jueves, marzo 26, 2015

NOTICIAS DE LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL SIGLO XVIII DEL CONVENTO DE SAN FRANCISCO, EN ATIENZA Y SU ENTORNO



NOTICIAS DE LOS ÚLTIMOS AÑOS
DEL SIGLO XVIII
 DEL CONVENTO DE
SAN FRANCISCO,
EN ATIENZA Y SU ENTORNO

Tomás Gismera Velasco

   Al siglo XIII tenemos que remontarnos para encontrar la fundación del Real Convento de Nuestro Padre San Francisco, y de la Inmaculada Concepción, en la villa de Atienza, cuyas obras ya debían de estar concluidas a finales de ese siglo, y que en los siguientes fue notablemente mejorado, primero por la primera princesa de Asturias, Catalina de Lancaster, Señora de Atienza; algo más adelante por la familia Bravo de Laguna, después los marqueses de Velamazán, a quien siguieron los Beladíez y al término de su historia por la familia Carrillo Lozano.

   Densa debió de ser su existencia, ante todo a partir del reinado de Catalina de Lancaster, alcanzando su máximo poder durante el reinado de los Reyes Católicos al hacer al dar a los franciscanos cierto poder en la villa, y donarles, entre otros muchos bienes las tierras del desaparecido poblado de Vesperinas, que posteriormente vendieron al Concejo.

   La invasión, saqueo e incendio parcial del convento por parte de las tropas francesas en el mes de enero de 1811 nos ha privado de conocer muchos de los aspectos históricos de uno de los más significativos emblemas de Atienza, no obstante, la previsión de los frailes al entrar las tropas invasoras de llevar con ellos los últimos libros de apuntes nos han dejado para la posteridad algunas páginas que nos permiten reconstruir algo de su vida en los últimos años, al menos desde mediados del siglo XVIII hasta su desaparición, mostrándonos que no sólo en la villa de Atienza tenían gran predicamento, sino que también recorrían, y eran requeridos y de alguna manera socorridos, por los pueblos del entorno, a los que frecuentemente acudían a oficiar funerales, decir misas, predicar en festividades señaladas o, simplemente, a pedir limosna.

   El apunte más antiguo que podemos encontrar en estos libros, de alguna manera de ingresos y gastos, hace referencia a la villa de Paredes de Sigüenza, de donde en el mes de diciembre de 1784 recibieron la nada despreciable cantidad, reunida por el conjunto de sus vecinos, de quinientos seis reales para algunas de las obras que entonces se estaban llevando a cabo.

   La población de Cardeñosa fue una de las que más asiduamente requería la presencia franciscana, a treinta reales ascendía la cuenta por los sermones que fray Ventura Merino pronunció en su iglesia con motivo de las fiestas de San Andrés, en el mes de enero de 1785.
Atienza de los Juglares

   Este mismo año, trasladados a la provincia de Soria, a Alpanseque, llevaron a cabo las confesiones generales en el mes de febrero, recibiendo por ello ocho reales en limosnas. En el de marzo, y desde Rienda, les enviaron ciento ochenta reales legados por uno de los ricos propietarios de aquella población, Gerónimo Ortega de Guevara. El 17 de marzo y desde Prádena, les remitieron los legados de Fabián Cerrada, en forma de veinticuatro reales, y de la memoria de Eugenio del Castillo, de Tordelrábano, sesenta reales y veinticuatro maravedíes. Cuarenta de las dominicas de Miedes y veintiocho fanegas de trigo del pueblo de Riofrío del Llano.

   La Semana Santa de 1785 la pasaron nuestros franciscanos en el pueblo de Imón, de donde obtuvieron cuatrocientos sesenta y cuatro reales. Regresaron al convento por Paredes, cuyo vecindario añadió ciento sesenta y cinco; ciento setenta Alcolea de las Peñas y tres fanegas de trigo, “para las obras”, añadieron los vecinos de Bustares y Gascueña de Bornoba cincuenta y ocho reales.

   Tras pasar por Miedes, en el mes de abril, donde reunieron “del platillo”, doscientos cuarenta reales, entraron en Hijes, de donde salieron con setenta reales. Y también para las obras que se estaban llevando a cabo, la población de Condemios les mandó veinte reales más.

   En Bochones fundó doña María García una memoria de misas, administrada en ese año de 1785 por don Pascual Bermejo, de la que recibían los frailes sesenta y nueve reales y en Cincovillas, por decir cinco misas recibieron treinta reales.
  
   A Carrascosa acudieron en el mes de junio, recibiendo sesenta y seis reales por dos misas cantadas con ocasión de las fiestas de San Antonio. Treinta reales cobraron por el mismo sermón de San Antonio en La Bodera, y ocho reales más les dieron por la rifa de dos pichones. También dieron el sermón de San Antonio en Somolinos y Condemios, de donde recibieron ciento veinte reales. También predicaron en Casillas y en Madrigal.

   No sólo a decir misas, hacer confesiones o predicar sermones se dedicaban los franciscanos, pues eran poseedores de unas pocas fanegas de tierra que solían sembrar de trigo que convertido en harina les servía para hacer su propio pan. Disponían igualmente de un nutrido gallinero que les proporcionaba una media de cuatrocientos huevos a la semana que vendían en la propia villa de Atienza, de igual manera que apacentaban un pequeño rebaño de ovejas churras que les servía para tener leche y queso y carne, al igual que lana, vendida en este año de 1785 al atencino Juan Medranda por dos mis reales. Igualmente mantenían una pequeña cabaña de ganado de cerda, y algunas vacas. Cerdos que empleaban en su propia alimentación, al tiempo que, algún que otro mes, y para su alimento, mataban también alguna vaca vieja. El sebo de los cerdos y los pellejos de las vacas  también  los  vendían.  Suponiendo  un  ingreso  extra  la venta de   hábitos  franciscanos  que servían de mortaja a los devotos del santo, ya en Atienza, ya en los pueblos del entorno. Recibiendo además una compensación extra del Administrador de la “Real Casa Hospital de San Antón”, a cuenta de la manutención de uno de sus hermanos, fray Francisco Clemente.

   En el mes de agosto predicaron las fiestas de la Asunción en Tordelloso, Cañamares, Hijes, Pinilla de Jadraque, La Bodera e Imón; las de la Virgen del Rosario y San Roque en Miedes.

   Cobraban todavía la parte que les correspondía de la memoria que fundase doña Magdalena Bravo de Laguna, entonces administrada por don Juan de Brihuega, recibiendo por ella ciento setenta y seis reales con veinticuatro maravedíes; recibiendo igualmente la parte que les correspondía de la memoria de otro atencino, Manuel Madrigal, médico en Avila, donde falleció, que ascendía a cuarenta y cuatro reales.

   No conocemos qué tipo de obras se estaban llevando a cabo en aquellos momentos en el convento, lo que si está claro es que gastaron en madera una gran parte de lo recaudado, lo que podría llevarnos a pensar que se trataba de arreglos de techumbre.

   Las predicaciones de las fiestas de San Diego, en El Atance, de San Andrés en Cardeñosa y Riofrío, y las rentillas de Romanillos, redondearon los ingresos de ese año de 1785, que ascendieron a 80.802 reales con 2 maravedíes.

   Seis eran entonces los frailes que habitaban nuestro convento, el Guardián, fray Francisco Moyano; fray Francisco García, fray Eugenio Pardo, fray Manuel Alvarez, fray Francisco Torija y fray Ventura Merino, a juzgar por sus constantes viajes, un gran predicador, ejerciendo como síndico del convento don Joaquín de Iturmendi.

   Olvidadas las desavenencias que a lo largo de los siglos mantuvieron con el poderoso Cabildo de Clérigos de la villa, los franciscanos comenzaron a predicar con cierta regularidad en las iglesias de Atienza. Siendo habituales en la práctica totalidad de cofradías, y sus festividades más señaladas.

   Del mismo modo que la aristocracia atencina protegió el convento a través de numerosas dádivas y fundaciones de misas. Ya hemos citado a algunos, quedan muchos más: María de Mingo, María Pacheco, Blas Rufo, Francisco de Fuenmayor, Juan Antonio Lozano, Segundo Celerín, Juan Manrique, Antonio de Blas, Antonio Vigil, etc.

   Los sermones de las fiestas de la Asunción, de los Dolores, de San José, San Roque y San Gil, se encargaban a nuestro ya mencionado fray Ventura Merino, por estos años, y fray Francisco Torija solía predicar para la cofradía de Ánimas del Salvador, y de la Cruz, de San Juan.

   Todavía mantenía su capilla el viejo convento de San Antón, que funcionaba como hospital, en ella decían misas nuestros franciscanos con ocasión de la memoria que allá tenía fundada doña Ramona Merino, pagadas por el Corregidor del Real lugar, Gabriel de Palafox.

   En el año 1786 marchó de Atienza fray Manuel Alvarez, ocupando su lugar fray Manuel Bodera, y al año siguiente fray Francisco Moyano fue sustituido como Guardián por fray Francisco Aguado, produciéndose una práctica renovación de los frailes, ya que marcharon con el antiguo Guardián quienes hasta entonces estaban, pasando a constituir la comunidad, junto a fray Francisco, fray Manuel Micover, fray Manuel Gallego Yela, fray Santos Tejedor y fray José de Sosa.

   Curiosas son las cuentas del mes de noviembre de 1787, ya que nos informan de que uno de los retablos ha sido renovado, no sabemos cual, sin embargo el viejo es vendido por 110 reales. Mes en el que asisten al entierro de los curas de Imón y de Aragosa. Al tiempo que un anónimo vecino de Retortillo ofreció 150 reales de limosna para las Santas Espinas.

   A fray Francisco Aguado lo sustituyó como Guardián fray Joseph Cano, y a Joaquín de Iturmendi, como síndico, Manuel Roldán. Y continuaban recibiendo todavía, en 1790, la parte que les correspondía de aquellas fanegas de sal que les donaron los Reyes Católicos, y que traducidas a moneda sumaban la cantidad de 294 reales.

   Pinilla de Jadraque era entonces Pinilla de las Monjas, y a esta localidad acudían igualmente con ocasión de los aniversarios del fallecimiento de Quiteria Hernando, pues allá dejó una cantidad para que los franciscanos fuesen a decirla misas, del mismo modo que Bárbara Parra lo hizo en Gascueña o Joseph Clemente en Pálmaces y Angela Alonso en Bustares, entre otros muchos.

   A fray Joseph Cano lo sustituyó como Guardián fray Manuel Hornillos y a este, fray Alonso Álvarez, que a su vez fue el encargado de dirigir unas señaladas rogativas a las Santas Espinas, encargadas con el Concejo con motivo de una pertinaz sequía que asoló la tierra de Atienza en el mes de julio de 1795, rogativas por las que se pagaron 40 reales.

   Los Medrano y los Bravo de Laguna habían dejado ya la villa de Atienza, aunque algunos miembros de esta familia conservaban la devoción hacía el convento, tal era el caso de fray Luis de Medrano y Loaysa, quien al fallecer dejó una memoria de 400 reales en misa a nuestros franciscanos; del mismo modo que otro atencino, José González de Castejón, gentilhombre de cámara de su majestad, hacía otro tanto, al igual que Domingo Carrillo, comendador de Burgos.

   Los viajes a las poblaciones vecinas las solían hacer en mula y en borrico. Tenían nuestros frailes en sus cuadras un macho, una mula y un asnillo. La mula, por vieja, la cambiaron en 1797 por otro macho. Se la vendieron a un muletero de Atienza por 324 reales que les dio a modo de limosna. Año este en el que comenzaron a ejercer como síndicos del convento los miembros de otra poderosa familia atencina, los Manrique Lozano, en la persona de Juan Manuel Lozano. Al concluir el siglo XVIII el convento contaba con los seis franciscanos con los que comenzamos la reseña: fray Isidro de Villalón, que ejercía de Guardián, fray Manuel Gómez, fray Joaquín Calvo, fray Manuel López, fray Joseph Cano y fray Matías Rodríguez.