miércoles, marzo 25, 2015

COSTUMBRES GANADERAS DE ATIENZA



COSTUMBRES GANADERAS DE ATIENZA
Por Tomás Gismera Velasco

   A lo largo de varios siglos, uno de los pilares básicos de la economía atencina estuvo basado en la ganadería. Vacas, mulas, ovejas y en menor número cabras, formaron parte de la economía en muchos casos de subsistencia de la sociedad rural, que comenzó a desaparecer mediado el siglo XX, hasta quedar reducida al día de hoy a una mera representación de apenas tres o cuatro centenares de ovejas distribuidas en dos o tres rebaños.

   No obstante, a pesar del fuerte retroceso que la sociedad ganadera experimentó con motivo de la emigración iniciada en la población apenas iniciada la posguerra, en 1939, la ganadería estaba ya en pleno retroceso desde que mediado el siglo XIX se acordase la roturación de lo que fueran las dos grandes hábitat para la ganadería atencina, la dehesas comunales de La Bragadera y La Parrancana, dehesas pobladas de roble, encina, carrasca y jara, para dedicarlas al cultivo del cereal, entendiendo que este sería más productivo que la ganadería.

   Retrocediendo al tantas veces estudiado Catastro de Ensenada de 1752, podemos establecer el número aproximado de cabezas de ganado que en aquella época se contabilizaban en Atienza, distribuidos en vacada, cabrada, muletada y porcada, además de los rebaños de ovejas.

   Correspondían a la vacada 98 cabezas para labor y 177 cerriles, destinadas a carne y cría[1].
    Mayor número fue el de ganado equino, 59 mulas de labranza, 181 machos para arriería; 182 machos cerriles para trato y recría, 43 yeguas y caballos de labor y 6 de cría, y 229 asnos de cría y labor.

   No olvidemos en este punto que Atienza, hasta mediado el siglo XX, fue un punto importante en la cría y venta de mulas junto a poblaciones como Maranchón o Madrigal.

   El cabrío ascendía a 1.687 cabezas organizadas en cinco cabradas con sus respectivos pastores. Nada se dice del número de cerdos, si bien componían una porcada que debió de ser importante, puesto que el guarda de la misma tenía un salario que en la mayoría de los casos doblaba al del resto de los pastores o guardas de ganado, lo que da cuenta de su importancia.

   En cuanto al ganado lanar las cifras son de 14.660 cabezas de ovejas merinas y 2.085 de churras, si bien presumiblemente el número fuese mucho mayor, ya que en tierra de Atienza pastaron rebaños del obispado, así como de otros grandes propietarios poseedores de ganado trashumante.

   La mayor parte de ellos, a excepción de cerdos y cabras, pastaba en las dehesas anteriormente reseñadas, La Parrancana y La Bragadera, así como en los montes comunales del Marojal y Valdelacasa. Ambas dehesas contaban con un estricto reglamento para el uso y disfrute de pastos:

   “En cuanto a la dehesa, Atienza consiguió acotar en 1532 como tal, con el nombre de la Parrancana, una parte del monte cuya explotación debería regirse por las Ordenanzas dadas al efecto por el emperador; más adelante, en 1584, bajo Felipe II, también se veda el monte de Valdelacasa, con oposición de la Mesta. El mismo monarca otorga en 1595 nuevas ordenanzas para la conservación del pasto de la dehesa del monte y de otras nuevas tierras adehesadas en La Bragadera y Valderrabido, que forman desde entonces unidad con aquella.

   Establecen las ordenanzas que sus pastos quedasen para el aprovechamiento exclusivo del ganado de labor, negando absolutamente el uso en periodo de veda, desde el 1 de febrero hasta que la hierba estuviese crecida. Desde San  Martín, primero de noviembre, se autorizaba la entrada del vacuno de recría, pero en ningún caso el lanar y cabrío, excepción hecha de los carneros para la carnicería. El resto del terreno del monte si quedaba abierto al lanar, cabrio y vacuno de todas clases, incluso de recría, pero de este hasta un máximo de doce cabras por vecino[2]”.

   La totalidad del terreno acotado podía rondar entre las 700 y las 1.000 hectáreas de terreno, vigilado por dos guardas pertenecientes al concejo, ambos con residencia, si no fija al menos eventual, en las propias dehesas, para los que se levantó en un cerro intermedio lo que comúnmente se denomina “la cabaña”, edificación circular de piedra unida por argamasa que compone uno de los edificios de la arquitectura civil más curiosos y desconocidos de Atienza, y que ha llegado a nuestros días gracias al celo de sus actuales propietarios, herederos de Bernabé Gismera San Clemente, que lo mantienen en su estado prácticamente original.

   Dado lo curioso y desconocido de su edificación, única en la zona, detengámonos un momento en ella para dar sus datos: 16 metros de circunferencia, cuatro de alzada máxima y 70 centímetros de grosor en muro; construido en forma cónica con salida de humos en su cima. Puerta igualmente cónica abierta a oriente y tres miradores a norte, sur y este.

   Desde el cerro, actualmente denominado de “la cabaña” se domina todo el terreno que formaron las dehesas y, como curiosidad última, en sus muros se situaban las cruces de cera que con ocasión de la bendición de campos, en la festividad de la Cruz de Mayo, se distribuían por los campos para la protección de las cosechas.

   Los límites de la amplia dehesa quedan fijados “desde la entrada de la villa, donde dicen el Cañizal y la Vega, el Recuero y Carboneras y Ocinillo y el Majano y cuesta de Valgrande, como va subiendo a la Peña del Pozo y con Valderrabido y Majadahonda el río adelante del cerro de las Peñas hasta llegar a la Punta de las Fuentes, en lo que llaman lo nuebo, por el camino arriba hasta los guertos”.[3]

   La dehesa comunal terminaría por roturarse definitivamente en 1874, para ser repartida entre los vecinos.

   A pesar de ello la ganadería y aprovechamiento de pastos comunales en los montes del antiguo Concejo, Marojal y Valdelacasa continuará como antaño, si bien el número de cabezas de ganado experimentó cierto retroceso en cuanto a lanar y caprino, si bien se mantienen vacuno y equino.

   Desaparece la porcada a comienzos del siglo XX y las cinco cabradas se reducen a una que, junto a la muletada y la vacada, serán las que disfruten del aprovechamiento de los pastos.

   Cada uno de estos tres rebaños comunales, por llamarlos de forma comprensible, contaba con su propio guarda o pastor, pagado por los propietarios de los ganados a guardar, quienes a su vez formaron lo que bien podría denominarse una comunidad, compuesta por una junta rectora de elección anual, encargada de dirimir las cuestiones relativas a la entrada de animales en los diferentes rebaños, así como la contribución anual y pago de sus emolumentos al guarda correspondiente.

   Pasaremos por alto las referencias a cabrada y muletada, puesto que no tenemos conocimiento de documentos escritos en cuanto a su organización, sus acuerdos eran generalmente verbales, con una serie de costumbres establecidas: la salida de cabras al campo por la mañana y retorno al pueblo al atardecer, entre San Miguel y San Pedro, y salida, entre San Pedro y San Miguel por la tarde, para regresar a la mañana siguiente.

   Es decir, en la época de mayores calores la cabrada era sacada a pastar por la noche. En época de frío por el día. Semejante orden de salidas y entradas tenía la muletada, si bien durante el verano, concluida la siega y abierta la rastrojera, aquellos animales que no eran empleados en labores agrícolas podían permanecer en el campo.

   La vacada en cambio pasaba medio año, desde “la salida al verde”,  por Santa Quiteria, en el mes de mayo, hasta los santos, en el monte, y desde los Santos a Santa Quiteria hacía su salida diaria por la mañana para regresar por la tarde.

   Sus propietarios se asociaban en la misma forma que lo hicieron los de cabrada y muletada, con idénticos fines, no obstante al decidir adquirir en comunidad un toro semental para el uso comunal, se asociaron en Comunidad de Propietarios, estableciendo un Reglamento propio gracias al cual conocemos al día de hoy las costumbres que rigieron la vacada a lo largo del siglo XX, hasta su extinción en la década de 1970, y que por su curiosidad transcribimos textualmente:

   “Reglamento por el que se rige la Comunidad de Propietarios del Toro Semental de esta Villa de Atienza, desde el día 13 de mayo de 1929, y es el siguiente:

   Primero: Todos los ganaderos que posean vacas, siendo partícipes o copropietarios del Toro Semental, quedan obligados al pago de la alimentación de dicha res, desde el primero de mayo de cada año hasta igual fecha del año siguiente.

   Segundo: Quedan obligados a pagar la cuota que corresponda desde su entrada en adelante, y si algún partícipe se negase, quedará excluido de la Comunidad, perdiendo la participación de dicha res, y su ganado no será admitido en la vacada.

   Tercero: Si algún vecino de esta villa compra una vaca a otro vecino de la misma, queda obligado al pago de la alimentación del toro el que la posea en la fecha del pago.

   Cuarto: Se acuerda por unanimidad de los ganaderos copropietarios que si la junta directiva acuerda vender el toro, puede disponer aquella el llevarlo a las ferias en caso de no haber rematante en esta localidad y serán pagados por la sociedad los gastos que se originen con motivo del traslado y la venta.

   Quinta: Si alguna res de las que van a la vacada acometiera al semental, el vaquero dará cuenta inmediata de ello, y en tal caso no se admitirá aquella res.

   Sexto: Los ganaderos de vacas de leche que se han negado a pagar el escote de adquisición del toro, si solicitasen en algún tiempo utilizar este semental, habrán de abonar la cantidad de cien pesetas, y se hace constar haberse negado al mencionado pago los vecinos de esta villa Tomás Arias, Pedro Loranca, Blas Esteban, Teresa de la Vega, Antonio Ruilópez y Carmen Gómez.

   Séptimo: Los vecinos que soliciten en algún tiempo utilizar el semental no teniendo participación en el mismo habrán de pagar la cuota ordinaria de cincuenta y tres pesetas.

   Octavo: Si algún ganadero forastero solicitara utilizar el toro para sus reses, habrá de abonar la cantidad de cincuenta pesetas por cada vaca.

   Noveno: Al fallecer un copropietario del toro, la participación pasará a la viuda, y en su defecto a los hijos, siempre que aquella o estos constituyan la misma familia que su propietario partícipe, pues en otro caso se pierde la parte y queda a favor de la comunidad, entendiéndose por la misma familia cuando la viuda sigue en la misma casa sin cambiar de estado, o los hijos huérfanos continúan administrando aquellos intereses en común”[4].

   A continuación se relación los partícipes de dicha comunidad en una relación que comprende 81 copropietarios del toro, a su vez propietarios de 108 vacas que entonces componían la vacada atencina.
   La manutención del toro semental se subastaba entre los copropietarios recibiendo aquel que lo mantenía en sus cuadras una asignación para su alimentación:

   “A Lucía Muñoz, por la manutención del toro en 1946, 800 pesetas”.
   No consta en los primeros años la asignación que se da al vaquero, quien recibe una gratificación anual de cinco pesetas, una botella de anís el día que las vacas “salen al verde” por vez primera en el año, como ya se dijo por Santa Quiteria. Puede llevar a la vacada sus propias reses sin pagar cuota, y recibe una compensación en grano de treinta fanegas de trigo, cinco de centeno y diez de cebada.

   La junta directiva estaba compuesta por un presidente, un secretario y tres vocales que anualmente rinden cuentas a 30 de mayo:

   “La junta directiva presenta la cuenta de ingresos y gastos habidos desde mayo de 1946 a mayo de 1947, según se detalla a continuación:
      Cargo:
      Saldo a favor de la sociedad que quedó del año anterior:                   20,50
      Por cuotas de 114 vacas a 18 pesetas                                                  2.052
      Por cuota de entrada de Carmen Gómez                                               100
      Por cuota de entrada de Luis Somolinos                                                 53
       Por cuota de una vaca que han traído al semental                            30
                 Importe de cargo                                                                         2.255,50
       Data:
       Por la manutención del toro a Julio Vega              2.090
       Al vaquero en concepto de gratificación                     20
       Por tres bandos                                                                  15
       Gastos de cuando se pajó al toro                                  13
       Gastos durante la cobranza                                          20
       Gastos del reparto                                                           12
       Importa la data                                                          2.170

   El toro cambiaba cada dos o tres años, adquiriéndose uno nuevo en las ferias cercanas y vendiéndose o subastándose el viejo.

   Curiosamente el que se adquiere casi siempre tiene un valor inferior al que se vende: 4.200 pesetas costó el de 1948,  mientras que se vendió por 5.300 el anterior, comprado en 1945 por 4.250 pesetas. A su vez, el adquirido en 1948 es vendido en 1950 por 5.180 pesetas. El que se adquiere cuesta 7.900 que a su vez se vende por 7.060 para adquirir otro, en 1953, por 6.688.

   La diferencia entre venta y compra se reparte en proporción entre los ganaderos copropietarios.
   Queda reflejo de que los 121 copropietarios del toro, a mes de mayo de 1939, decidieron regalarlo a las tropas del ejército que permanecieron en Atienza durante la guerra civil; el toro salió de la casa de quien entonces lo “pajeó”, Juan Velasco Marina, para ser sacrificado en el matadero municipal de Atienza por el matachín local, Bernabé Gismera San Clemente, y ser posteriormente trasladado a Guadalajara.

   Paralelamente a la copropiedad del Toro Semental, la junta de la vacada formó lo que llamó “un seguro mutuo” destinado a la valoración o tasación de las reses integrantes de la vacada, para que en caso de muerte de cualquiera de ellas fuese pagada en forma prorrateada entre todos los integrantes de la comunidad, de manera que el propietario del animal accidentado no asumiese en su totalidad la pérdida, que por otra parte podía acarrear la ruina familiar.

   Para ello se establecieron tres categorías, según edad y estado de las reses; valoración que se efectuaba el día que “salen al monte”, en el llamado Prado del Tejar.

   Estas tasaciones nunca fueron de la total conformidad para los copropietarios pues a mayor tasación mayor importe tendrían que abonar como cuota a partir de ese momento, y a menor tasación menor lo recibido en caso de desgracia. Sin contar que, en las tradicionales rivalidades vecinales se entendía como una especie de deshonra que la vaca propia fuese tasada en menor cantidad que la del vecino[5].

   “Valor asignado a las reses acogidas al seguro mutuo para 1971:
   El valor asignado es de 15.000 pesetas las de primera; 13.000 las de segunda; 11.000 las de tercera y 2.500 los chotos, por lo que corresponde pagar 260 pesetas de cuota a las de segunda clase, 300 a las de primera y 220 a las de tercera”.

   Por otro lado, cuando la vaca tenía que ser sacrificada por algún accidente sufrido, y su carne podía ser aprovechada, vendiéndose a algún carnicero, su importe, habitualmente inferior a la valoración real efectuada por la junta, se descontaba de la parte que a cada cual correspondía pagar:

   “Se baja del importe que corresponde indemnizar, lo que pagó por la carne Juan García, de Sigüenza, y que ya fue entregado al propietario, que son 6.870 pesetas, por lo que habrá de repartirse entre todos el importe restante, al ser vaca de primera, y que son 6.130 pesetas”.

   Des mismo modo, a partir de 1960 al vaquero se le asigna un salario fijo, más un complemento en grano. En 1972, última anotación, serán 750 pesetas y tres medias de trigo por res. Ese año el vaquero recibió un salario anual de 40.500 pesetas, más 162 medias de trigo. En 1972 quedaban en Atienza 54 vacas integrantes de la vacada, que, por esos años, y mes a mes, fueron mermando hasta su completa extinción.

Vocabulario de la vacada:
   Cuentas del año 1927:
   Por tres bandos para la Junta General, 6 pesetas.
   La junta general se reunía al menos tres veces al año, una con motivo del cambio de directiva. La segunda con ocasión de la salida al monte de los animales, para proceder a su tasación. La tercera para recibir a los animales cuando estos, pasado el estío, regresaban a invernar al pueblo. Las notificaciones a los propietarios se hacían a través del pregonero municipal y los correspondientes bandos públicos que este se encargaba de transmitir por las calles.

   Cuentas de 1934:
   De cuando se pajó al toro, 9 pesetas. (En otros años se apunta pajeó o empajó)
   Anualmente, con ocasión de la junta general, se subastaba entre los copropietarios el derecho a mantener al animal en sus cuadras, lo que dieron en llamar empajar, pajar o pajear. El propietario de la cuadra recibía una cantidad para su manutención, teniendo que encargarse a mantenerlo en su casa durante el invierno. En los últimos años, al no asistir ningún copropietario a la subasta, ya que al parecer resultaba más complicado mantenerlo en las propias cuadras, por el riesgo que en ocasiones suponía tener un animal de semejantes características en la casa propia, la junta optó por alquilar unas cuadras donde permanecería mientras se encontraba en la población, encargándose de atenderlo el propio vaquero.

   Gastos de 1941:
   Por alboroque de vender el toro 5 pesetas.
   Por alboroque de comprar el toro, 5 pesetas.
   Fue costumbre a lo largo del tiempo, que quienes acudían a las ferias, a comprar o vender, como forma de cerrar el trato se reuniesen en cualquier taberna, ante una jarra de vino y unos escabeches. Estos gastos, que en algunos momentos llegan a sobrepasar las cien pesetas, cantidad bastante importante para los tiempos a los que nos remontamos, eran pagados por la junta, del mismo modo que pagaban el traslado, la estancia y el regreso, aunque fuese en un “carro desde Angón”, (1952).

   Gastos de 1951:
   Una botella de anís y unas galletas según la costumbre del día que las vacas salen al monte, 30 pesetas.
   Como antes se dijo, el día en el que por vez primera las vacas salían al monte, donde permanecerían durante el estío, la junta directiva se reunía en el Prado del Tejar para tasar los animales, tasación a la que asistían el resto de propietarios, llevándose una merienda que tomaban en el lugar. Al término de la tasación, y como forma de cerrar los tratos, se tomaba una copa de anís acompañada de unas galletas de las “llamadas de vainilla”.

   Del día de la rastrojera, 5 pesetas al vaquero.
   Por lo general, los propietarios de vacuno no veían a sus animales desde que salían del pueblo, hasta su regreso, salvo en ocasiones contadas. Para que los mismos pudiesen comprobar su estado, al menos una vez por temporada el vaquero traía la vacada a “sestear” a las proximidades de la villa, una vez se habían concluido las tareas de siega y acarreo, autorizándose por la hermandad de agricultores y ganaderos el aprovechamiento de los rastros, “la rastrojera”.

   Como tantas otras costumbres, la sociedad ganadera de Atienza desapareció con el tiempo, si bien dejó un ejemplo de corporativismo en años en los que la economía resultaba difícil de equilibrar.
(En “Cuadernos de Etnología y Folclore. Diputación Provincial de Guadalajara”.


[1] Antonio López Gómez: El Catastro de Ensenada de 1752. Madrid, 1990, Introducción.
[2] Antonio López Gómez, en obra citada, pág. 26 Dichas ordenanzas se transcriben íntegras en “Historia de la Villa de Atienza”, de Francisco Layna Serrano. Madrid, 1945, págs. 258-262, y 572-576.
[3] Francisco Layna Serrano, obra citada, página 263.
[4] Libro de actas y cuentas de la vacada de Atienza.
[5] Quiere ello decir que si se tasaba a la baja el propietario quedaba disconforme, por rivalidad; si se hacía al alza, por economía.