SAN ANTON TENÍA UN COCHINO…
Por
Tomás Gismera Velasco
San Antón, o San Antonio Abad, tuvo en
Atienza, desde épocas medievales, una arraigada tradición a través del convento
allí existente, levantado en sus orígenes extramuros de la población, frente a
la antigua puerta de la Villa, a juicio del historiador Layna Serrano fundado
en el siglo XIII por San Juan de Mata.
Cierto o no cuanto hace al origen de su
fundación, dicho convento, convertido con el paso del tiempo en hospital,
regido por los canónigos regulares de San Antonio Abad, popularmente conocidos
como antoninos o antonianos, atendió históricamente a los enfermos de peste y
enfermedades contagiosas, particularmente a quienes padecían el llamado “fuego
de San Antón”; enfermedad de origen desconocido durante varios siglos,
caracterizada por ulceraciones en la cara, y producida por el cornezuelo del
centeno, cuya harina fue el principal elemento para la elaboración del pan hasta
siglos recientes en época de carestía del trigo. Igualmente es probable que el
nombre de la enfermedad se deba a la atención que a los enfermos prestaban los
antonianos.
La vida del santo titular, que ya fue
contaba en el famoso libro de vidas de santos “La leyenda dorada”, escrito por
Santiago de la Vorágine, se popularizó en España y principalmente Francia, a
donde llegaron sus reliquias a lo largo del siglo XI.
La leyenda de la milagrosa cura de ceguera a
los cerdos, o jabalíes, según las traducciones, y la protección que a partir de
dicho acto facilitó al santo una cerda, o jabalina, se hizo tan popular que,
enraizada en la tradición, pasó a la historia como el santo patrón de dichos
animales, extendiéndose después al conjunto del reino animal.
Es tradición que los primeros conventos de
la orden, como tantos otros, se levantaron en el Camino de Santiago, para curar
y atender a los peregrinos afectados de peste que por allí pasaban, del mismo
modo que es tradición que los canónigos de dichos conventos, en honor al santo
y para atender a las necesidades hospitalarias de sus fundaciones, solían
soltar por las calles de sus lugares a sus piaras de cerdos, para que se
alimentasen libremente o en su caso fuesen alimentados por el vecindario. Su carne,
una vez sacrificados, serviría para dar de comer a los hospitalizados, o para
atender la caridad de quienes lo solicitasen, al tiempo que su grasa, bendecida
por intercesión del santo, se emplearía para la curación o alivio del llamado
“fuego de San Antón”.
Nada de esto ha llegado hasta nosotros sobre
el convento atencino. Si los avatares históricos por los que pasó, ya que fue
derruido durante la invasión de las tropas navarras en la Guerra de los
Infantes de Aragón, si bien fue reconstruido años después.
Cuenta el mismo Layna Serrano[1]
que con el tiempo la congregación se fue desvirtuando, hasta el punto de que
dichos canónigos fueron expulsados de la villa, convento y hospital, para ser
ocupado por el Concejo, hasta su total desaparición a causa del saqueo de las
tropas francesas durante la Guerra de Independencia, en 1811. Fue Atienza por otra parte lugar
representativo en la comarca para el comercio del cerdo.
Hasta bien entrado el decenio de 1970 se
mantuvo el mercado semanal de dichos animales, establecido tradicionalmente en
la plaza de Mecenas que, por su dedicación, el vulgo pasó a denominar “plaza de
los cochinos”. Del mismo modo que en siglos pasados la piara de cerdos de la
villa debió de pastar libremente por sus dehesas, puesto que el municipio
pagaba a un guarda para su custodia la nada despreciable cifra de mil reales
anuales, en 1752.[2]
La tradición.
Según cuenta Angel Lera de Isla[3],
la fiesta del cochino en torno a San Antón no comenzó a popularizarse hasta el
siglo XVII, siendo Madrid la ciudad en la que comenzarían dichas celebraciones.
La realidad es que en Madrid se celebró
desde dicho siglo la tradicional romería de San Antón, con su más o menos
compleja representación del “rey de los berracos”, tan comentada y descrita
desde el Siglo de Oro, llegando a ser prohibida por sus excesos y falta de
religiosidad en muchos casos,;en 1697 por vez primera, conforme a lo que recoge
Pedro de Répide en sus “Costumbres y Devociones Madrileñas”[4]. Por su parte Emilio Jorrín[5]
afirma que con motivo de dicha festividad se rifaba en la Puerta del Sol
madrileña, un cochino.
Cuenta Pedro de Répide que tras la llegada
de los romeros, las bendiciones y demás “después era la bacanal sin freno. La
tremenda algarabía de berridos, relinchos y rebuznos, junto con los gritos y
los cánticos de la plebe que comía y bebía sin saciarse jamás. Llegábales la
noche, y aquel tropel tumultuoso, donde acababan por tener lugar todos los
desmanes, hasta los más sangrientos, era una orgia sabática”.
El propio Pedro de Répide da cuenta de cómo,
en años posteriores, la fiesta se “civilizó e institucionalizó”, “más tarde, a
finales del siglo XVIII, arraigóse la costumbre de ir el día de San Antón a
pasear bestias y personas, unas y otras con los más esplendidos atavíos,
delante de la escuela calasancia, y dando tema para sus epigramas a un clérigo
viejecillo que se asomaba tras una reja de la rectoral del convento frontero[6]”.
La Cofradía de San Antón, en Atienza.
Poco conocemos sobre los orígenes de esta
fiesta en Atienza, conforme a lo anteriormente expuesto. No obstante si tenemos
la certeza de que existió hasta finales de la década de 1960, una hermandad de
San Antonio, dedicada a dar culto al santo en la iglesia de la Santísima
Trinidad.
Hermandad de la que participaban
mayoritariamente los propietarios de ganado mular y vacuno, en su mayoría
unidos a su vez desde 1929, en la llamada Comunidad de Propietarios del Toro
Semental de la Villa.
Poco nos ha llegado de dicha “Hermandad de
San Antonio”, puesto que tras su desaparición, sus libros de actas y cuentas,
si es que existieron como así debió de ser, quedaron en manos particulares,
desconociéndose en cuales, si bien andado el tiempo fueron entregadas a la
iglesia las insignias, “varas” o tronos, correspondientes a los cargos de
mayordomos y priostres, al día de hoy depositadas en el museo de arte religioso
de San Gil, sección platería.
Si conocemos a través de uno de sus últimos
priostres que la hermandad estaba compuesta por un Priostre, tres vocales y un
mayordomo, y que sus actividades, como en la inmensa mayoría de las cofradías
no se reducían a la celebración de la festividad del patrón de los animales, a
su vez patrono de los herreros.
Todos los terceros domingos de mes, la Junta
de la Hermandad tenía obligación de asistir a misa mayor en la parroquia
titular, así como el resto de los hermanos, estos pudiendo ser disculpados por
razones de edad o laborales, y como cofradía, asistirse mutuamente.
Los cargos se renovaban anualmente, y en
cada una de las juntas, celebradas al cabo de la tarde, la directiva concluía
la jornada con una cena en la casa del priostre, tradicionalmente judías
coloradas, cordero estofado, naranjas, pan y vino.
Del mismo modo, cada una de las veces que la
junta de la hermandad salía o entraba de la casa del priostre para el
tradicional “acompañamiento” o “despedida” de las insignias, tras alguna de las
celebraciones, en la casa del priostre se servía a los hermanos de la junta vino,
acompañado de los típicos bollos de chicharrones[7].
El cochino de San Antón.
Como forma de ayudar a los gastos de la
celebración del día, así como de los ocasionados a lo largo del año, la junta
directiva entrante de la hermandad, tras el cambio de mandos en la tarde noche
de la festividad del santo, solía comprar en el primer día de mercado siguiente
a la celebración, una cría de cerdo, generalmente negro[8], que en los primeros días era mantenido
por la directiva en la casa del priostre, sacándolo a las calles al cabo de la
tarde, hasta que se habituaba a caminar solo por las calles del pueblo y
regresaba a la casa de cobijo.
Costumbre esta llevada a cabo en otros
numerosos pueblos de España.
Particularmente en Pozoamargo (Cuenca), en
celebración más o menos similar, el cerdo pequeño era adquirido antes de la
subasta del grande, para que junto a él aprendiese a ir de un lado para el
otro.
Finalmente el cerdo, el cochino de San
Antón, distinguido por una campanilla que a la vez que lo identificaba delataba
su posición, vagaba libremente por las calles del pueblo.
La memoria infantil lleva al autor a verlo
corretear por las callejuelas de San Gil atencinas, deteniéndose ante las
puertas de las casas que habitualmente le daban alimento, y regresando como si
de un perrillo se tratase al oscurecer, al lugar en el que lo mantenía la
hermandad.
Dicha tradición o costumbre, soltar el cerdo
por las calles y que fuese alimentado y engordado por el pueblo, por supuesto
que no fue exclusivo de Atienza, ni siquiera de la provincia de Guadalajara.
En un veloz repaso, tras pasar por
Pozoamargo, podríamos detenernos en Trévago (Soria), donde era obligatorio dar
de comer al animal en la casa ante la que se detenía, y darle cobijo nocturno
en la que al cabo de la tarde entraba. En La Alberca (Salamanca), se seguían
métodos similares al atencino, lo mismo que en Berrinches (Ciudad Real), y en
San Román de Arnija (Valladolid), el cerdo quedaba en propiedad de quien le dio
asilo la noche de San Antón. Así podríamos continuar por la práctica totalidad
de la geografía nacional.
El final del cochino de San Antón en
cualquier caso, y teniendo en cuenta que la celebración coincide en el tiempo
con la época de matanzas, era terminar convertido en alimento de aquellos que
tuviesen la fortuna de ser agraciados con la papeleta ganadora del sorteo,
puesto que en el caso de Atienza, y desde los días previos a la Navidad, la
hermandad, acompañada del cochino, salía a vender por las casas las papeletas
de la rifa, cuyo punto final, el sorteo o “remate”, tenía lugar en la tarde de
San Antonio ante las puertas de la iglesia de la Santísima Trinidad.
La fiesta de San Antón.
Los informantes no fueron capaces de situar,
dado el paso del tiempo y la edad, al cochino de San Antón durante la
celebración de los oficios del santo. Todos los consultados coincidieron a la
hora de situarlo en el patio de la iglesia, engalanado con lazos de colores y
su identificativa campanilla, aprovechando la hermandad la celebración para
vender las últimas papeletas de la rifa en los oficios de la mañana, tras los
cuales tenía lugar la tradicional bendición de los animales, mulas, asnos,
vacas, caballos o bueyes, que generalmente engalanados para la ocasión hacían
su entrada en el patio de la iglesia, dando la vuelta al edificio, sin que esto
quiera decir que rodeaban el templo como en otros lugares es costumbre, sino
que entraban en el patio desde la parte posterior de la iglesia, rodeándola,
como es costumbre en otras cofradías, procesiones y celebraciones que tienen
lugar en dicha iglesia.
Del mismo modo que era costumbre el que a la
misa del santo se llevase pan, agua o cebada para ser bendecidos y llevarlos a
los animales que no acudieron a recibir la bendición[9].
Siendo el día del patrón, en consideración
al acto, era festivo para los animales de labor; pues ese día mulas, vacas,
bueyes, asnos o caballos no araban ni hacían oficios correspondientes a la
época agrícola, por otro lado prácticamente nula.
La oración de San Antonio.
Por supuesto que al término de la misa se
cantaban los ya famosos “Milagros de San Antonio”, que en sus diferentes formas
han llenado el cancionero tradicional:
Divino
y glorioso Antonio,
Suplícale
al Dios del cielo,
Que
con su gracia divina,
Alumbre
mi entendimiento,
Para
que mi lengua cante,
Aquel
milagro en tu huerto…
Del mismo modo que, al paso de los animales
se hacían las correspondientes y, en algunos casos, interesadas peticiones:
San
Antonio bendito,
Guárdame
el cabrito.
O
bien:
Antonio
bendito, por Dios te lo pido,
Guarda
mis ganados con celo divino.
Y
más particular todavía:
Oh
glorioso San Antonio,
Lo
que te vengo a pedir,
Solo
tú lo puedes dar,
Y
tu mano conseguir,
Que
me guardes el borrico,
Y
no lo dejes morir.
Borrico que, por supuesto, podía ser suplido
por mula, mulo, caballo, cerdo o cualquier otro animal necesitado de
intercesión.
Desconocemos si, en caso de necesidad, el
santo acudió en su auxilio, el pastor Francisco Serrano[10] contaba que ante el ataque del zorro
siempre relataba la oración de San Antonio, para que protegiese a las crías, “y
algún cordero siempre degollaba la zorra”.
El caso es que la anteriormente citada
“Comunidad de Propietarios del Toro Semental de la Villa”, creó una especie de
caja comunal para pagar de manera prorrateada entre todos los propietarios de
ganado vacuno, cualquier res que, por enfermedad o accidente, tuviese que ser
sacrificada, lo que prueba que, a pesar de la religiosidad y confianza tenida
hacía el santo, siempre se dio margen al error.
Del mismo modo que oraciones y súplicas al
santo pasaron de boca en boca por tradición oral, la figura del santo y su
cochino lo hicieron a los juegos y cantos infantiles, mayoritariamente
femeninos en el salto de la comba:
San
Antón tiene un cochino,
Al
que da sopas con vino,
Y
su padre le decía,
No
emborraches al cochino
Pórtate
bien Antoñito,
Y
haz que gane el jueguecito…
O
bien:
San
Antón con su bastón,
A
San Roque pegó un palo,
San
Roque le achuchó al perro,
Y
al cochino mordió el rabo.
San
Antón con su bastón,
Se
puso a guardar su huerto,
Y
al perro de San Roque,
Tiraba
las calabazas,
Que
San Roque recogía,
Para
llenarlas con agua…
E
igualmente se cantaba:
San
Sebastián fue francés,
Y
San Roque peregrino,
Y
lo que tiene a los pies,
San
Antón, es un cochino.
San
Roque tenía un perro,
Que
le guardaba los pasos,
Y
cuando venía el lobo,
El
perro siempre ladraba.
Cantos
que enlazan con las coplas de ronda serranas:
San
Antón perdió el cochino,
San
Roque la calabaza,
Y
tú perderás el moño,
Serrana
si no te casas.
Del
mismo modo que pasó al refranero: “Por San Antón, brasero y mantón”, o “Por San
Antón, la gallina pon”, entre otros muchos.
Otras manifestaciones de las fiestas de
enero, en la provincia.
Manteniendo parentesco con los ritos
carnavalescos, en Palazuelos la noche anterior a San Antón entraban en el
pueblo los pastores, haciendo sonar los cencerros de sus animales, despertando
a la población con la llegada de sus rebaños, que quedaban en las proximidades
de la iglesia donde al día siguiente en el transcurso de la misa, serían
bendecidos.
En Cendejas de Enmedio, fué en tiempo la fiesta mayor con una
duración de tres días. La Cofradía de San Antón repartía bacalao, pan, vino y
dulces, que antes les habían ofrecido. Los casados invitaban a comer a los
solteros y el último día de la fiesta se invertían los papeles haciéndolo los
mozos a los casados.
Por supuesto cada localidad celebra de una
manera propia ésta festividad, casi siempre con un nexo de unión, si bien puede que una de las más curiosas sea la de
Moratilla de los Meleros con su baile del "japé".
En Alustante, para contar con mayor número
de asistentes la festividad ha sido trasladada al fin de semana más cercano,
encendiéndose la tradicional hoguera, que tiene su origen en el llamado fuego
de San Antón, una afección cutánea que producía ardores y llagas, muy extendida
en la Edad Media, producida por un germen del trigo, época donde se comenzó a
seguir el rito de saltar la hoguera que al tiempo que purificaba había de
proteger de los dolores lumbares durante la temporada de la siega, así era la
creencia, siendo las cenizas empleadas, una vez bendecidas en fertilizar los
campos.
En Cogolludo la Hermandad era la encargada de organizar los actos con
la marcha a la ermita y la posterior procesión, "las vueltas",
consistentes en rodear el templo por tres veces cada uno de los asistentes con
sus respectivos animales, por su parte los monaguillos llevaban a la iglesia
dos animales, un perro y un gato, sobre los que el sacerdote pronunciaba la
bendición en representación de todos los demás.
En Navalpotro tuvieron éstas fiestas alto
rango, celebrándose conjuntamente con las de San Sebastián,
enlazándose
así varios días festivos, que se
iniciaban con la recaudación del alguacil, de puerta en puerta, del dinero para
oficiar una misa por todos los animales de la localidad, misa en la que se
bendecían, asistiendo los labradores con sus mulas engalanadas para la ocasión
con las mejores sobrejalmas y cobertores, haciéndolo los vecinos con velas que
cada cual ofrecía en favor de sus propios animales.
Por su parte, San Sebastián goza sin lugar a dudas de amplia devoción dentro de la provincia, si
bien los actos que tradicionalmente lo festejaban han quedado reducidos en
muchas ocasiones a la celebración de los oficios religiosos, sin embargo es
digno de recordarse en lugares como El Cubillo,
donde se reunían los "Hermanos de San Sebastián" para celebrar
vísperas y preparar la caridad, pan con anises y trozos de queso, repartiéndose
igualmente panes enteros a familias necesitadas.
En Castejón de Henares la Cofradía que se
fundó hace más de cien años con el fin de atender a los enfermos y que cuenta
en la actualidad con cerca de un centenar de hermanos, lo celebra con misa
mayor, invitando los mayordomos al resto de los cofrades a vino, pan y
cañamones. En La Huerce la fiesta se ha trasladado al mes de agosto, y en
Alaminos se celebra de forma casi familiar, si bien no falta el baile y los
oficios religiosos, entregándose la caridad a los vecinos a expensas de la
asociación cultural, organizadora de los actos. Más colorista sin duda es la
celebración en Mohernando donde tras la
misa se reparte la caridad, pan, queso, bacalao y vino, interviniendo en la
fiesta los "Bufones de Palacio".
De manera sencilla lo celebran en Valfermoso
de las Monjas, y en Almonacid de Zorita, donde como en otros muchos puntos de
la provincia, es la corporación municipal quien celebra la fiesta, pues aquí
desde el siglo XVIII es el patrón del Ayuntamiento. En Hortezuela de Océn fué
también su patrón municipal, y hoy ha quedado desbancado por las fiestas de
verano a pesar de seguir acudiendo los vecinos a la reunión festiva en torno a
los oficios religiosos, y en el Ordial es fiesta grande siendo llevado el santo en procesión por las
mujeres del pueblo, si bien la festividad también ha cambiado de fecha, a la
última semana de agosto. Por último en Pastrana, donde fue también fiesta
grande, ésta al igual que ha ocurrido en
tantos otros lugares es mera representación, que tratan de rescatar devolviendo
a la vigencia antiguos ritos, como llevar a la procesión la bandera de la villa
o hermandad con su lema, "todos para uno, Dios para todos".
La Virgen de la Paz, el 24 de enero, se
celebró en Ruguilla y se celebra en Mandayona y Alovera, donde tiene rango de
fiesta mayor. San Blas celebra su festividad el 3 de febrero con actos
litúrgicos o más llamativos, con botargas, sin embargo un elemento común a
todos los festejos es el reparto de "la caridad del santo", que una
vez bendecida se ingiere o se guarda en previsión de afecciones, de aquellas
zonas del cuerpo que éste protege, conforme a la tradición popular siguiendo la
costumbre impuesta por el santoral. En el caso de San Blas, su caridad protege
la garganta, ya que el santo curó a un atragantado.
Rara es la población que no lo recuerda o
que no cuente con dulces de elaboración propia con los que celebrarlo. En Hita
se subastan las roscas llamadas del Santo, en Albalate se preparan las migas
populares, en Iriépal los bollos y secajos, en Atanzón se reparten torraos, en
Viñuelas tostones, en Valdenoches rosquillas, en Fontanar, pan con chorizo, en
Hontova tiene lugar una merienda popular, en Albalate de Zorita al día
siguiente que se denomina San Blasillo, ofrendan para los gastos de la
parroquia corderos, pichones, miel y queso, que posteriormente serán
públicamente subastados...
Todos éstos ingredientes son en muchos
lugares parte de la "caridad", que se ha convertido en un elemento común a todas las fiestas en costumbre muy
extendida y relacionada con diversidad
de festejos, como una forma de compartir la fiesta o los bienes entre los más
necesitados, y de esa forma hacerles partícipes de la celebración, sin olvidar
el lado religioso y el considerado milagrero, habiéndose convertido al propio
tiempo en un acto más de considerable importancia dentro de la tradición
costumbrista.
En tiempo pasado éstas caridades muy
arraigadas en la provincia, consistían en la entrega de una ración de pan, a
veces acompañada de queso o de algún producto originario de la población, o
procedente de la matanza del cerdo, siendo entregada o regalada por los
miembros de las hermandades o cofradías que en determinados días celebraban
grandes comidas de hermandad, repartiendo en aquella ocasión las sobras entre
los necesitados, llegando a convertirse en hábito de caridad.
Estas caridades se reducen al día de hoy a
la donación simbólica de la ofrenda en nombre del santo, en cualquiera de sus
celebraciones y con variados y distintos nombres, pan de San Antón, caridad de
Santa Agueda, limonada de San Isidro, pan de la Virgen...
En otros tiempos y con motivo de grandes
celebraciones incluso los pobres eran invitados a compartir mesa y mantel en
días extraordinarios o con ocasión de especiales acontecimientos.
Esta forma de compartir se hizo extensiva a
toda la provincia y lo sigue siendo en una pública expresión de agrado no
exenta en la actualidad de un toque curioso que trata de aparentar costumbrismo
a los ojos del visitante.
Actualmente de éstas caridades disfruta
todo el pueblo sea en forma de raciones de pan o en las clásicas calderetas que
con motivo de los festejos taurinos se llevan a cabo en muchos lugares como
broche final de los tradicionalmente celebrados con ocasión de las fiestas
patronales.
En Fontanar y con motivo de su festividad se
hace reparto de la "caridad de San Blas", los actos
son organizados conjuntamente por el Ayuntamiento y la parroquia de
Nuestra Señora la Mayor. La caridad consiste en panes, alrededor de mil
raciones, acompañadas de otras tantas de chorizo. Para éste reparto un
hacendado local dejó su herencia al consistorio a fin de que éste la pusiera en
renta y con el dinero que obtuviese la repartiese a los menores de catorce años
con la obligación de asistencia de los mayores a los oficios litúrgicos. La
hacienda, conocida en la localidad como Huerta de San Blas, se transformó hace
pocos años en parque municipal y el Ayuntamiento se encarga desde entonces del
reparto de la limosna, extendiéndola a todo el municipio.
Común a muchos de éstos festejos es el
fuego, ya sea con ocasión de San Antón o las
llamadas en algunas localidades "Hogueras de San Vicente" con
motivo de su festividad, o de San Blas, la Candelaria, etc., en esos casos las
hogueras son coprotagonistas de la fiesta como signo de purificación contra el
mal de la peste en el primero de los casos y reseña de salvación en el
siguiente, donde con el martirio de San Vicente trata de recordarse la
conquista de la ciudad de Sigüenza por el obispo Bernardo de Agén, y la quema
de los restos de la batalla. En algunos
lugares la noche de San Antón se pasaba por las hogueras a los animales
para que éstos también se purificasen con el fuego, o son llevadas sus cenizas
a sus cercanías para que estén protegidos contra futuros males, como
patrón protector, en especial a los
cerdos, pues según la leyenda origen de la tradición, el santo curó a un cerdo
y éste le siguió como un perrillo a todas partes, lo que originó el llamado
"cochino de San Antón" y su posterior patronazgo.
En la Yunta las hogueras eran preparadas la
noche de la víspera por cuenta de mozos, hombres y mujeres, por barrios o por
calles, los jóvenes de hoguera en hoguera recorrían el pueblo echando harina y
pelusas y untando a las mozas con hollín, y por supuesto al día siguiente se
daba descanso a los animales de labor.
La fiesta de San Antón, en Atienza, fue
recuperada para el calendario festivo por la asociación de mujeres Las Hilanderas
de Atienza, y con la colaboración de los vecinos, el pasado año 2008.
[2] Según las respuestas del Catastro de Ensenada, Atienza 1752, Madrid 1990,
pág. 89. 430 reales ganaban los guardas de monte y dehesa, 470 los de ganado
vacuno y 3.300 el alcalde mayor.
[3] “Del folklore campesino; la fiesta de San Antón”,
en Revista de Folklore, Valladolid 1982, núm. 13, págs. 20-22.
[4] Recogido a su vez por Reyes G. Valcárcel en “Fiestas tradicionales
madrileñas”, Madrid 1997, págs. 13-16.
[5] “Rasgos de Campoó. La Matanza”. Torrelavega 1999,
págs. 127-129.
[6] Pedro de Répide, “Madrid, visto y sentido”, pág.
91.
[7] Parte de las grasas e intestinos del cerdo,
fritas y resecadas.
[8] La figura del cerdo en el grupo escultórico
atencino, es negro. El autor ha conocido cerdos negros, y blancos y negros,
como “cochinos de San Antón”.
[9] En el relato de Pedro de Répide anteriormente mencionado se dice: “…bendícenos este pan –decía el grotesco rey.
Y la mano sacerdotal hacía el signo de la cruz sobre el pan que el extraño
monarca repartía entre los más cercanos a la hueste.
-Bendícenos la cebada para las bestias –volvía a pedir luego.
Y el fraile bendecía el grano de los campos que había de nutrir a los
brutos, también criaturas de Dios”.