COSTUMBRES GANADERAS DE ATIENZA
Por
Tomás Gismera Velasco
A lo largo de varios siglos, uno de los pilares
básicos de la economía atencina estuvo basado en la ganadería. Vacas, mulas,
ovejas y en menor número cabras, formaron parte de la economía en muchos casos
de subsistencia de la sociedad rural, que comenzó a desaparecer mediado el
siglo XX, hasta quedar reducida al día de hoy a una mera representación de
apenas tres o cuatro centenares de ovejas distribuidas en dos o tres rebaños.
No obstante, a pesar del fuerte retroceso
que la sociedad ganadera experimentó con motivo de la emigración iniciada en la
población apenas iniciada la posguerra, en 1939, la ganadería estaba ya en
pleno retroceso desde que mediado el siglo XIX se acordase la roturación de lo
que fueran las dos grandes hábitat para la ganadería atencina, la dehesas
comunales de La Bragadera y La Parrancana, dehesas pobladas de roble, encina,
carrasca y jara, para dedicarlas al cultivo del cereal, entendiendo que este
sería más productivo que la ganadería.
Retrocediendo al tantas veces estudiado
Catastro de Ensenada de 1752, podemos establecer el número aproximado de
cabezas de ganado que en aquella época se contabilizaban en Atienza,
distribuidos en vacada, cabrada, muletada y porcada, además de los rebaños de
ovejas.
Correspondían a la vacada 98 cabezas para
labor y 177 cerriles, destinadas a carne y cría[1].
Mayor número fue el de ganado equino, 59
mulas de labranza, 181 machos para arriería; 182 machos cerriles para trato y
recría, 43 yeguas y caballos de labor y 6 de cría, y 229 asnos de cría y labor.
No olvidemos en este punto que Atienza,
hasta mediado el siglo XX, fue un punto importante en la cría y venta de mulas
junto a poblaciones como Maranchón o Madrigal.
El cabrío ascendía a 1.687 cabezas
organizadas en cinco cabradas con sus respectivos pastores. Nada se dice del
número de cerdos, si bien componían una porcada que debió de ser importante,
puesto que el guarda de la misma tenía un salario que en la mayoría de los
casos doblaba al del resto de los pastores o guardas de ganado, lo que da
cuenta de su importancia.
En cuanto al ganado lanar las cifras son de
14.660 cabezas de ovejas merinas y 2.085 de churras, si bien presumiblemente el
número fuese mucho mayor, ya que en tierra de Atienza pastaron rebaños del
obispado, así como de otros grandes propietarios poseedores de ganado
trashumante.
La mayor parte de ellos, a excepción de
cerdos y cabras, pastaba en las dehesas anteriormente reseñadas, La Parrancana
y La Bragadera, así como en los montes comunales del Marojal y Valdelacasa.
Ambas dehesas contaban con un estricto reglamento para el uso y disfrute de
pastos:
“En cuanto a la dehesa, Atienza consiguió
acotar en 1532 como tal, con el nombre de la Parrancana, una parte del monte
cuya explotación debería regirse por las Ordenanzas dadas al efecto por el emperador;
más adelante, en 1584, bajo Felipe II, también se veda el monte de Valdelacasa,
con oposición de la Mesta. El mismo monarca otorga en 1595 nuevas ordenanzas
para la conservación del pasto de la dehesa del monte y de otras nuevas tierras
adehesadas en La Bragadera y Valderrabido, que forman desde entonces unidad con
aquella.
Establecen las ordenanzas que sus pastos
quedasen para el aprovechamiento exclusivo del ganado de labor, negando
absolutamente el uso en periodo de veda, desde el 1 de febrero hasta que la
hierba estuviese crecida. Desde San
Martín, primero de noviembre, se autorizaba la entrada del vacuno de
recría, pero en ningún caso el lanar y cabrío, excepción hecha de los carneros
para la carnicería. El resto del terreno del monte si quedaba abierto al lanar,
cabrio y vacuno de todas clases, incluso de recría, pero de este hasta un
máximo de doce cabras por vecino[2]”.
La totalidad del terreno acotado podía
rondar entre las 700 y las 1.000 hectáreas de terreno, vigilado por dos guardas
pertenecientes al concejo, ambos con residencia, si no fija al menos eventual,
en las propias dehesas, para los que se levantó en un cerro intermedio lo que
comúnmente se denomina “la cabaña”, edificación circular de piedra unida por
argamasa que compone uno de los edificios de la arquitectura civil más curiosos
y desconocidos de Atienza, y que ha llegado a nuestros días gracias al celo de
sus actuales propietarios, herederos de Bernabé Gismera San Clemente, que lo
mantienen en su estado prácticamente original.
Dado lo curioso y desconocido de su
edificación, única en la zona, detengámonos un momento en ella para dar sus
datos: 16 metros de circunferencia, cuatro de alzada máxima y 70 centímetros de
grosor en muro; construido en forma cónica con salida de humos en su cima.
Puerta igualmente cónica abierta a oriente y tres miradores a norte, sur y
este.
Desde el cerro, actualmente denominado de
“la cabaña” se domina todo el terreno que formaron las dehesas y, como
curiosidad última, en sus muros se situaban las cruces de cera que con ocasión
de la bendición de campos, en la festividad de la Cruz de Mayo, se distribuían
por los campos para la protección de las cosechas.
Los límites de la amplia dehesa quedan
fijados “desde la entrada de la villa, donde dicen el Cañizal y la Vega, el
Recuero y Carboneras y Ocinillo y el Majano y cuesta de Valgrande, como va
subiendo a la Peña del Pozo y con Valderrabido y Majadahonda el río adelante
del cerro de las Peñas hasta llegar a la Punta de las Fuentes, en lo que llaman
lo nuebo, por el camino arriba hasta los guertos”.[3]
La dehesa comunal terminaría por roturarse
definitivamente en 1874, para ser repartida entre los vecinos.
A pesar de ello la ganadería y
aprovechamiento de pastos comunales en los montes del antiguo Concejo, Marojal
y Valdelacasa continuará como antaño, si bien el número de cabezas de ganado
experimentó cierto retroceso en cuanto a lanar y caprino, si bien se mantienen
vacuno y equino.
Desaparece la porcada a comienzos del siglo
XX y las cinco cabradas se reducen a una que, junto a la muletada y la vacada,
serán las que disfruten del aprovechamiento de los pastos.
Cada uno de estos tres rebaños comunales,
por llamarlos de forma comprensible, contaba con su propio guarda o pastor,
pagado por los propietarios de los ganados a guardar, quienes a su vez formaron
lo que bien podría denominarse una comunidad, compuesta por una junta rectora
de elección anual, encargada de dirimir las cuestiones relativas a la entrada
de animales en los diferentes rebaños, así como la contribución anual y pago de
sus emolumentos al guarda correspondiente.
Pasaremos por alto las referencias a cabrada
y muletada, puesto que no tenemos conocimiento de documentos escritos en cuanto
a su organización, sus acuerdos eran generalmente verbales, con una serie de
costumbres establecidas: la salida de cabras al campo por la mañana y retorno
al pueblo al atardecer, entre San Miguel y San Pedro, y salida, entre San Pedro
y San Miguel por la tarde, para regresar a la mañana siguiente.
Es decir, en la época de mayores calores la
cabrada era sacada a pastar por la noche. En época de frío por el día.
Semejante orden de salidas y entradas tenía la muletada, si bien durante el
verano, concluida la siega y abierta la rastrojera, aquellos animales que no
eran empleados en labores agrícolas podían permanecer en el campo.
La vacada en cambio pasaba medio año, desde
“la salida al verde”, por Santa
Quiteria, en el mes de mayo, hasta los santos, en el monte, y desde los Santos
a Santa Quiteria hacía su salida diaria por la mañana para regresar por la
tarde.
Sus propietarios se asociaban en la misma
forma que lo hicieron los de cabrada y muletada, con idénticos fines, no
obstante al decidir adquirir en comunidad un toro semental para el uso comunal,
se asociaron en Comunidad de Propietarios, estableciendo un Reglamento propio
gracias al cual conocemos al día de hoy las costumbres que rigieron la vacada a
lo largo del siglo XX, hasta su extinción en la década de 1970, y que por su
curiosidad transcribimos textualmente:
“Reglamento por el que se rige la Comunidad
de Propietarios del Toro Semental de esta Villa de Atienza, desde el día 13 de
mayo de 1929, y es el siguiente:
Primero: Todos los ganaderos que posean
vacas, siendo partícipes o copropietarios del Toro Semental, quedan obligados
al pago de la alimentación de dicha res, desde el primero de mayo de cada año
hasta igual fecha del año siguiente.
Segundo: Quedan obligados a pagar la cuota
que corresponda desde su entrada en adelante, y si algún partícipe se negase,
quedará excluido de la Comunidad, perdiendo la participación de dicha res, y su
ganado no será admitido en la vacada.
Tercero: Si algún vecino de esta villa
compra una vaca a otro vecino de la misma, queda obligado al pago de la
alimentación del toro el que la posea en la fecha del pago.
Cuarto: Se acuerda por unanimidad de los
ganaderos copropietarios que si la junta directiva acuerda vender el toro,
puede disponer aquella el llevarlo a las ferias en caso de no haber rematante
en esta localidad y serán pagados por la sociedad los gastos que se originen
con motivo del traslado y la venta.
Quinta: Si alguna res de las que van a la
vacada acometiera al semental, el vaquero dará cuenta inmediata de ello, y en
tal caso no se admitirá aquella res.
Sexto: Los ganaderos de vacas de leche que
se han negado a pagar el escote de adquisición del toro, si solicitasen en
algún tiempo utilizar este semental, habrán de abonar la cantidad de cien pesetas,
y se hace constar haberse negado al mencionado pago los vecinos de esta villa
Tomás Arias, Pedro Loranca, Blas Esteban, Teresa de la Vega, Antonio Ruilópez y
Carmen Gómez.
Séptimo: Los vecinos que soliciten en algún
tiempo utilizar el semental no teniendo participación en el mismo habrán de
pagar la cuota ordinaria de cincuenta y tres pesetas.
Octavo: Si algún ganadero forastero
solicitara utilizar el toro para sus reses, habrá de abonar la cantidad de
cincuenta pesetas por cada vaca.
Noveno: Al fallecer un copropietario del
toro, la participación pasará a la viuda, y en su defecto a los hijos, siempre
que aquella o estos constituyan la misma familia que su propietario partícipe,
pues en otro caso se pierde la parte y queda a favor de la comunidad,
entendiéndose por la misma familia cuando la viuda sigue en la misma casa sin
cambiar de estado, o los hijos huérfanos continúan administrando aquellos
intereses en común”[4].
A continuación se relación los partícipes de
dicha comunidad en una relación que comprende 81 copropietarios del toro, a su
vez propietarios de 108 vacas que entonces componían la vacada atencina.
La manutención del toro semental se
subastaba entre los copropietarios recibiendo aquel que lo mantenía en sus
cuadras una asignación para su alimentación:
“A Lucía Muñoz, por la manutención del toro
en 1946, 800 pesetas”.
No consta en los primeros años la asignación
que se da al vaquero, quien recibe una gratificación anual de cinco pesetas,
una botella de anís el día que las vacas “salen al verde” por vez primera en el
año, como ya se dijo por Santa Quiteria. Puede llevar a la vacada sus propias
reses sin pagar cuota, y recibe una compensación en grano de treinta fanegas de
trigo, cinco de centeno y diez de cebada.
La
junta directiva estaba compuesta por un presidente, un secretario y tres
vocales que anualmente rinden cuentas a 30 de mayo:
“La junta directiva presenta la cuenta de
ingresos y gastos habidos desde mayo de 1946 a mayo de 1947, según se detalla a
continuación:
Cargo:
Saldo a favor de la sociedad que quedó
del año anterior: 20,50
Por cuotas de 114 vacas a 18 pesetas
2.052
Por cuota de entrada de Carmen Gómez 100
Por cuota de entrada de Luis
Somolinos
53
Por cuota de una vaca que han traído al
semental 30
Importe de cargo
2.255,50
Data:
Por la manutención del toro a Julio
Vega 2.090
Al vaquero en concepto de
gratificación 20
Por tres bandos
15
Gastos de cuando se pajó al toro 13
Gastos durante la cobranza 20
Gastos del reparto 12
Importa la data
2.170
El toro cambiaba cada dos o tres años,
adquiriéndose uno nuevo en las ferias cercanas y vendiéndose o subastándose el
viejo.
Curiosamente el que se adquiere casi siempre
tiene un valor inferior al que se vende: 4.200 pesetas costó el de 1948, mientras que se vendió por 5.300 el anterior,
comprado en 1945 por 4.250 pesetas. A su vez, el adquirido en 1948 es vendido
en 1950 por 5.180 pesetas. El que se adquiere cuesta 7.900 que a su vez se
vende por 7.060 para adquirir otro, en 1953, por 6.688.
La diferencia entre venta y compra se
reparte en proporción entre los ganaderos copropietarios.
Queda reflejo de que los 121 copropietarios
del toro, a mes de mayo de 1939, decidieron regalarlo a las tropas del ejército
que permanecieron en Atienza durante la guerra civil; el toro salió de la casa
de quien entonces lo “pajeó”, Juan Velasco Marina, para ser sacrificado en el
matadero municipal de Atienza por el matachín local, Bernabé Gismera San
Clemente, y ser posteriormente trasladado a Guadalajara.
Paralelamente a la copropiedad del Toro
Semental, la junta de la vacada formó lo que llamó “un seguro mutuo” destinado
a la valoración o tasación de las reses integrantes de la vacada, para que en
caso de muerte de cualquiera de ellas fuese pagada en forma prorrateada entre
todos los integrantes de la comunidad, de manera que el propietario del animal
accidentado no asumiese en su totalidad la pérdida, que por otra parte podía
acarrear la ruina familiar.
Para ello se establecieron tres categorías,
según edad y estado de las reses; valoración que se efectuaba el día que “salen
al monte”, en el llamado Prado del Tejar.
Estas tasaciones nunca fueron de la total
conformidad para los copropietarios pues a mayor tasación mayor importe
tendrían que abonar como cuota a partir de ese momento, y a menor tasación
menor lo recibido en caso de desgracia. Sin contar que, en las tradicionales
rivalidades vecinales se entendía como una especie de deshonra que la vaca
propia fuese tasada en menor cantidad que la del vecino[5].
“Valor asignado a las reses acogidas al
seguro mutuo para 1971:
El valor asignado es de 15.000 pesetas las
de primera; 13.000 las de segunda; 11.000 las de tercera y 2.500 los chotos,
por lo que corresponde pagar 260 pesetas de cuota a las de segunda clase, 300 a
las de primera y 220 a las de tercera”.
Por otro lado, cuando la vaca tenía que ser
sacrificada por algún accidente sufrido, y su carne podía ser aprovechada,
vendiéndose a algún carnicero, su importe, habitualmente inferior a la
valoración real efectuada por la junta, se descontaba de la parte que a cada
cual correspondía pagar:
“Se baja del importe que corresponde
indemnizar, lo que pagó por la carne Juan García, de Sigüenza, y que ya fue
entregado al propietario, que son 6.870 pesetas, por lo que habrá de repartirse
entre todos el importe restante, al ser vaca de primera, y que son 6.130
pesetas”.
Des mismo modo, a partir de 1960 al vaquero
se le asigna un salario fijo, más un complemento en grano. En 1972, última
anotación, serán 750 pesetas y tres medias de trigo por res. Ese año el vaquero
recibió un salario anual de 40.500 pesetas, más 162 medias de trigo. En 1972
quedaban en Atienza 54 vacas integrantes de la vacada, que, por esos años, y
mes a mes, fueron mermando hasta su completa extinción.
Vocabulario
de la vacada:
Cuentas del año 1927:
Por tres bandos para la Junta General, 6
pesetas.
La junta general se reunía al menos tres
veces al año, una con motivo del cambio de directiva. La segunda con ocasión de
la salida al monte de los animales, para proceder a su tasación. La tercera
para recibir a los animales cuando estos, pasado el estío, regresaban a
invernar al pueblo. Las notificaciones a los propietarios se hacían a través
del pregonero municipal y los correspondientes bandos públicos que este se
encargaba de transmitir por las calles.
Cuentas de 1934:
De
cuando se pajó al toro, 9 pesetas. (En otros años se apunta pajeó o empajó)
Anualmente, con ocasión de la junta general,
se subastaba entre los copropietarios el derecho a mantener al animal en sus
cuadras, lo que dieron en llamar empajar, pajar o pajear. El propietario de la
cuadra recibía una cantidad para su manutención, teniendo que encargarse a
mantenerlo en su casa durante el invierno. En los últimos años, al no asistir
ningún copropietario a la subasta, ya que al parecer resultaba más complicado
mantenerlo en las propias cuadras, por el riesgo que en ocasiones suponía tener
un animal de semejantes características en la casa propia, la junta optó por
alquilar unas cuadras donde permanecería mientras se encontraba en la
población, encargándose de atenderlo el propio vaquero.
Gastos de 1941:
Por alboroque de vender el toro 5 pesetas.
Por alboroque de comprar el toro, 5 pesetas.
Fue costumbre a lo largo del tiempo, que
quienes acudían a las ferias, a comprar o vender, como forma de cerrar el trato
se reuniesen en cualquier taberna, ante una jarra de vino y unos escabeches.
Estos gastos, que en algunos momentos llegan a sobrepasar las cien pesetas,
cantidad bastante importante para los tiempos a los que nos remontamos, eran
pagados por la junta, del mismo modo que pagaban el traslado, la estancia y el
regreso, aunque fuese en un “carro desde Angón”, (1952).
Gastos de 1951:
Una botella de anís y unas galletas según la
costumbre del día que las vacas salen al monte, 30 pesetas.
Como antes se dijo, el día en el que por vez
primera las vacas salían al monte, donde permanecerían durante el estío, la
junta directiva se reunía en el Prado del Tejar para tasar los animales,
tasación a la que asistían el resto de propietarios, llevándose una merienda
que tomaban en el lugar. Al término de la tasación, y como forma de cerrar los
tratos, se tomaba una copa de anís acompañada de unas galletas de las “llamadas
de vainilla”.
Del día de la rastrojera, 5 pesetas al
vaquero.
Por lo general, los propietarios de vacuno
no veían a sus animales desde que salían del pueblo, hasta su regreso, salvo en
ocasiones contadas. Para que los mismos pudiesen comprobar su estado, al menos
una vez por temporada el vaquero traía la vacada a “sestear” a las proximidades
de la villa, una vez se habían concluido las tareas de siega y acarreo,
autorizándose por la hermandad de agricultores y ganaderos el aprovechamiento
de los rastros, “la rastrojera”.
Como tantas otras costumbres, la sociedad
ganadera de Atienza desapareció con el tiempo, si bien dejó un ejemplo de
corporativismo en años en los que la economía resultaba difícil de equilibrar.
(En
“Cuadernos de Etnología y Folclore. Diputación Provincial de Guadalajara”.
[1] Antonio López Gómez: El Catastro de Ensenada de
1752. Madrid, 1990, Introducción.
[2] Antonio López Gómez, en obra citada, pág. 26
Dichas ordenanzas se transcriben íntegras en “Historia de la Villa de Atienza”,
de Francisco Layna Serrano. Madrid, 1945, págs. 258-262, y 572-576.
[3] Francisco Layna Serrano, obra citada, página 263.
[4] Libro de actas y cuentas de la vacada de Atienza.
[5] Quiere ello decir que si se tasaba a la baja el
propietario quedaba disconforme, por rivalidad; si se hacía al alza, por
economía.