jueves, marzo 26, 2015

ATIENZA, LAS FERIAS DE SEPTIEMBRE.



ATIENZA, LAS FERIAS DE SEPTIEMBRE.

  La Atienza de 1860 distaba mucho de la que hoy conocemos en todos los aspectos. Su población se multiplicaba por seis, los edificios mantenían el sabor añejo, y a veces con aspecto descuidado, heredado de las penurias del siglo XIX y anteriores, y sus gentes, entre la desconfianza ante los avances que el siglo comenzaba a traer, y la conformidad con una vida sin demasiadas apreturas, se preparaba, en los primeros días de septiembre, para vivir un año más sus ya famosas en la comarca, ferias del Cristo.

   El pueblo estaba metido en obras, proyecto de canalización para la traída de aguas a algunas de sus numerosas fuentes con un presupuesto de algo más de nueve mil escudos, bajo la supervisión del maestro de fontanería de la villa, don José López; obras para la conclusión del nuevo edificio del Ayuntamiento, nuevo empedrado para alguna de sus calles más céntricas, e incluso como última novedad, la instalación de algunos faroles que desde la caída de la tarde, hasta la medianoche, iluminasen alguna de sus plazas con una luz oscura, alimentados con petróleo.

   Los nombres históricos de las calles permanecían en la memoria de todos los atencinos, no obstante el Ayuntamiento, que por entonces se renueva cada dos años, presidido por el Alcalde don Valentín Fernández Manrique, uno de los mayores ganaderos del partido, se había encargado de hacer la nueva división de calles y barrios, de cara a las próximas citas electorales, acordando las secciones:

   “El primer distrito comprende todos los electores insertos en las calles de dicha población, tituladas Zapatería, Aguila, Plaza del Mercado, San Pedro, Plazuela o Plaza de la Constitución, Salida, Puerta Canales, calle Real y Pozuelo, y emitirán su voto en la Casa Consistorial de dicha Atienza.

   El segundo distrito, del Hospital, comprende los electores inscritos en las calles denominadas de las Herrerías, callejuelas de San Gil, Barruelo, Corredera, Puertacaballos, ermita de Santa Lucía y Venta de Riofrío, los que emitirán los sufragios en el Hospital de esta población, situado en la calle de las Herrerías…”

   En la cárcel, en uno de los ángulos de la plaza del Mercado,  no faltan “huéspedes”, una media de catorce personas al mes pasan por sus dependencias. Al ser la cárcel del partido la inmensa mayoría de presos provienen de los cercanos pueblos del Alto Rey, y de Hiendelaencina, que día a día multiplican su población a cuenta de los cientos de prospecciones mineras que se llevan realizando desde los años 20, y aún más desde finales de la década de 1830. No faltan en Hiendelaencina, La Bodera, La Miñosa, Gascueña o Zarzuela, las riñas, alborotos o robos de todas clases, que dan con sus autores en la cárcel de Atienza, por lo que el juzgado de instrucción trabaja prácticamente a destajo para dar salida a tanta diligencia como la que tiene que atender. Y los siete miembros de la guardia civil que ocupan el cuartel de la calle Real, buscan por la comarca a los tres osados bandidos que en mitad de la noche de San Roque, por la zona de Alcorlo, han secuestrado al jefe de la explotación La Constante. El secuestrado logró escapar en un descuido, pero el juzgado de Atienza ordenó la detención de los tres desconocidos.

   La justicia actúa con toda la dureza de que es capaz, las leyes se aplican sin miramiento de edad o estado, y cualquier pequeño incidente, una tala ilegal de leñas, una riña o una descortesía a la autoridad, es penada con todo rigor. Además de la cárcel correspondiente, el condenado puede verse abocado a la total miseria, ya que en muchas ocasiones, si no le es posible costear el pleito, los gastos carcelarios y la indemnización correspondiente, todos sus bienes se sacan a subasta con un descuento del diez por ciento de su valor, descuento que aumentará en subastas sucesivas, hasta que los bienes quedan adjudicados. En ese embargo entra todo: “una sartén usada, dos vasos, tres camisas, un taburete, un espejo roto, dos cucharas de madera, un candil, tres fanegas de trigo, una carga de leña…”

   Las fiestas de San Roque, con su procesión de botos a través de las calles, y su corrida de novillos en la plaza, se saldó con apenas media docena de heridos, exaltados por el espíritu del vino barato que procedente de la Alcarria llegó a lomos de buenas mulas en los ya clásicos pellejos. Hay en el pueblo quien dice que a las tabernas llega el vino un tanto agrio, pero con mucho espíritu, porque los taberneros compran los restos de añadas anteriores. Hay quien dice, aunque no lo han comprobado, que el vino alcarreño, por malo que sea, al subir a Atienza gana en grado y calidad.

   A los atencinos, desde luego, lo que menos les importa es que la Reina Isabel se encuentre de gira por Mallorca y Barcelona.

   Comienzan a abrirse algunas mal llamadas carreteras, está presente el proyecto que ha de enlazar Atienza con Durón a través de Brihuega, y Atienza con Riaza a través de la sierra. Para los trabajos de desmonte de tierras se emplean lo mismo a hombres que a mujeres y niños. Por supuesto que mujeres y niños, aunque realicen un trabajo similar, cobran menos que los hombres. Y todavía se está pendiente en Atienza de la respuesta oficial del ministerio de las Obras Públicas para ver si es o no viable enlazar Atienza con Hiendelaencina a través del ferrocarril, en la línea que ha de prolongarse hasta la general de Madrid a Zaragoza.

   El dinero apenas corre, se paga en grano, en paja, en harina… Los médicos cobran una parte de sus honorarios en dinero y la otra en trigo y leña, y por supuesto, hay en Atienza dos clases sociales ampliamente diferenciadas, la de los simples labradores y la de los contribuyentes, los poderosos hacendados locales que gobiernan la población como si únicamente fuese de ellos.

   El otro  tiempo famoso y poderoso  Cabildo de  Clérigos, se ha reducido a la mínima expresión, aunque en Atienza todavía sirven ocho o diez sacerdotes. Las casas, parcelas, molinos o huertos que poseyó la institución han salido a subasta tras las desamortizaciones, y continúan saliendo, ya que muchos de quienes las compraron no pudieron después hacer frente al pago de las mismas. En las subastas del mes, que tienen lugar en el Ayuntamiento de la villa como cabeza de partido al mismo tiempo que en la capital de la provincia, Fernando Flores, vecino de la calle de la Zapatería se hará con unas cosas y corrales en Bustares, Isidro de la Pastora unas tierras en Somolinos, Antonio de la Fuente un terreno en Umbralejo, y Clemente López unos baldíos en Alcorlo y unas tierras en Semillas.

   El Ayuntamiento cuenta con unos cuantos empleados: dos guardas de monte, un encargado del reloj, otro de puertas, otro de aguas, secretario, y hasta encargado de las nuevas farolas.



   Las tabernas de Atienza, a pesar de todo, se encuentran bien abastecidas, para atender a los propios, y a todo aquel que llegue de fuera.

   En Atienza, oficialmente, hay tres tabernas, la de Juan Espeja, Saturnino Cabellos y Agapito Sancho; se encuentran en la calle Real y callejuelas de San Gil, pero también se puede beber en el almacén que Juan Espeja tiene cerca de la puerta de la Guerra, donde también se vende el aceite, en la de Francisco Hernando, que aparte de ser almacenista de aguardiente lo es igualmente de jabón de sebo, y en la casa de Antonio Lafuente, que es igualmente aguardentería en la plaza de la Constitución.

   Al margen de tabernas, Atienza está bien surtida de almacenes de toda clase, los más elegantes, dedicados a los tejidos, ocupan las partes nobles de las plazas del Mercado y Constitución. En ellas están las tiendas de tejidos y lienzos al por menor de Mariano Madrigal, Genaro Gomezte, Inés Pérez, Librada de Diego, Andrés Arroyo y Tomás de San Agustín. Silvestre Gallego tiene en la calle Real una tienda de jergas y alforjas, y en el barrio de Puertacaballos, la familia Lázaro tiene un almacén de cedazos en el que trabajan los hermanos Lorenzo, Francisco y Miguel. Dos cedaceros más hay en la Salida, los hermanos Ambrosio y Manuel Pérez.

   No son los únicos comercios y artesanos que se abastecen para exponer sus productos y esperar que las ventas les ayuden a pasar el invierno. La carnicería de Isidro de la Fuente, en la plazuela de Mecenas, está hasta arriba. Lo mismo que las cererías de Mariano Núñez, de la que se abastece el Ayuntamiento, así como las de Pedro Ruilópez y Simón de la Fuente.

   Leonardo Santamera, almacenista de legumbres, cuenta con el mejor producto en garbanzos y judías de toda la comarca, y las pescaderías igualmente han llenado sus almacenes, Bruno Asenjo el de pescados, sobre todo salazones, al igual que Ciriaco Medina.

   La frutería de Segundo Ruiz es la que menos abastecida se encuentra, pues que quien más y quien menos tiene algún árbol frutal del que echar mano a unas manzanas o unas peras de don Guindo.

   Blas Pérez, el calderero, no necesita almacén, puesto que es vendedor ambulante. Tampoco se ocupan demasiado en prepararse para las ferias los hermanos López, Cecilio, Juan Antonio, Plácido y Venancio. En cambio si que lo hacen Juan Remartínez, almacenista de lanas, el pizarrero Felipe Alonso, y Manuel Ruilópez, que tiene una tienda de albarcas. Antonio Asenjo, que fuera y volverá a ser Alcalde, se frota las manos pensando en sus tratos mulares, puesto que es uno de los principales tratantes de mulas del partido de Atienza.

   Todo y todos estaban preparados para que cuando sonasen las campanas, en la tarde noche del 13 de septiembre, acudir a la iglesia de San Bartolomé, las mujeres con sus reclinatorios en la mano, y los hombres detrás.

   También la iglesia se había ido preparando a lo largo de los últimos días para recibir a propios y extraños. Las mujeres, en los últimos días, se habían encargado de repintar suelos y columnas con el sobrante de la sangre de los corderos sacrificados para abastecer la carnicería de la villa, y los pobres de solemnidad, legalmente reconocidos y con autorización para ello, se apostaban a las puertas de la iglesia o recorrían la población en busca de la caridad, por el amor de Dios. Todos acudían al miserere.

   El 14 fiesta mayor, con misa matinal y baile público, al son de las gaitas o dulzainas de la zona, tarde de preparativos para las ferias y fiesta de novillos del día siguiente, y cierre nocturno a la festividad con la quema de alguno de los fuegos de artificio valencianos contratados por el Ayuntamiento. El 15, tras la misa, suelta de novillos en la plaza del Mercado, después a recorrer las plazuelas, donde se ofertaba de todo, trigos, cebada, frutas, salazones, ropas, aperos, animales….

   Las posadas del Cordón, de San Gil o de Puertacaballos, llenas de forasteros, y los corrales de mulas, ovejas, vacas… Las ferias atencinas de septiembre, del 15 al 22.

Tomás Gismera Velasco