jueves, marzo 26, 2015

JOAQUÍN BÉJAR “PADRE ETERNO”



JOAQUÍN BÉJAR “PADRE ETERNO”

   Complejo, a estas alturas del paso del tiempo saber de dónde salió Joaquín Béjar en aquellos levantiscos días de las revueltas fernandinas del siglo XIX, y anteriores, y que continuaron con la primera carlistada, de lo que no cabe la menor duda es de que el coronel Joaquín Béjar, titulado “Padre Eterno”, la armó gorda por estas tierras allá por la década de 1830.

   Elegir como teatro de sus operaciones la comarca, y situarse durante algún tiempo en Horche y sus cercanías, podría indicarnos que residió en aquella población, o al menos allí tuvo parte, y arte.

   Joaquín Béjar perteneció al ejército y tomó parte activa en él durante el reinado de Fernando VII en el inicio de la década de 1820, siendo como es lógico perseguido por ello, cuando no por los afines al rey, por los contrarios, siendo apresado en la provincia de Ciudad Real en el mes de marzo de 1823 cuando en Herencia trataba de ganar adeptos a la causa real.

   Un año más tarde, en enero de 1824 dirigió al rey una extensa carta en la que daba cuenta de sus intenciones para sí, sus ideas y el reino y en la que nos ofrece algo de información en cuanto a su persona, y quejándose del trato recibido, en servicio del Rey, tras la acción de Herencia de la que resultó preso, desposeído de honores y expulsado del ejército:

   “Señor: aunque es innegable que el buen vasallo está obligado a hacer cuantos esfuerzos le sean posibles a favor de su legítimo príncipe, y que al hacerlos, no solo debe poner la mira en la recompensa, pero ni aun en la publicidad, sino obrar el bien por la esencia de tal, y sacrificarse por deber, no es lo menos que una vez ejecutados, si estos llegan a confundirse o sepultarse por la superchería e intriga ingeniosas, por la arrogancia orgullosa o en fin, por otras pasiones bajas, trate el así ofendido de manifestar lo que en otro caso ocultaría…

   … Señor, el designio del coronel de las tropas realistas don Joaquín Béjar, que lo fue efectivo de Dragones del Infante don Carlos, y ahora agregado al segundo regimiento de caballería ligera de defensores del Rey, al hacer la presente indicación de los escasos méritos que le asisten…

   …No hay, Señor, para qué hacerle de lo mucho que trabajó desde el año de 1808 en todo el curso de la guerra de la independencia en la clase de capitán comandante de la partida de adelantados de la Mancha…”

   Concluía su extensa carta, firmada en Madrid, poniéndose al servicio del rey y solicitando le fuesen devueltos sus títulos y mando.

   Desconocemos si regresó al ejército, de lo que no cabe duda es de que continuó con el grado de coronel, ya que al fallecimiento de Fernando VII nos lo encontraremos en Madrid, contrario a la proclamación de la reina Isabel y procesado por proyectar una rebelión junto a otros ciudadanos, en contra de la reina.

   De sus primeras andanzas tenemos la solicitud del alcalde de Brihuega, apenas comenzado el año 1837, solicitando refuerzos del ejército ante las tropelías que este hombre estaba cometiendo en cinco leguas a la redonda, con amenaza de caer sobre aquella población.

   No andaban demasiado descaminados, pues a finales de ese mismo mes entraron en Irueste tomando como rehenes al alcalde y al secretario, a los que sacaron a fuerza de coacciones seis fanegas de cebada, sesenta raciones de pan, tres arrobas de vino y cincuenta libras de carne. Por supuesto que al pueblo no llegó toda la partida, que se encontraba oculta en el monte, pero si que lo hicieron algunos vecinos del pueblo que se habían unido a la partida de Béjar, y con el que siguieron camino de Fuentelencina, donde dejaron libres al alcalde y al secretario, a quienes se llevaron con ellos como seguro de que nada les sucedería. El parte llegado a Guadalajara decía que los rehenes llevaron al pueblo muy magullados y llenos de cardenales.

   El 22 de agosto entraban en Auñón, dedicándose igualmente al pillaje y liberando de la cárcel a algunos prisioneros que, claro está, se unieron a la partida.

   El día 4 de septiembre de 1837 entró en Atienza con su menguado ejército, compuesto, nos dicen, por 35 o 36 caballos y 8 o 9 infantes; en la villa, sin amilanarse, se dirigieron al concejo y al juzgado, retuvieron a sus responsables y exigieron zapatos, comida, caballos y dinero, robando cuanto pudieron en la casa del juez, a quien retuvieron como rehén.

   Tras la acción de Atienza, y perseguido por los realistas, se adentró en la sierra, de donde pasó a los pueblos del Alto Rey, y de este al Ocejón, perseguidos por el ejército y la tropa de salvaguardias de la Diputación y Gobierno civil de Guadalajara.

   El 24 de octubre, cercado por las tropas del general Rodríguez, y tras varias horas de cerco, fue desecha la partida en Valverde de los Arroyos, entonces Valverde del Ocejón. La partida parece ser que nunca llegó a reunir a más de cien facciosos, no obstante el parte que se ofrece da cuenta de que eran muchos más:

   “La facción de Béjar fue desecha en la mañana del 24 en el pueblo de Valverde, dejando en poder de la columna al cargo de D. Juan de Robles, 80 caballerías, 120 fusiles, 30 lanzas, sables, cargas de paño, de tabaco, vestuario en cortes y otros efectos; menos de 200 hombres entre ellos solo 10 caballos de salvaguardias bastaron a destruir a un cabecilla que contaba 400 hombres y entre ellos 150 de caballería; sus restos dispersos divagan por todas partes y en esta provincia son perseguidos con actividad”.

   A pesar de ello, y de que se hicieron algunos prisioneros, Béjar escapó y continuó sus andanzas camino nuevamente de la Alcarria, por donde se le vio pasar, en dirección a Cuenca, con unos cien caballos por el mes de diciembre. Extendiéndose el temor de que entrase en Guadalajara a sangre y fuego, ya que, se decía, a la suya se habían unido otras partidas y personajes, entre ellas la del llamado “Feo de Buendía”, tan escabrosa o más que la del “Padre Eterno”.

   Antes de aquello, el 17 de octubre tres de sus hombres entraron en Almonacid de Zorita, dirigiéndose al Ayuntamiento para exigir cuatrocientas raciones de toda clase, bajo la amenaza de que, de no estar dispuestas en media hora, la partida caería sobre el pueblo. Se negó el alcalde y se fueron los correos, pero aquella misma tarde se vieron obligados a ceder, ya que la partida rodeó el pueblo por los cuatro puntos.

   Y días después, mientras se llevaban a cabo las elecciones para diputados, entró por fín en Brihuega, llevándose cuanto pudo.

   Desde Brihuega, y con el vecino invierno a las puertas, regresó sobre sus pasos para internarse en tierra de Atienza. En esta ocasión, prevenida la villa, no se atrevió a entrar en ella, si bien lo hizo en Albendiego, donde obtuvo raciones y con ellas salió en dirección a Soria.

   Pasó los meses más crudos por aquella provincia y la de Segovia, con algunas incursiones más hacía el norte, y volvió a tierra de Atienza en el mes de enero de 1838.

   Perseguido por los hombres de armas de media provincia, y por un cuerpo de ejército mandado por el general Gaspar Antonio Rodríguez, en los últimos días de enero fue rodeado, sin que sepamos el lugar exacto, ya que el Alcalde de Atienza dio una información y otra llegó desde Sigüenza, dando cuenta de su detención, en unión de su mujer, tan aguerrida o más que él a la hora del combate:

   …unos arrieros, testigos presenciales de la sorpresa, nos dijeron que la mujer de Béjar recibió cuatro heridas de lanza y sable de alguna gravedad; que fue la única persona que se batió con intrepidez e hirió al comandante de nuestras tropas en un brazo, que le quitaron 75 onzas de oro de su cinto y mucho dinero de su equipaje en plata. Repartió el comandante nuestro dos duros a cada soldado.
   La mujer llevaba siempre un pantalón encarnado, una blusa o sobre todo y un sombrero de paja de América, que en otra ocasión se llevó del juez de primera instancia de Atienza; es mujer de unos 38 años, bastante graciosa, no de mucha estatura y muy bebedora de aguardiente.
  
   Y bien armada:

   Sable de tirantes a la cintura, dos cachorrillos buenos en el cinturón del sable, y una escopeta corta y pistolas en el caballo…

   Y la felicidad por la detención:

   Ya cayó, pero por mi voto no se la quitaría la vida. Lleva ulcerado un muslo desde la ingle hasta la rodilla ya hace mucho tiempo. Su marido es un ente que para nada vele…

   La mujer se llamaba María Josefa Otero. Todos fueron conducidos a Aranda de Duero, de allí a Burgos y de Burgos a Valladolid.

   La cuerda de presos hizo alto en Valladolid, camino de los presidios gallegos. Su paso por esta ciudad no pasó desapercibida, ya que a pesar de las cadenas con las que lo sujetaban, todos sospechaban que antes o después sería libre: “se fugará, como otros muchos, y volverá a maltratar, insultar y robar a los habitantes pacíficos de los pueblos”. Se decía aquello porque su vida, por sus anteriores acciones militares, había sido perdonada. Algo con lo que no estaba conforme la mayoría del pueblo, que solicitaban su ejecución pública.

   A raíz de su detención no quedó pueblo en la comarca de Atienza que respirase tranquilo, ya que fueron muchas las tropelías cometidas en ellos, causando innumerables robos, asesinatos y secuestros, liberando a presos que se unieron a la partida, y forzando a vecinos de algunas poblaciones a que los acompañasen, a modo de rehenes, para que les mostrasen los caminos.

   Unos cuantos años se mantuvo en presidio, de donde no escapó, como vaticinasen sus enemigos. Joaquín Béjar, a causa de sus líos estaba acostumbrado, como se dijo en alguno de sus procesos, a pasar la vida en la cárcel.

   De aquel tiempo de presidio, y a pesar de tener noticias amplias en torno a su vida anterior, ya no tenemos noticia, sin embargo si que tenemos la constancia de que allá por 1844, con uno de tantos cambios de mandos en el gobierno real, Joaquín Béjar fue puesto en libertad, y se le devolvieron los honores militares con el empleo de comandante y grado de coronel, en el mes de noviembre de ese año.

   Desde Galicia se puso en viaje a la provincia de Guadalajara, tomando a Horche como punto de residencia, y en donde falleció el 12 de marzo de 1845, sin que se tenga constancia de que dejase herederos ya que en los años sucesivos se los llamó insistentemente a través de los boletines oficiales para que pasasen por la Dirección General de Caballería, a la que perteneció, a recoger documentos que le pertenecían.