ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LA PENA DE
MUERTE.
Qué Isabel Muñoz Caravaca es contraria a la pena
de muerte lo deja señalado en multitud de ocasiones.
Tal vez la primera en la que abiertamente se
muestra en contra, sea con ocasión de la condena a la que son sentenciados dos
vecinos de Albendiego, y que han de ser ajusticiados en la villa de Atienza, en
cuya cárcel se encuentran, con anterioridad ya ha mostrado su repulsa a dichas
condenas en otras localidades, como sucediese en Brihuega, no obstante la causa
de Albendiego la toma como algo propio:
“Un día de luto amenaza al pacífico vecindario
de Atienza; va a pagar culpas de otros con un espectáculo atroz; en su recinto,
dos hombres van a morir en expiación de un tremendo delito”.
Isabel no está en contra de la condena. Si
de que Atienza se manche de sangre con el ajusticiamiento de aquellos hombres
que, indudablemente, merecen un castigo por su delito. Cualquiera menos la
muerte:
“El crimen merece castigo; la sociedad
ofendida una reparación; pero no hay sanción penal; no hay reparación posible
que valga como ejemplo a la conciencia popular, lo que vale un acto de
clemencia. Afortunadamente hay quien puede ejercer ese acto; insistimos,
suplicamos; no olvidemos que hemos nacido en una sociedad civilizada y
cristiana; que desde nuestra niñez aprendimos, no a pedir venganza de nuestros
ofensores, sino a exclamar invocando el nombre de Dios: ¡Perdónanos nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores!
Finalmente Atienza no se verá salpicada por
la ejecución. En el último momento llegaría la clemencia.
La famosa causa de Mazarete, en la que se
condenó a dos hombres inocentes y que a punto estuvieron de ser ejecutados por
un asesinato que no habían cometido, será otro de los casos que remuevan no
solo a la conciencia provincial, también a la nacional. Isabel Muñoz Caravaca
volverá a ser una de las pioneras a la hora de plasmar su firma en contra de la
sentencia, y del caso, que finalmente será revisado y exculpados los
procesados:
“Un día llegará en que se borre de todos los
códigos la horrible, la irreparable pena de muerte; si nosotros no existimos,
la sociedad existirá, ¡qué dicha, aunque sea póstuma, la de los que puedan
aquel día gloriarse de que se anticiparon a abolir el ignominioso suplicio en
sus conciencias. Y cuando llegue para mi el último momento, el inevitable, el
fatal instante que separa esta existencia de las tinieblas de la tumba, si es
cierto, si es posible en él un destello de lucidez suprema, yo veré y
comprenderé cuanto vale haber, aunque muy poco, contribuido un día a librar a
dos hombres del cadalso”.
No solo se ocupará de los casos que atañen a
la provincia, igualmente se posicionará con la famosa causa de Cullera de 1911;
abogará por los procesados de Maranchón, en lo que ya será una de sus últimas
batallas, pues el resultado final se conocerá a fines de 1914, cuando la
enfermedad se ha hecho dueña de ella:
“Yo estoy viviendo mis últimos días, y creo
poder esperar que mi alma saldrá casi blanca de esta miserable envoltura; me
educaron ¡Dios bendiga a los que me educaron! dándome valor y energía para
afrontar las dificultades de vivir, pero ¿y si me hubieran abandonado dejándome
a la barbarie primitiva? ¿Puedo asegurar que no hubiera delinquido como esos
delinquieron? ¡Una vez más, perdón, perdón…! Imploradla, con palabras, con
lágrimas, con lo que sea… son nuestros semejantes, nuestro prójimo, nuestros
hermanos; y vosotros os preciáis de discípulos de Aquél que murió en una Cruz
perdonando a sus enemigos y legándonos su ejemplo…”
A los reos de Maranchón les será conmutada
la pena de muerte en el mes de octubre de 1914.