, a las primeras aguas le añadían unas gotas de anís, para quitar el sabor del primer barro.
   El señor Dionisio era un libro abierto en cuanto a la alfarería se trataba, y como al viajero, llegado a Zarzuela en busca de alguien que se lo contase andaba buscando precisamente su ciencia, lo escuchó con la boca abierta, porque al viajero más que hablar, le agradó siempre escuchar, porque desde siempre supo que escuchando se aprende.
   Así se enteró de que la tierra de Zarzuela es muy aparente para la fabricación de todo tipo de objetos que en un tiempo tuvieron que ver con el menaje de la casa. Cántaros, botijos, pucheros, fuentes, bebedores, tinajillas, ollas en las que conservar la matanza...
   Los cántaros son distintos, a cada uno su capacidad propia. La seis para quince litros, La bolilla para doce. El cantarillo para nueve. El simple cántaro para 2, 4, o 6 litros.
   La cazuelas variaban igualmente su tamaño en función de lo que fuesen a albergar, y lo mismo los pucheros, con una o dos asas, casi siempre vidriados en su interior. Las mantequeras, las clásicas ollas para conservar la matanza, también se vidriaban por dentro, para mantener las chichas mejor.
   La cocción puede ser a cielo abierto, para ello se coloca combustible (leña de roble) se amontonan sobre ella las piezas cubiertas de ramas o tierra y se les prende fuego; o mediante hornos de una sola cámara sin separación entre las dos cámaras superpuestas: En Zarzuela los hornos eran cerrados y comunales, alcanzaban una temperatura que llegaba a los mil grados, y para distinguir las piezas de cada uno, los alfareros tenían sus propios pinches o señales, que ponían en el asa de los cántaros o en el culo de las ollas.
   También, para cocer el barro, se debían de seguir las artes. Lo primero poner un poco de lumbre, para que las piezas soltasen la humedad y no reventasen con un excesivo calor.
   -Lo que llamábamos hacerles el temple.
   Al otro día, encender el horno. Primero dos o tres horas de temple suave, después, ya caldeado el ambiente, a toda mecha. Así quince o veinte horas, para dejarlo enfriar otras tantas; antes de sacar las piezas.
   El viajero, después de conocer todo lo anterior, hurgó entre sus cacharros, los que colecciona desde siempre, por ver aquellas marcas y las encontró.
   También aprendió que hay dos tipos de alfarería, de agua y de fuego. La de agua es la no vidriada, la usada para el acarreo, lavado y almacenamiento de agua, correspondiente también con la tinajería o cantarería en general, los botijos y cántaros.
   La segunda, la de fuego, es la barnizada para facilitar la impermeabilización; los pucheros, ollas y fuentes, que tienen un brillo especial facilitado por la capa cristalina de las arenas y cuarzos.
   La alfarería del basto, la alfarería que usaron nuestras abuelas, la que utilizaron nuestros abuelos cuando los tiempos eran de otras maneras, más sencillos y acordes los sentimientos.
   El viajero ha visto aquellos hombres rudo de manos de seda bañar los cacharros para adornarlos con unos churretones de color crema que le dan el punto final a la obra, a las orzas que, después, en la despensa, han de albergar los productos de la matanza, y ha visto las cantareras con dos o tres o cuatro cántaros enormes, que las mujeres llevaban a su cintura desde la fuente a la casa, y pucheros de todos los tamaños, puestos al fuego día tras día, hora tras hora, un mes detrás del otro.
   Después se quedó mirando, viendo cómo las mujeres entretenían el paso de las horas en hacer punto de cruz. Agrada ver a las mujeres cosiendo al tibio sol de las atardecidas. Ya no se ven mujeres cosiendo a las puertas de las casas con la frecuencia de antaño, pero si que se ven los visillos detrás de los cristales, y el viajero se imagina a un ciento de ellas tejiendo con sus agujas, con cinco los calcetines o forjando encajes o haciendo ganchillo, bolillos, hilvanando, ribeteando, zurciendo, pespunteando, sobrehilando, a punto de cruz, a festón; o bordando sobre uno de aquellos bastidores de arillos de madera sujetos entre las piernas.
   Al viajero, contemplando los visillos de encaje colgando de las ventanas de Zarzuela le vino a la memoria el tiempo aquel en el que las mujeres pasaban años y años bordando el ajuar de la novia, y las sábanas y los mantones y las cortinillas y las camisas, y cuando vestían enagua, refajo, corpiño, blusa, toquilla, mantón y pañuelo, y los cómicos pasaban por los pueblos a cambio de un buen cantero de pan y un saco de paja, y cuando por estas tierras se sembraban yeros, titos, almortas o veza que en otros lugares llaman pipirigallo, y cuando a los animales se les ponía sobre los lomos, para acarrearlo todo, artolas, amugas, palas, angueras...

Tomás Gismera Velasco