martes, diciembre 03, 2013

“EL MONCAYO DE FOUCAULT”, de Tomás Gismera Velasco, PREMIO NACIONAL DE NARRATIVA “VILLA DE AGREDA 2013”.



   Así, más o menos, podría ser la noticia dada a los medios en la provincia de Soria. Pero habría que contar el por qué del título, y el entresijo de la obra.

   Que podría comenzar por un:  Sucedió allá por el mes de julio de 1860, cuando la gran mayoría de los astrónomos europeos buscaba el lugar desde el que observar con mayor y mejor claridad el eclipse anular de sol que tendría lugar el día 18 de ese mes y año.

   La noticia, relacionada con Atienza, se encontraba agazapada en una pequeña nota de prensa del mes de junio de aquel año, porque Atienza era uno de los lugares más propicios, por su cercanía a la corte madrileña, desde el que seguir el evento. Tan sólo sucedía que Atienza se encontraba muy lejos de todas las comunicaciones posibles y trasladar hasta la enriscada villa todo el equipo astronómico de los científicos de Francia, Austria, Bélgica, Holanda, Portugal, Italia…, a los miembros del Gobierno del reino, e incluso a la propia reina Isabel II, resultaba demasiado… complejo.




   Se barajaron varios lugares desde donde seguirlo en España, pues España era el punto de Europa desde donde mejor poderlo seguir, y en la línea de visión, además de Atienza, se encontraban el Moncayo, en Zaragoza; Sagunto en Valencia, y algunos otros lugares esparcidos en la geografía castellana, desde Santander a Valencia.

   En los días previos, y elegido el Moncayo, llegaron a su cumbre los más encumbrados hombres de ciencia: Leon Foucault, Urbain Leverrier, Hervé Faye, Karhl Brunhs, Auerbach, Villarceau… La flor y nata de la astronomía europea, en número próximo a las 250 personas, más sus asistentes, secretarios y todo el elenco de la astronomía nacional, incluidos tres o cuatro ministros, Ardanaz, Olózaga, Novella... Más de mil personas sobre las cumbres del Moncayo para observar el grandioso acontecimiento del eclipse.

   También la reina Isabel anunció su presencia, pero fue el caso de que al conocer el detalle lo hizo también el duque de Montpensier, que como sabido es se llevaban como el perro y el gato así que ninguno de los dos; la reina se fue a Aranda de Duero y el duque a Valencia.

   Amaneció el 18 de julio, con todos los ojos mirando al cielo, y todos los curas rezando en las iglesias ante lo extraordinario que estaba por acontecer. Por allá se echó el famoso edicto de que: nadie debe de temer un acontecimiento como el que se avecina; pues son habituales en los países europeos, y sucediendo en España nos iguala y hermana con los europeos…

  Pero aquella mañana, ¡ay dolor de mi dolor!, amaneció el Moncayo cubierto por un impresionante manto de niebla, y el eclipse, que debía de comenzar a eso de la 1,30 de la mañana, amenazaba con no verse…. A eso de las once, con niebla intensa, imaginarnos podemos a todo aquel tropel de científicos y astrónomos corriendo en dirección a Taracena, por ver si se podía ver algo…

   Algo vieron, desde luego. Porque desde el telégrafo de Tudela la noticia se trasladó a toda Europa, y el emocionado telegrafista hizo sus declaraciones: ¡Asombroso ejemplo del progreso de las ciencias contemporáneas (el del telégrafo), que envidiarán las futuras generaciones!

   Fue algo espectacular para toda aquella comarca que rodea el Moncayo, por la cantidad de gente que la visitó, y las leyendas que surgieron. Que hasta después de velarse el sol, dejó de llover y hubieron de hacerse conjuros y algo más, para que las nubes volviesen a derramar sus aguas, entrado ya el otoño.

   Y Atienza, ¿dónde queda? Pues también hasta Atienza estaba prevista la llegada de cumplido cortejo ministeril y empresarial. El señor don José de Salamanca, futuro marqués del mismo título, en pleno énfasis expansivo a través de su compañía de ferrocarril que comenzaba a ultimar el trayecto entre Madrid y Sigüenza, fletó por su cuenta y riesgo todo un convoy ferroviario con quince o veinte coches que fueron ocupados por los grandes industriales, nobles, ministros y altos cargos que quedaron en Madrid, con intención de acercarse lo más posible a Atienza. Ocurrió que el tren circuló más lento de lo previsto y en las cercanías de Jadraque, con la conciencia de que no llegarían a tiempo a Atienza, hizo don José descender a los invitados y a lomos de mula y de borrico subieron a los altos de Miralrío, y desde allí observaron cómo la luna copulaba magistralmente con el sol; después la comilona…

   Es la trama, y esencia, de este fabuloso trabajo que ha merecido el primer premio de Narrativa “Villa de Agreda”, con el apellido de “Turismo Medioambiental del Moncayo”, y del cual me siento doblemente satisfecho, por el contenido, y por haber podido contar lo fabuloso de esta historia. La esencia y el resultado final… dentro de la obra. Por cierto, Léon Foucault, que venía para fotografiar el eclipse y medir los radios, o algo así, no pudo hacer sus fotos después de dos días que subo y bajo cuestas, y si, volvió a llover, pero para que lloviese los pueblos de la comarca tuvieron que recurrir a… ¿San Isidro?, no….

Fabulosas las historias que suceden cerca, cuando lo desconocido nos amenaza, o creemos que nos amenaza.

Tomás Gismera Velasco