martes, marzo 24, 2015

BELTRAN DUGLESCIN, Señor de Atienza



BELTRAN DUGLESCIN, Señor de Atienza

   Era el mayor de los diez hijos de la familia de Juana de Malemains y de Roberto Duguesclín, el que, según las primeras biografías del héroe, basadas en la tradición y en la leyenda poética que ensalzaban sobremanera al más prosaico de los caballeros franceses de la época, descendía de un rey moro, llamado Aquín, que a mediados del siglo VIII se estableció en la Armórica, donde edificó un castillo, al que dio el nombre de Glay, con el que, y el de Aquín, se formó el apellido Glayaquín, convertido después en Gleaquín, Gleasquín, Gueaclín y Duguesclín, habiendo prevalecido entre los castellanos la forma Claquín, pues Mosén Beltrán de Claquín le llama López de Ayala en sus crónicas. Agrega la leyenda que el rey Aquín, vencido por Carlomagno, huyó con tal precipitación que abandonó a un hijo de un año de edad, a quien el vencedor hizo bautizar con el nombre de Giacquín. Según otra versión, la familia Duguesclín pertenecía a la casa de Dinan, que se fundió con las de Avangour y Laval. Se cita también como tronco de la familia un tal Richer, señor del castillo de Gayclic, que vivía en la primera mitad del siglo XI.

   Pero la verdad es que el primer Duguesclín que figura en la historia es Beltrán, y que su familia debió ser seguramente modesta, pues en los siglos anteriores no hay de ella la menor noticia fidedigna. Si fuera cierto que la belleza física revela nobleza de origen o de raza, no quedaría tampoco bien parada desde este punto de vista la alcurnia de Beltrán; aquel hombre de cabeza enorme, cuerpo grande, piernas cortas, ojos pequeños, aunque de mirar vivo y penetrante, según un cronista de la época, debía muy pocos favores a la naturaleza: “Yo soy muy feo, decía, para ganarme el afecto de las mujeres; pero en cambio sé hacerme temer de mis enemigos”. Y ciertamente, su fuerza era extraordinaria, manejaba las armas con singular destreza, y no eran muchos los que le aventajaban en dureza y crueldad.

   Era el tipo perfecto de aquellos aventureros franceses del siglo XIV que vivían de la guerra y de la rapiña a favor del espantoso desorden que había provocado la guerra de los Cien Años. Muy joven, como jefe de las compañías blancas, a los dieciséis ó diecisiete años, dio ya pruebas de su fuerza y osadía, derribando en un torneo a varios caballeros. En aquella época los ingleses dominaban gran parte de Francia, y al frente de un puñado de hombres emprendió contra ellos lucha encarnizada, apelando al sistema de guerrilla, de sorpresas y emboscadas, cuyas víctimas eran siempre destacamentos aislados y escoltas de convoyes.

   Así empezó la fama militar de Duguesclín, pues tal sistema de guerra, poco conocido en Francia, contribuyó a debilitar mucho el poderío de Inglaterra en el Noroeste de aquel país. Dicen que en Vannes se sostuvo durante una noche, sólo con veinte hombres, contra 2.000 ó 3.000 ingleses. Sitiaban éstos a Rennes, bajo el mando del Duque de Lancaster, y en pleno día, y con 100 hombres escogidos, atacó el campamento, incendió las tiendas y se apoderó de un convoy de 200 carros. Le desafió un caballero inglés, famoso entre los suyos por su fuerza prodigiosa, y fue vencido por Beltrán en singular combate y en presencia de sitiados y sitiadores. Rechazados éstos en todos los asaltos que intentaron, se vieron forzados a levantar el sitio de Rennes 1357. Lo mismo les sucedió en Dinan, y también aquí el forzudo bretón venció al caballero inglés Tomás de Cantorbery que se atrevió a retarle. Como entonces la Bretaña no formaba parte de Francia, Beltrán había peleado por su propia cuenta ó al servicio de Carlos de Blois. De todas maneras, es nombrado por éste último como capitán de Pontorson y del Monte Saint-Michel además de otorgarle el señorío de La Roche-Derriere.

   Luego entró a servir al rey Carlos V de Francia y obtuvo el gobierno de Pontorson y una compañía de cien lanzas. Combatió de nuevo con los ingleses en Normandía; pasó después a Nantes, donde contrajo matrimonio (probablemante 1363) con Epifanía Raguenel (muerta en 1373), hija de Roberto III Raguenel, señor de Châtel-Oger, héroe del combate de los treinta, y de Juana de Dinan, vizcondesa de La Bellière.

   Casó después, el 21 de enero de 1374 en Rennes, con Juana de Laval (muerta después de 1385), hija del señor de Chatillón (muerto en 1398) y de Isabel de Tinteniac. Tras su viudez, en 1380, Juana de Laval casó de nuevo el 28 de mayo de 1384.

   No se conoce descendencia legítima de Beltrán Duguesclín. En cambio, Juana de Laval, por su segundo matrimonio, es el antepasado de un número incalculable de nobles y soberanos de toda Europa.

    Invadida otra vez Normandía por los ingleses, allá volvió Duguesclín y recuperó la mayor parte de las plazas de que aquellos se habían apoderado. Cuando Carlos de Blois y Montfort convinieron en repartirse Bretaña después de una guerra en que Beltrán había combatido contra el segundo, Carlos lo entregó en calidad de rehén a su rival, y como éste, terminado el plazo convenido, se negara a darle libertad, Duguesclín se escapó y se presentó en la corte del rey de Francia Carlos V, quien le nombró general en jefe de las tropas que debían reconquistar la Normandía, invadida ahora por Carlos II el Malo de Navarra. La victoria de Cocherel contra los soldados de éste que mandaba el capitán de Buch le valió el título de mariscal de Normandía y el condado de Longueville. Pero poco después, el 29 de septiembre de 1364, perdió la batalla, de Aurai y quedó prisionero de los ingleses. Libre gracias a 100.000 francos que costó su rescate, Carlos V le confió la difícil misión de librar a Francia de las grandes compañías que asolaban el país y que entonces se hallaban reunidas en las llanuras de Chalóns. Eran los días en que el hijo bastardo de Alfonso XI de Castilla, Enrique de Trastamara, reclamaba auxilios de Francia contra su hermano el rey don Pedro.
   Aprovechó esta coyuntura Duguesclín para proponer a las compañías que pasaran bajo sus órdenes a la península ibérica mediante 200.000 florines de oro, de los que dio la mitad, mal de su grado, el Papa, que en aquellos tiempos residía en Aviñón. Las tales compañías no llegaron a pelear en las tierras hispánicas, pues se volvieron a su país sin hacer nada de provecho; antes al contrario, cometieron toda clase de rapiñas y violencias, y Enrique de Trastamara, creyéndose ya rey de Castilla, las licenció pagándoles con esplendidez. Quedaron sólo Beltrán Duguesclín con sus bretones y Hugo de Caverley, que también se ausentó después con sus gentes porque, como inglés, no quiso pelear contra el príncipe Negro, auxiliar del rey don Pedro. Cuando en Nájera tomaron posiciones los ingleses, Beltrán opinó que no debía darse la batalla; los castellanos fueron de distinto parecer y se libró reñido combate en el que aquel capitaneó la vanguardia y quedó vencido y cautivo (10 de abril de 1367). Recibió la libertad mediante rescate que él mismo fijó, pues la exigua cantidad que le exigía el príncipe Negro le pareció que no guardaba relación con la importancia que tan ilustre prisionero tenía, y en 1369 se presentó de nuevo en Castilla al frente de su compañía y se unió a don Enrique en el campo de Orgaz. Poco después Enrique y Beltrán ganaron la fácil victoria de Montiel, y terminó la sangrienta lucha entre los dos hermanos, como dice el historiador Lafuente, “con un acto de perfidia y felonía” por parte de Duguesclín. Fingió éste que favorecía la fuga de don Pedro, encerrado en el castillo de Montiel, y lo atrajo a su tienda, donde le esperaba Enrique. Lucharon cuerpo a cuerpo los dos hermanos, y venció Enrique, gracias al supuesto auxilio que le prestó Beltrán. Bien recompensó al francés el nuevo rey de Castilla; antes le había transferido su condado de Trastamara, otorgándole además el ducado de Molina; ahora le dio las poblaciones de Soria, Almazán, Atienza, Deza, Monteagudo, Serón y otros lugares. Más adelante, cuando la escuadra castellana venció a la inglesa en la Rochela y aprisionó a su almirante el conde de Pembroke, que el rey entregó a Beltrán, con 100.000 francos de oro, recuperó por este precio las villas que antes le había dado.

   Al regresar Duguesclín a Francia fue nombrado condestable y renovó sus campañas contra los ingleses. Vencidos éstos en todas partes, vencido también Monfort, el rey incorporó Bretaña a la corona, y entonces los bretones trataron a Duguesclín como traidor, y hasta sus mismos amigos y parientes le abandonaron. No parece, sin embargo, que aprobase la resolución del monarca, pues llegó a infundir sospechas a éste, y aun se dice que renunció a su dignidad de condestable. Se preparaba a pasar a Castilla, a la corte de Enrique II, y habiéndose detenido ante el castillo de Randan, en el Gevaudan, que sitiaba el mariscal de Saucerre, cayó enfermo y luego murió de disentería (1380), tras haber reconquistado la mayor parte de los dominios ingleses en territorio francés. En reconocimiento a su figura, Carlos V lo hizo inhumar en la basílica de St. Denis, en la tumba de los Reyes de Francia. Su sepultura, como la de la mayor parte príncipes y dignatarios allí enterrados, fue profanada por los revolucionarios en 1793. Su corazón se encuentra en un catafalco en la iglesia de Saint Sauveur de Dinan.