lunes, enero 13, 2014

ATIENZA: SAN ANTON TENÍA UN COCHINO



Por Tomás Gismera Velasco
 
La Cofradía de San Antón, en Atienza.
      San Antón, o San Antonio Abad, tuvo en Atienza, desde épocas medievales, una arraigada tradición a través del convento allí existente, levantado en sus orígenes extramuros de la población, frente a la antigua puerta de la Villa.

   Poco conocemos sobre los orígenes de esta fiesta en Atienza, conforme a lo anteriormente expuesto. No obstante si tenemos la certeza de que existió hasta finales de la década de 1960, una hermandad de San Antonio, dedicada a dar culto al santo en la iglesia de la Santísima Trinidad.

   Hermandad de la que participaban mayoritariamente los propietarios de ganado mular y vacuno, en su mayoría unidos a su vez desde 1929, en la llamada Comunidad de Propietarios del Toro Semental de la Villa.         


     Poco nos ha llegado de dicha “Hermandad de San Antonio”, puesto que tras su desaparición, sus libros de actas y cuentas, si es que existieron como así debió de ser, quedaron en manos particulares, desconociéndose en cuales, si bien andado el tiempo fueron entregadas a la iglesia las insignias, “varas” o tronos, correspondientes a los cargos de mayordomos y priostres, al día de hoy depositadas en el museo de arte religioso de San Gil, sección platería.   

   Si conocemos a través de uno de sus últimos priostres que la hermandad estaba compuesta por un Priostre, tres vocales y un mayordomo, y que sus actividades, como en la inmensa mayoría de las cofradías no se reducían a la celebración de la festividad del patrón de los animales, a su vez patrono de los herreros.

   Todos los terceros domingos de mes, la Junta de la Hermandad tenía obligación de asistir a misa mayor en la parroquia titular, así como el resto de los hermanos, estos pudiendo ser disculpados por razones de edad o laborales, y como cofradía, asistirse mutuamente.

   Los cargos se renovaban anualmente, y en cada una de las juntas, celebradas al cabo de la tarde, la directiva concluía la jornada con una cena en la casa del priostre, tradicionalmente judías coloradas, cordero estofado, naranjas, pan y vino.

   Del mismo modo, cada una de las veces que la junta de la hermandad salía o entraba de la casa del priostre para el tradicional “acompañamiento” o “despedida” de las insignias, tras alguna de las celebraciones, en la casa del priostre se servía a los hermanos de la junta vino, acompañado de los típicos bollos de chicharrones[1].

El cochino de San Antón.
   Como forma de ayudar a los gastos de la celebración del día, así como de los ocasionados a lo largo del año, la junta directiva entrante de la hermandad, tras el cambio de mandos en la tarde noche de la festividad del santo, solía comprar en el primer día de mercado siguiente a la celebración, una cría de cerdo, generalmente negro[2], que en los primeros días era mantenido por la directiva en la casa del priostre, sacándolo a las calles al cabo de la tarde, hasta que se habituaba a caminar solo por las calles del pueblo y regresaba a la casa de cobijo.

   Finalmente el cerdo, el cochino de San Antón, distinguido por una campanilla que a la vez que lo identificaba delataba su posición, vagaba libremente por las calles del pueblo.

   La memoria infantil lleva al autor a verlo corretear por las callejuelas de San Gil atencinas, deteniéndose ante las puertas de las casas que habitualmente le daban alimento, y regresando como si de un perrillo se tratase al oscurecer, al lugar en el que lo mantenía la hermandad.

   Dicha tradición o costumbre, soltar el cerdo por las calles y que fuese alimentado y engordado por el pueblo, por supuesto que no fue exclusivo de Atienza, ni siquiera de la provincia de Guadalajara.

    El final del cochino de San Antón en cualquier caso, y teniendo en cuenta que la celebración coincide en el tiempo con la época de matanzas, era terminar convertido en alimento de aquellos que tuviesen la fortuna de ser agraciados con la papeleta ganadora del sorteo, puesto que en el caso de Atienza, y desde los días previos a la Navidad, la hermandad, acompañada del cochino, salía a vender por las casas las papeletas de la rifa, cuyo punto final, el sorteo o “remate”, tenía lugar en la tarde de San Antonio ante las puertas de la iglesia de la Santísima Trinidad.

La fiesta de San Antón.
   Los informantes no fueron capaces de situar, dado el paso del tiempo y la edad, al cochino de San Antón durante la celebración de los oficios del santo. Todos los consultados coincidieron a la hora de situarlo en el patio de la iglesia, engalanado con lazos de colores y su identificativa campanilla, aprovechando la hermandad la celebración para vender las últimas papeletas de la rifa en los oficios de la mañana, tras los cuales tenía lugar la tradicional bendición de los animales, mulas, asnos, vacas, caballos o bueyes, que generalmente engalanados para la ocasión hacían su entrada en el patio de la iglesia, dando la vuelta al edificio, sin que esto quiera decir que rodeaban el templo como en otros lugares es costumbre, sino que entraban en el patio desde la parte posterior de la iglesia, rodeándola, como es costumbre en otras cofradías, procesiones y celebraciones que tienen lugar en dicha iglesia.

   Del mismo modo que era costumbre el que a la misa del santo se llevase pan, agua o cebada para ser bendecidos y llevarlos a los animales que no acudieron a recibir la bendición[3].

   Siendo el día del patrón, en consideración al acto, era festivo para los animales de labor; pues ese día mulas, vacas, bueyes, asnos o caballos no araban ni hacían oficios correspondientes a la época agrícola, por otro lado prácticamente nula.


La oración de San Antonio.
   Por supuesto que al término de la misa se cantaban los ya famosos “Milagros de San Antonio”, que en sus diferentes formas han llenado el cancionero tradicional:
Divino y glorioso Antonio,
Suplícale al Dios del cielo,
Que con su gracia divina,
Alumbre mi entendimiento,
Para que mi lengua cante,
Aquel milagro en tu huerto…

   Del mismo modo que, al paso de los animales se hacían las correspondientes y, en algunos casos, interesadas peticiones:
San Antonio bendito,
Guárdame el cabrito.

O bien:
Antonio bendito, por Dios te lo pido,
Guarda mis ganados con celo divino.

Y más particular todavía:
Oh glorioso San Antonio,
Lo que te vengo a pedir,
Solo tú lo puedes dar,
Y tu mano conseguir,
Que me guardes el borrico,
Y no lo dejes morir.

   Borrico que, por supuesto, podía ser suplido por mula, mulo, caballo, cerdo o cualquier otro animal necesitado de intercesión.
   Desconocemos si, en caso de necesidad, el santo acudió en su auxilio, el pastor Francisco Serrano[4] contaba que ante el ataque del zorro siempre relataba la oración de San Antonio, para que protegiese a las crías, “y algún cordero siempre degollaba la zorra”.
    El caso es que la anteriormente citada “Comunidad de Propietarios del Toro Semental de la Villa”, creó una especie de caja comunal para pagar de manera prorrateada entre todos los propietarios de ganado vacuno, cualquier res que, por enfermedad o accidente, tuviese que ser sacrificada, lo que prueba que, a pesar de la religiosidad y confianza tenida hacía el santo, siempre se dio margen al error.
   Del mismo modo que oraciones y súplicas al santo pasaron de boca en boca por tradición oral, la figura del santo y su cochino lo hicieron a los juegos y cantos infantiles, mayoritariamente femeninos en el salto de la comba:

San Antón tiene un cochino,
Al que da sopas con vino,
Y su padre le decía,
No emborraches al cochino
Pórtate bien Antoñito,
Y haz que gane el jueguecito…

O bien:
San Antón con su bastón,
A San Roque pegó un palo,
San Roque le achuchó al perro,
Y al cochino mordió el rabo.
San Antón con su bastón,
Se puso a guardar su huerto,
Y al perro de San Roque,
Tiraba las calabazas,
Que San Roque recogía,
Para llenarlas con agua…

E igualmente se cantaba:
San Sebastián fue francés,
Y San Roque peregrino,
Y lo que tiene a los pies,
San Antón, es un cochino.
San Roque tenía un perro,
Que le guardaba los pasos,
Y cuando venía el lobo,
El perro siempre ladraba.

Cantos que enlazan con las coplas de ronda serranas:
San Antón perdió el cochino,
San Roque la calabaza,
Y tú perderás el moño,
Serrana si no te casas.

Del mismo modo que pasó al refranero: “Por San Antón, brasero y mantón”, o “Por San Antón, la gallina pon”, entre otros muchos.


   La fiesta de San Antón, en Atienza, fue recuperada para el calendario festivo por la asociación de mujeres Las Hilanderas de Atienza, y con la colaboración de los vecinos, el pasado año 2008.

Tomás Gismera Velasco: San Antón y San Roque, el cochino y el boto en el folclore de Atienza, en Cuadernos de Etnología de Guadalajara. Diputación Provincial de Guadalajara. Núm. 39. Guadalajara, 2007.


[1] Parte de las grasas e intestinos del cerdo, fritas y resecadas.
[2] La figura del cerdo en el grupo escultórico atencino, es negro. El autor ha conocido cerdos negros, y blancos y negros, como “cochinos de San Antón”.
[3] En el relato de Pedro de Répide anteriormente mencionado se dice: “…bendícenos este pan –decía el grotesco rey. Y la mano sacerdotal hacía el signo de la cruz sobre el pan que el extraño monarca repartía entre los más cercanos a la hueste.
   -Bendícenos la cebada para las bestias –volvía a pedir luego.
   Y el fraile bendecía el grano de los campos que había de nutrir a los brutos, también criaturas de Dios”.
[4] Fallecido a los 88 años en 1997.