jueves, marzo 26, 2015

BOTARGA LA LARGA, CARNAVAL EN GUADALAJARA



BOTARGA LA LARGA, CARNAVAL EN GUADALAJARA
Por Tomás Gismera Velasco

   Tradicionalmente el carnaval es el período de tiempo que precede a la cuaresma; durante éste se celebran fiestas populares, máscaras, comparsas, bailes, comidas y toda una serie de ritos, a veces exagerados, que anteceden al abandono de la carne, al recogimiento para la celebración de la Pascua, el silencio y el luto ante la conmemoración de la muerte del Redentor.

      El tiempo de carnaval es propicio a la realización de una serie de actos que con frecuencia tienen un ritmo violento desde el punto de vista social, tiempo en el que se invierte el orden de las cosas conformando una época de alegría, al tiempo que de confusión, que queda resumido en las siguientes estrofas de Gaspar Lucas de Iranzo:

Martes era, que no lunes,
martes de carnestolendas,
víspera de la ceniza,
primer día de cuaresma...

   Las prácticas carnavalescas conllevan una serie de acciones que a través de distintos personajes afines a éstos días, se han mantenido, como arrojar pelusa, ceniza, paja o harina, quemar trastos viejos, correr gallos, mantear animales, principalmente gatos y perros,  producir ruidos e incluso centrar las iras en un ensañamiento con determinadas personas, generalmente dispuestas para asumir el papel de víctimas, y cargar sobre su cuerpo las culpas de una sociedad que se ve de esa manera liberada.

   Se ha demostrado la identidad del carnaval con otras festividades invernales, San Nicolás, Santos Inocentes, Reyes, San Antón, Candelaria, San Blas o Santa Agueda. En todas ellas se repiten actos similares, libertades y bromas, peticiones de aguinaldos, corrida o muerte de animales..., y ante todo las máscaras. Representaciones y burlas que llevan en muchos casos la tentación, el intento de romper las normas y por supuesto saltar la barrera de lo prohibido entregándose al exceso.

   Es el caso de los Chocolateros de Cogolludo, que recorren la población en la noche del miércoles de ceniza.

  Esta peculiar representación daba comienzo con "la burla del pregón", para ello se revestían varios animales, borricos, mulas y caballos, con colchas y mantas, tratando de ser un remedo de los tratantes, feriantes y charlatanes de las ferias, de ese modo eran conducidos a la plaza, donde dos hombres, uno disfrazado de judío y el otro de cura, usando por vestimenta los cobertores de los animales y por estolas sus cinchas, con sombrero de paja y una larga vara, como signo del báculo del obispo, congregado el pueblo en torno suyo, procedía a darles "el sermón del padre Fabián".

    En Semillas se paralizaban las labores agrícolas y los hombres que se dedicaban al pastoreo se disfrazaban con pieles de animales, acudiendo al pueblo para producir el susto y la sorpresa entre sus habitantes, y así podríamos seguir con un incontable número de ejemplos.

   Por lo que se refiere al carnaval propiamente dicho, son muchos los estudios que le dan unas fechas fijas, determinadas en unos pocos días o llegando incluso a semanas, las anteriores a la Cuaresma, situando su inicio en el jueves llamado "gordo", "lardero" o de "comparsas", según las zonas, no obstante esto al menos en algunos puntos de Guadalajara, bien puede decirse que tiene su comienzo en los días posteriores a Navidad, fechas en las que hacen aparición las primeras máscaras, para terminar generalmente en las vísperas previas al Domingo de Ramos, día en el que siguen manteniéndose costumbres acordes a éstas jornadas.

   Otras localidades, especialmente de las serranías del Ocejón y Alto Rey, vieron éstos mismos personajes los días de Navidad, con anterioridad y después de la Misa del Gallo, integrando comparsas de mozos, en algunas poblaciones ha desaparecido totalmente, y en otras se ha ido ajustando a festividades diferentes, San Sebastián, San Blas, la Candelaria...e incluso fiestas veraniegas o patronales, principalmente para contar así con un mayor número de participantes o de espectadores.

   Gran importancia dentro de los actos relativos al carnaval tuvo el gallo, que en el bestiario cristiano es símbolo de la lujuria, asimilado habitualmente a la sexualidad y tradicionalmente unido al paso de las edades, por lo que se encuentra en muchos festejos, esencialmente en las fiestas de mozos y de quintos.

   El rito del gallo es por lo general sangriento, y salvo raras excepciones unido al carnaval, principalmente en dos días, jueves lardero y domingo de carnaval, también llamado "domingo de gallo" en algunas localidades, como Hita.

   En muchas poblaciones las carreras de gallos, por lo sangriento del espectáculo han sido sustituidas por carreras de cintas, en otros han desaparecido totalmente, y los que siguen manteniendo la costumbre, con ligeros matices sobre su forma original, se han recuperado recientemente, tras muchos años de silencio.

   El origen del rito del gallo pertenece al misterio de los tiempos, en Salas de los Infantes, en la provincia de Burgos, lo sitúan en la época celta. En San Bartolomé de Pinares, Avila, en la medieval. En Guarrate, Zamora, en la romana, y en Morcillo, Cáceres,  en los primeros años de la era cristiana. En Alhóndiga, en nuestra provincia, lo enlazan con la decapitación de San Juan Bautista. De donde se deduce que en cada lugar tiene su propia interpretación, más de lo que no cabe la menor duda es que en todos los casos fue asimilado a la suerte, a la superstición y a los cambios.

    Quien mataba al gallo quedaba en posesión de la cabeza, sirviendo el resto para una vez cocinado emplearlo en la merienda,  así ocurrió en Atienza hasta los años veinte, o en Trillo, Sacedón, Cifuentes, Chiloeches, y tantos otros, en los que con éste  se mezclaban gatos o perros, que metidos en cántaros, escapaban de ellos cuando eran rotos, también a garrotazos y con los ojos vendados, y a los que para evitar  carreras y zarpazos, y prolongar la fiesta, se les habían previamente metido las patas o las garras en cáscaras de nuez pegadas con pez. La voz popular, a veces alterada, terminó con alguno de éstos ritos.   Actualmente este día en los lugares en los que se sigue celebrando es festivo para los niños, que por la tarde no asisten al colegio y marchan al campo a merendar tortillas y empanadas, panecillos o tortas rellenas de chorizo, el lardero, junto al maestro del pueblo, encargado en la mayoría de los casos de llevar a buen término la celebración.

   En Hita no hace muchos años que se rescató del olvido el llamado "Domingo de Gallo", si bien con ligeras variantes en cuanto a su original forma de celebración, de la que participaban los mozos, que en muchas ocasiones, y como premio a su valentía o destreza, eran paseados a hombros por las calles del pueblo, o llevados de aquella manera a recorrer las tabernas donde continuaba la fiesta.

   En la actualidad son los chiquillos en edad infantil quienes en el palenque corren en semejante día tras el gallo o los gallos a los que se da libertad, siendo posteriormente paseado por las calles del pueblo, mostrando al vecindario que el ave en cuestión no ha sufrido daños, siempre a cambio de una "propina", con la que posteriormente se costeará la merienda.

   En Espinosa de Henares la fiesta era de las mujeres coincidiendo con el domingo de carnaval, también aquí denominado Domingo de Gallo.

   La festividad tenía en sí dos sentidos, por uno la celebración del carnaval propiamente dicho, y por el otro averiguar a través del rito las querencias entre mozos y mozas, a cambio de recibir el hombre la peor parte.

   Reunidas un grupo de solteras, llevando una de ellas un gallo convenientemente engalanado a base de lazos de colores en cuello, alas y patas, e incluso repintadas sus plumas, y atado con un cordel, mientras una de ellas lo pasea las demás se encargarán de defenderlo a garrotazos del intento de arrebatárselo de los mozos, a los que no se les permite acercarse, salvo a aquél que pretenda a una de las mozas de la cuadrilla, que recibirá por su atrevimiento la correspondiente "paliza". El gallo es así paseado y defendido a lo largo de la tarde, siendo posteriormente ocultado, pues ha de servir de merienda para las participantes en el "martes de carnaval", siempre y cuando el escondite no sea descubierto por algún mozo que "robe" el gallo.

   Y junto al gallo, y por las mismas fechas, otro animal, la cabra, o "el cabro", como es denominado el macho cabrío en Membrillera, tuvo no menor importancia a la hora de hacer de éstos unos días de alegre diversión.

   La celebración se perdió a raíz de la emigración, concretamente en 1955, si bien ha sido recientemente recuperada, con ligeras variantes en cuanto a forma y fecha, antes de su desaparición  tenía lugar la representación en los días  previos a la Navidad, en la actualidad se celebra por el mes de octubre, y mientras en aquella fecha el "cabro" era sacrificado, ahora es devuelto intacto a su propietario, ya que a falta de animales de éste tipo en la población, suele ser alquilado en algún pueblo comarcano.

   De cualquier manera la fiesta consistía en revestir lujosamente a un macho cabrio, que era paseado por las calles del pueblo convenientemente engalanado con mantas de borlones rojos, campanillas y un espejo entre los cuernos. Tras la ronda, que solía durar varias horas, el animal era sacrificado. La noche del 24 de diciembre se comía la asadura y el resto se dejaba para guisarlo con patatas los días 25 de diciembre y 1 y 6 de enero.

   Antes la cena congregaba a toda la juventud, que era dirigida por un "alcalde de los mozos", que ordenaba el orden correspondiente, imponiendo multas entre risas y veras, costumbre que sigue manteniéndose, aún meramente representativa, que consiste  en que al concluir la ronda, y llegada la hora de la cena, en la plaza de la localidad se dibujan dos círculos, el uno pequeño en torno al cual se sitúa el caldero de las patatas y el de la carne, preparada en caldereta, no la del cabro, como ya antes indiqué. En el círculo más amplio se colocan los comensales, que han de ir prevenidos de su correspondiente pan, cuchara o tenedor y por supuesto vino. Ambos círculos son divididos en cuatro cuadrantes y en cada uno de ellos se sitúa un llamado "alguacil", que es a su vez el responsable de la cobranza de las multas que se puedan imponer a los comensales si éstos no cumplen las normas dictadas por el "alcalde", que es en sí un eje central dentro de la fiesta, pues es quien ordena comer o dejarlo de hacer, quien manda hablar a uno o callar a los otros, quienes han de pedirle el correspondiente permiso. Es igualmente quien comienza y concluye la cena, y quien dice lo que se ha de comer, "blanca", patata, o "negra", carne. Las multas que se imponen, en pequeñas cantidades, se emplean en pagar posteriormente la cena.

   Costumbre similar había en Semillas, donde eran las mujeres las encargadas de buscar la "machorra" más hermosa entre los rebaños, una cabra inútil para ser madre, que era sacrificada y guisada para servir de cena comunal mientras a su alrededor evolucionaba "la vaquilla", un personaje disfrazado de éste animal, al igual que en otras poblaciones, esencialmente serranas.

   En Ruguilla, de similar característica, tenía lugar la fiesta aquí denominada "de los aguinaldos de Santa Agueda", teniendo igualmente como eje central un macho cabrio, en una festividad propiamente de los mozos, dirigidos igualmente por un "alcalde" y varios "concejales",  una de las escasas fiestas dedicadas a Santa Agueda, de las que participaban prácticamente  los mozos y jóvenes del pueblo, encargados a su vez de invitar a las mujeres, éstas a su vez invitaban a los mozos a la comida del gallo el martes de carnaval.

   El carácter de agravio e injuria del carnaval queda reflejado en la provincia en dos ejemplos, "La Carta Candelas" y "El Ahorcado", de ellos es éste último el más llamativo e incluso cruel, seguido en otros puntos de la península y en la actualidad prácticamente desaparecido.

   Este ensañamiento, por extraño que resulte, también se ejecutaba en ciudades populosas. En Oviedo, por ejemplo, se elegía  entre los pobres e indigentes el personaje en cuestión, que cubierto de andrajos era paseado por las calles, cayendo sobre él toda clase de desperdicios, para terminar la función arrojándolo a una alberca, un pozo o un charco de agua sucia.

    Sin embargo éstos rituales, que hoy podemos considerar exagerados y sin sentido, por supuesto, eran comunes en los pueblos primitivos  englobados dentro de las denominadas purificaciones.

   Estas eran de dos clases, generales y particulares o extraordinarias y ordinarias.
   Las generales  ordinarias se practicaban cuando en una asamblea antes del sacrificio, un sacerdote después de haber mojado una rama de laurel o un tronco de verbena, planta sagrada para los celtas, en el agua lustral, hacia la aspersión al pueblo.

   Las purificaciones generales extraordinarias se verificaban en las épocas de peste, hambre o calamidad pública. Entonces éstas purificaciones eran crueles, especialmente en el pueblo griego. Para llevarlas a cabo elegían a aquél de los habitantes de la ciudad que tenía peor aspecto y destacaba por su fealdad o deformaciones y lo conducían con pompa triste y fúnebre al lugar del sacrificio, donde era inmolado y quemado, arrojando sus cenizas al mar.

   En Mandayona el sujeto elegido, y dado su conformidad para ello, era mantenido a expensas del pueblo durante la semana previa a la celebración de la festividad de la Virgen de la Paz, 24 de enero, día en el que era paseado por las calles de la población sobre unas parihuelas, recibiendo los insultos e improperios de la comparsa acompañante, que iba a grandes voces dando cuenta de la sentencia de ejecución:

"Pobladores de la villa,
venid a oír la sentencia
que ha dictado la justicia.
Por mangante y por tramposo,
por mujeriego y bribón,
del holgazán se ordena su ejecución".

   De aquella manera llegaban hasta la plaza, donde con gran pompa era manteado y posteriormente se procedía a su "ejecución", simulando su ahorcamiento del árbol central, mientras la comparsa acompañante solicitaba de los presentes un donativo para mantener a la viuda y a los hijos del "ejecutado". La costumbre fue suprimida tras la guerra de 1936, si bien permanece en el recuerdo de un buen número de sus pobladores, y en las coplillas que de aquella tradición se dedicaron: 

El viejo olmo se secó,
no habrá ya más ahorcados,
que son ya los tiempos pasados,
y todo en historia se quedó.