jueves, marzo 26, 2015

LA TIA QUITERIA CUMPLE CIEN AÑOS EN ATIENZA



LA TIA QUITERIA CUMPLE CIEN AÑOS EN ATIENZA

Tomás Gismera Velasco

     Cien años han pasado desde que el lunes 22 de mayo de 1911 naciese, en Atienza, Quiteria Galán Velasco, y viéndola a ella, a sus nietos y a sus bisnietos, parece que fue ayer; y es que las personas a las que se conoce de niño y se crece viéndolas crecer, nunca cambian, o tal vez si, al mismo ritmo que vamos cambiando los demás y no lo apreciamos.

   A la mitad de su vida, un 16 de septiembre, según me contaron, tuvo la gracia de echarme la primera regañina, porque se me ocurrió nacer en medio de una impresionante tormenta que hizo que en Atienza, vestida de fiesta, se aplazaran los toros hasta que pasó la nube, que dejó unos cuantos estragos.

   Después, con el paso torpe y agarrado de la mano de mi madre por un lado, y de la tía Quiteria de la otra, los buenos domingos de primavera nos dábamos una vuelta por el camino del cementerio, unos cuantos rezos ante la tapia; camino adelante hasta la fuente de la Mona, bajada a Santa María del Val y subida por la Salida, a merendar un chocolate en casa de la tía Valentina la “Carlitas”.

   A decir verdad siempre la recuerdo refunfuñando, y vestida de negro. Pero tenía un algo de sinceridad, y mucha vida por detrás y por delante. Los rezos del cementerio, y el luto, iban por su marido, muerto en aquella desdichada guerra civil que tanto dolor dejó por tantas partes. A la tía Quiteria, además de dejarla viuda pocos meses después de haberse casado, la dejó un hijo huérfano  que no conoció a su padre, al que después, cuando la vida lo hizo grande y tuvo que buscarse la propia en Madrid, lo solía esperar tarde tras tarde, sentada a la puerta de su casa, con la magnífica vista del valle de Atienza y la mirada fija en los “azules” a la espera del ronroneo de la motovespa, que por aquellas cosas de las novedades y el poco mundo al que Atienza se reducía en los comienzos de los años sesenta, todos los chiquillos del barrio acudíamos a “inspeccionar”, mucho más cuando a la motovespa le añadía el sidecar.

   Aquella Atienza de los maravillosos años sesenta, a pesar de todo, había cambiado muy poco con relación a aquella otra que vio nacer a la tía Quiteria, en el seno de una familia en la que, por esas cosas de los tiempos, abundaron los hermanos, y entre todos, las mujeres. De su madre, la bisabuela Basilisa, tan sólo tengo un lejano recuerdo de verla sentada a la puerta de la casa de mis abuelos, vestida también de negro. Su padre, el bisabuelo Paco, murió diez o doce años antes de que yo naciese. De Basilisa cuentan que era muy buena guisandera, el bisabuelo Paco muy goloso.

Desde luego, en aquellos tiempos, había que tener arte en la cocina para sacar adelante a toda la prole de chiquillas y chiquillos: la tía Paca, la tía Valentina, Quiteria, el tío Timoteo; Macario, un elegante muletero que murió un día de Caballada de 1927, con apenas veinte años tras hacer la hombrada de marchar corriendo desde Guadalajara a Sigüenza, y mi abuela, Angeles. Después nació la “niña”, la tía Carmen (mi madrina).

   Por cercanía, la tía Quiteria pasaba más de cuatro veces al día por mi casa, y lo mismo hacíamos los chiquillos por la suya. Siempre solía tener algún bollo o una magdalena dispuesta a hincarle el diente, y por los buenos días del verano y del otoño algunas ciruelas, peras o manzanas de los frutales del corral, recogidas en algún cestillo de la cámara, o en el ventanuco que se colgaba sobre él de la que fuera casa de sus padres. Y ahora que la gotera de los años se empeña en ridiculizar los cuerpos, la recuerdo una noche en la penumbra de la cocina de mi casa dando ánimos a mi madre cuando, por prescripción facultativa de Don Boni, hice mi primera excursión a un Madrid en el que todavía circulaban los trolebuses y el viaje de Atienza a Madrid era la aventura de todo un día de coche y tren; y la recuerdo al regreso, tras mi paso por el entonces Gran Hospital de la Beneficencia, con un platillo de carne de membrillo y la pregunta de: “¿Qué han dicho del chico? También la recuerdo, en estampa imborrable, iniciando el rezo del Rosario en la sala grande de mi casa, cuando mi abuela Eusebia Lázaro agonizaba, rodeada de la tía Piquica, la tía Natalia, la tía Guapa, la tía Juana la Polvorilla y la tía Galga. O amortajando el cuerpecillo de mi hermana chica, Mariángeles, sobre una mesa camilla de alas azules y yo caminaba hacía los dos o los tres años.

   Y es que siempre estaba allá donde creía que sus palabras, o su mano, debían estar, dando un consuelo,  rezando un Rosario o echando una regañina.

   Aquel lunes 22 de mayo, día de Santa Quiteria, las costumbres de Atienza se mantenían inmóviles en el calendario. Misa en la Trinidad y bendición del pan, del agua y de la sal. Casi igual que hoy.

   A veces suele decirse que Atienza no ha cambiado nada a lo largo del tiempo, seguro que si, y mucho. Cuando la tía Quiteria nació era alcalde del pueblo don Ruberto Baras Lafuente, “del comercio”, propietario de uno de aquellos almacenes de ropa, hilados y tejidos cuya fama, y prosperidad, traspasaban los límites de la sierra: “patenes, vicuñas, gergas, lanillas, tapabocas, mantas de Palencia, Bayetas de Teruel, de Atienza y de Pradoluengo,  lanas para vestidos, mantelerías de Rentería, franelas …”

   Gobernaba Guadalajara don Pedro Sainz de Baranda; don Juan Zabía era el Presidente de la Diputación Provincial y fray Toribio Minguella y Arnedo era el obispo de la diócesis. Dando estos nombres nos hacemos idea del tiempo pasado y de la historia vivida a lo largo de cien años.

   Tal vez resulte curioso, y hasta anecdótico, recordar en estos días en los que los aviones se debaten entre las nubes de ceniza expulsadas por un volcán lejano, que por aquellas horas en las que Quiteria nació los aviones parecían tan de juguete que era un espectáculo verlos volar, y la Europa entera se sobrecogía ante la noticia expulsada el domingo 21 por los telégrafos de medio mundo en los que se decía que al tomar la salida para un raid aéreo, uno de aquellos aviones “como de juguete”, había  caído sobre la tribuna en  la que el Presidente de la  Francia, con unos cuantos de sus ministros, observaba el evento; matando al ministro de la Guerra e hiriendo de suma gravedad al Presidente del Consejo, Monsieur Monis. En unos días en los que, en una de tantas, España se hallaba inmersa en un rifirrafe en tierras marroquíes apoyadas por Francia.

    En los ruedos triunfaban “Machaquito”, Vicente Pastor y Ricardo Torres “Bombita”, que nunca torearon en Atienza, pero bien que lo pudieron hacer, que afición para llenar la plaza de Arriba, donde se celebraban las corridas de toros, la había.

   Por aquellos días podía comprarse una estupenda máquina de coser por tan sólo, visto a través de la ventana del tiempo, quince céntimos de euro; y por 25, ya palabras mayores, podía contarse en la propia casa con un generador de electricidad. Cinco años hacía que en Atienza se iluminaban las bombillas, merced a la Eléctrica de Santa Teresa, cuyo administrador, don Jorge de la Guardia, era de los pocos que tenían vehículo propio en los contornos, tal vez comprado por 90 euros. Podemos imaginarlo viniendo de Miedes a visitar a su buen amigo el médico de la villa don Pedro Solís, a su buena amiga Isabel Muñoz Caravaca, o camino de Jadraque o de Brihuega a hacer lo mismo con Eduardo Contreras, el hijo del famoso Bibiano Contreras. Fueron los fundadores de la Atienza Ilustrada, revista que se trasladó a Jadraque y luego se convirtió, en Brihuega, en El Briocense. Don Crispín Guijarro, según cuentan las crónicas, era el cura de la Trinidad, al que luego supliría don Julio de la Llana, entonces cura de Miedes a donde había llegado desde Matamala.

   La Guardia civil de Atienza, por aquellos días, buscaba casa cuartel, a cambio de 5 euros de renta al año, y Luciano Más, por su comercio de alfombras y tejidos de la calle del Aguila, era el mayor contribuyente industrial de la villa. Bien servida de ellos. Dos ferreterías al por menor; dos comercios de tejidos; una mercería; tres tiendas de comestibles; un elegante café propiedad de don Norberto Izquierdo; ocho tabernas; cuatro abacerías; tres posadas, la del Cordón, la de San Gil y la de Portacaballos de Emeterio Somolinos; el figón del tío Maquinilla; seis telares; tres molinos, el Blanco, el del Hozino y el del Bornoba del tío Delgado; dos farmacias, la de los Gallegos y la de los Asenjos; dos veterinarios, don Angel y don Antonio Espeja; tres abogados; dos notarías; dos procuradores; la confitería del tío Benito Gómez; la tintorería de los Buquerines; las fraguas de los hermanos Loranca, Esteban y León, y la del tío Raimundo; tres hornos de pan, los de los hermanos Yagüe, Dionisio y Vicente, y el del tío Félix Oliva; y hasta una parada de caballos que había instalado unos años antes un catalán medio francés, Pedro Castelnau; además de zapateros, carreteros, estanco, casas de huéspedes, boteros, caldereros… los servicios completos  de una pequeña capital  serrana de alrededor  de tres mil habitantes en la que, a pesar de todos los pesares, había unidad, dentro de un orden, y se conocía todo el mundo respetando por imposiciones de los tiempos, las clases sociales.

   De tiempos en los que la fotografía todavía era escasa y se llevaba en blanco y negro,  conservo una de esas fotos que hacen meditar en la forma en la que el tiempo ha pasado para unos y otros. Se hizo el 28 de mayo de 1968, a la salida de la Iglesia de San Juan de Atienza, el día de mi primera comunión. Día fresco, porque la inmensa mayoría de las mujeres todavía usaba abrigo, los hombres gorra a la cabeza. De las personas que en ella estamos faltan cinco, mis abuelos Bernabé y Angeles; los tíos Valentín y Valentina, y mi madre. El resto seguimos como si tal cosa, más o menos, incluso la tía Quiteria a pesar de sus cien años.

   Y si, para Atienza, para Guadalajara, para Madrid y para el mundo han cambiado muchas cosas en cien años. Tal vez muchos de los jóvenes de hoy no sepan que Francos Rodríguez, además de ser una señalada calle madrileña, era, en el mayo de 1911, el Alcalde de Madrid; y que Emilia Benito era la Shakira española de la época. Pero si saben, porque los abuelos, que son la memoria de nuestros días lo han contado, una parte de la historia del pueblo y  la familia, de las lágrimas negras que en ocasiones derramaron los abuelos, los tatarabuelos o los bisabuelos, tratando de sacar adelante a una familia en época de muchas más penurias que las presentes.

   Muchas han sido las pasadas por Quiteria Galán; y a pesar de todo, la tía Quiteria, la víspera de su cien cumpleaños, se encontraba radiante sabiéndose la estrella de la función; con unos nietos orgullosos de prepararle una fiesta sorpresa y merecida; y a la que, de todos sus hermanos, sólo podía asistir “la niña”, su hermana Carmen, puesto que los demás pasaron a ser parte del recuerdo.

   A veces, cuando los años pasan y se llega a los cien, vuelven a sacarse las fuerzas, a mirar lo que quedó atrás y lo que viene por delante y, claro está, no hay comparanza. Como ella diría, el Señor le quitó un marido y le dio un hijo; le quitó un hijo y le dio una hija, aunque fuese su nuera; y le quedaron tres nietos y… toda una vida por delante y una gran página de la historia de Atienza por detrás.
    ¡Feliz cumpleaños! ¡Tía Quiteria!