viernes, noviembre 15, 2013

DESDE LOS ALTOS DE ATIENZA (2)


El viejo autobús de los Pascuales que traía a las gentes que por la mañana habían marchado a Sigüenza subía a dar la vuelta a la plaza Mayor como torero que se asoma al albero a saludar y se escuchaba al rato su ronquido perdiéndose otra vez camino de la Sierra, para regresar al día siguiente desde Miedes y repetir la misma hazaña.

La carretera, que venía de Sigüenza y continuaba tras partir en dos el espinado de Atienza hacía los confines de la Sierra traía también, todos los días, a Gaudencio, el del correo. Y en días de cosecha, mercado y feria, a algun hombre trajeado, maletín en mano y sombrero a la cabeza que cuchicheaba cuatro cosas a la oreja del ganadero de turno. Era, al parecer, el representante del banco o de la caja de ahorros. Cuando en Atienza todavía se guardaban las pesetas debajo del colchón y no había miedo a las preferentes.

Hoy desde esos altos de Atienza la carretera que conduce a la ciudad  de Sigüenza ha perdido todos los misterios. La Sierra entera, comenzando por la villa cantada en el Poema de todos los poemas, se arrodilla a su peso. Y hay un silencio que se eterniza y adormece al paso de las tardes. Los pueblos que saliesen al encuentro de aquellos coches que llegaban de Sigüenza no esperan la visita del autobús de los Pascuales, de Gaudencio o del señor trajeado con maletín y sombrero a la cabeza.

La visión es la misma. La carretera que conduce a Sigüenza se asoma a un escenario en el que se dibujan según sean las luces, con una gama de colores que cubre todos los ocres, azules y rojizos, una catedral que apunta los dedos de sus torres al infinito vestido de garzo y en lo alto un castillo que perdió las melladuras y recompuso, como buen caballero el arnés de la montura, la cota y la celada.



Falta algo, a Atienza, a Sigüenza, a todos esos pueblos que se asoman al espinazo serrano. Falta vida a lo largo de todos los días que se asoman a las madrugadas. ¿Pero cómo recobrar aquello que se fue llevando el tiempo?

Desde los altos de Sigüenza se dibujan en el horizonte las serranías, con Atienza ocupando su cerro milenario. Son foco de atracción para el visitante que descubre el por qué de sus nombres en los romanceros. La atracción que ejercen con sus castillos oteando paisajes de la historia no necesita ser cantada. Mantener con vida la línea a la que se asoman todos esos pueblos envueltos en la bruma de la Sierra es cosa de todos. También de los responsables políticos obligados a no relegar a planos segundones lo apartado por lejano y lo humilde por lo escaso. Las serranías de Sigüenza y de Atienza necesitan mantener, al menos, la esperanza.

Pero ¿cómo mantener la esperanza cuando las instituciones oficiales parecen olvidarse de que, a ochenta o noventa kilómetros de la capital provincial, hay unos pueblos que la han ido perdiendo? Unos pueblos que han  perdido sus colegios, centros sociales, habitantes, coches de línea…

Hace años, en los comienzos del siglo XX, se culpaba a los políticos cuneros del abandono de este rincón serrano provincial. Por desgracia los tiempos no han cambiado demasiado; la mayoría de los políticos continúan siendo tan cuneros como aquellos impuestos por el conde de Romanones a los que lo único que les parecía importar del distrito electoral Atienza-Sigüenza, es que fuese abundante en codornices.  Los diputados provinciales, y nacionales, siempre han sido muy buenos cazadores de perdices y codornices; que los pueblos tengan agua corriente o colegios, o mantengan sus raíces, es lo de menos. Claro que, el conde, además de comprar votos, ponía remedios. Ahora se engatusa a los votantes con unos remedios que nunca llegarán pero mientras tanto el cunero de turno continuará, en su mullida butaca gubernamental, glosando las dichas de la tierra a la que representa, jungando al crusty crush. Y los de Hiendelaencina, si quieren agua, que recen a San Isidro… Y los de La Caballada, si quieren subvenciones, que jueguen a la lotería, y los de…  Hoy los políticos cuneros de turno que juegan al crusty crush, solo atienden, condecen y resuelven los problemas, a sus amigos. Al resto, pues mire usted…  que se entretenga jugando al crusty crush

¡Mundo, mundo…! ¡Si el conde de Romanones levantase la cabeza!


Tomás Gismera Velasco