miércoles, marzo 25, 2015

SAN ANTON TENÍA UN COCHINO…



SAN ANTON TENÍA UN COCHINO…
Por Tomás Gismera Velasco

      San Antón, o San Antonio Abad, tuvo en Atienza, desde épocas medievales, una arraigada tradición a través del convento allí existente, levantado en sus orígenes extramuros de la población, frente a la antigua puerta de la Villa, a juicio del historiador Layna Serrano fundado en el siglo XIII por San Juan de Mata.

   Cierto o no cuanto hace al origen de su fundación, dicho convento, convertido con el paso del tiempo en hospital, regido por los canónigos regulares de San Antonio Abad, popularmente conocidos como antoninos o antonianos, atendió históricamente a los enfermos de peste y enfermedades contagiosas, particularmente a quienes padecían el llamado “fuego de San Antón”; enfermedad de origen desconocido durante varios siglos, caracterizada por ulceraciones en la cara, y producida por el cornezuelo del centeno, cuya harina fue el principal elemento para la elaboración del pan hasta siglos recientes en época de carestía del trigo. Igualmente es probable que el nombre de la enfermedad se deba a la atención que a los enfermos prestaban los antonianos.

   La vida del santo titular, que ya fue contaba en el famoso libro de vidas de santos “La leyenda dorada”, escrito por Santiago de la Vorágine, se popularizó en España y principalmente Francia, a donde llegaron sus reliquias a lo largo del siglo XI.

   La leyenda de la milagrosa cura de ceguera a los cerdos, o jabalíes, según las traducciones, y la protección que a partir de dicho acto facilitó al santo una cerda, o jabalina, se hizo tan popular que, enraizada en la tradición, pasó a la historia como el santo patrón de dichos animales, extendiéndose después al conjunto del reino animal.

   Es tradición que los primeros conventos de la orden, como tantos otros, se levantaron en el Camino de Santiago, para curar y atender a los peregrinos afectados de peste que por allí pasaban, del mismo modo que es tradición que los canónigos de dichos conventos, en honor al santo y para atender a las necesidades hospitalarias de sus fundaciones, solían soltar por las calles de sus lugares a sus piaras de cerdos, para que se alimentasen libremente o en su caso fuesen alimentados por el vecindario. Su carne, una vez sacrificados, serviría para dar de comer a los hospitalizados, o para atender la caridad de quienes lo solicitasen, al tiempo que su grasa, bendecida por intercesión del santo, se emplearía para la curación o alivio del llamado “fuego de San Antón”.

   Nada de esto ha llegado hasta nosotros sobre el convento atencino. Si los avatares históricos por los que pasó, ya que fue derruido durante la invasión de las tropas navarras en la Guerra de los Infantes de Aragón, si bien fue reconstruido años después.

   Cuenta el mismo Layna Serrano[1] que con el tiempo la congregación se fue desvirtuando, hasta el punto de que dichos canónigos fueron expulsados de la villa, convento y hospital, para ser ocupado por el Concejo, hasta su total desaparición a causa del saqueo de las tropas francesas durante la Guerra de Independencia, en 1811.     Fue Atienza por otra parte lugar representativo en la comarca para el comercio del cerdo.

   Hasta bien entrado el decenio de 1970 se mantuvo el mercado semanal de dichos animales, establecido tradicionalmente en la plaza de Mecenas que, por su dedicación, el vulgo pasó a denominar “plaza de los cochinos”. Del mismo modo que en siglos pasados la piara de cerdos de la villa debió de pastar libremente por sus dehesas, puesto que el municipio pagaba a un guarda para su custodia la nada despreciable cifra de mil reales anuales, en 1752.[2]

La tradición.
   Según cuenta Angel Lera de Isla[3], la fiesta del cochino en torno a San Antón no comenzó a popularizarse hasta el siglo XVII, siendo Madrid la ciudad en la que comenzarían dichas celebraciones.

   La realidad es que en Madrid se celebró desde dicho siglo la tradicional romería de San Antón, con su más o menos compleja representación del “rey de los berracos”, tan comentada y descrita desde el Siglo de Oro, llegando a ser prohibida por sus excesos y falta de religiosidad en muchos casos,;en 1697 por vez primera, conforme a lo que recoge Pedro de Répide en sus “Costumbres y Devociones Madrileñas”[4]. Por su parte Emilio Jorrín[5] afirma que con motivo de dicha festividad se rifaba en la Puerta del Sol madrileña, un cochino.

   Cuenta Pedro de Répide que tras la llegada de los romeros, las bendiciones y demás “después era la bacanal sin freno. La tremenda algarabía de berridos, relinchos y rebuznos, junto con los gritos y los cánticos de la plebe que comía y bebía sin saciarse jamás. Llegábales la noche, y aquel tropel tumultuoso, donde acababan por tener lugar todos los desmanes, hasta los más sangrientos, era una orgia sabática”.

   El propio Pedro de Répide da cuenta de cómo, en años posteriores, la fiesta se “civilizó e institucionalizó”, “más tarde, a finales del siglo XVIII, arraigóse la costumbre de ir el día de San Antón a pasear bestias y personas, unas y otras con los más esplendidos atavíos, delante de la escuela calasancia, y dando tema para sus epigramas a un clérigo viejecillo que se asomaba tras una reja de la rectoral del convento frontero[6]”.

La Cofradía de San Antón, en Atienza.
   Poco conocemos sobre los orígenes de esta fiesta en Atienza, conforme a lo anteriormente expuesto. No obstante si tenemos la certeza de que existió hasta finales de la década de 1960, una hermandad de San Antonio, dedicada a dar culto al santo en la iglesia de la Santísima Trinidad.

   Hermandad de la que participaban mayoritariamente los propietarios de ganado mular y vacuno, en su mayoría unidos a su vez desde 1929, en la llamada Comunidad de Propietarios del Toro Semental de la Villa.         

     Poco nos ha llegado de dicha “Hermandad de San Antonio”, puesto que tras su desaparición, sus libros de actas y cuentas, si es que existieron como así debió de ser, quedaron en manos particulares, desconociéndose en cuales, si bien andado el tiempo fueron entregadas a la iglesia las insignias, “varas” o tronos, correspondientes a los cargos de mayordomos y priostres, al día de hoy depositadas en el museo de arte religioso de San Gil, sección platería.   

   Si conocemos a través de uno de sus últimos priostres que la hermandad estaba compuesta por un Priostre, tres vocales y un mayordomo, y que sus actividades, como en la inmensa mayoría de las cofradías no se reducían a la celebración de la festividad del patrón de los animales, a su vez patrono de los herreros.

   Todos los terceros domingos de mes, la Junta de la Hermandad tenía obligación de asistir a misa mayor en la parroquia titular, así como el resto de los hermanos, estos pudiendo ser disculpados por razones de edad o laborales, y como cofradía, asistirse mutuamente.

   Los cargos se renovaban anualmente, y en cada una de las juntas, celebradas al cabo de la tarde, la directiva concluía la jornada con una cena en la casa del priostre, tradicionalmente judías coloradas, cordero estofado, naranjas, pan y vino.

   Del mismo modo, cada una de las veces que la junta de la hermandad salía o entraba de la casa del priostre para el tradicional “acompañamiento” o “despedida” de las insignias, tras alguna de las celebraciones, en la casa del priostre se servía a los hermanos de la junta vino, acompañado de los típicos bollos de chicharrones[7].

El cochino de San Antón.
   Como forma de ayudar a los gastos de la celebración del día, así como de los ocasionados a lo largo del año, la junta directiva entrante de la hermandad, tras el cambio de mandos en la tarde noche de la festividad del santo, solía comprar en el primer día de mercado siguiente a la celebración, una cría de cerdo, generalmente negro[8], que en los primeros días era mantenido por la directiva en la casa del priostre, sacándolo a las calles al cabo de la tarde, hasta que se habituaba a caminar solo por las calles del pueblo y regresaba a la casa de cobijo.

   Costumbre esta llevada a cabo en otros numerosos pueblos de España.
   Particularmente en Pozoamargo (Cuenca), en celebración más o menos similar, el cerdo pequeño era adquirido antes de la subasta del grande, para que junto a él aprendiese a ir de un lado para el otro.

   Finalmente el cerdo, el cochino de San Antón, distinguido por una campanilla que a la vez que lo identificaba delataba su posición, vagaba libremente por las calles del pueblo.

   La memoria infantil lleva al autor a verlo corretear por las callejuelas de San Gil atencinas, deteniéndose ante las puertas de las casas que habitualmente le daban alimento, y regresando como si de un perrillo se tratase al oscurecer, al lugar en el que lo mantenía la hermandad.

   Dicha tradición o costumbre, soltar el cerdo por las calles y que fuese alimentado y engordado por el pueblo, por supuesto que no fue exclusivo de Atienza, ni siquiera de la provincia de Guadalajara.

   En un veloz repaso, tras pasar por Pozoamargo, podríamos detenernos en Trévago (Soria), donde era obligatorio dar de comer al animal en la casa ante la que se detenía, y darle cobijo nocturno en la que al cabo de la tarde entraba. En La Alberca (Salamanca), se seguían métodos similares al atencino, lo mismo que en Berrinches (Ciudad Real), y en San Román de Arnija (Valladolid), el cerdo quedaba en propiedad de quien le dio asilo la noche de San Antón. Así podríamos continuar por la práctica totalidad de la geografía nacional.

    El final del cochino de San Antón en cualquier caso, y teniendo en cuenta que la celebración coincide en el tiempo con la época de matanzas, era terminar convertido en alimento de aquellos que tuviesen la fortuna de ser agraciados con la papeleta ganadora del sorteo, puesto que en el caso de Atienza, y desde los días previos a la Navidad, la hermandad, acompañada del cochino, salía a vender por las casas las papeletas de la rifa, cuyo punto final, el sorteo o “remate”, tenía lugar en la tarde de San Antonio ante las puertas de la iglesia de la Santísima Trinidad.

La fiesta de San Antón.
   Los informantes no fueron capaces de situar, dado el paso del tiempo y la edad, al cochino de San Antón durante la celebración de los oficios del santo. Todos los consultados coincidieron a la hora de situarlo en el patio de la iglesia, engalanado con lazos de colores y su identificativa campanilla, aprovechando la hermandad la celebración para vender las últimas papeletas de la rifa en los oficios de la mañana, tras los cuales tenía lugar la tradicional bendición de los animales, mulas, asnos, vacas, caballos o bueyes, que generalmente engalanados para la ocasión hacían su entrada en el patio de la iglesia, dando la vuelta al edificio, sin que esto quiera decir que rodeaban el templo como en otros lugares es costumbre, sino que entraban en el patio desde la parte posterior de la iglesia, rodeándola, como es costumbre en otras cofradías, procesiones y celebraciones que tienen lugar en dicha iglesia.

   Del mismo modo que era costumbre el que a la misa del santo se llevase pan, agua o cebada para ser bendecidos y llevarlos a los animales que no acudieron a recibir la bendición[9].
   Siendo el día del patrón, en consideración al acto, era festivo para los animales de labor; pues ese día mulas, vacas, bueyes, asnos o caballos no araban ni hacían oficios correspondientes a la época agrícola, por otro lado prácticamente nula.


La oración de San Antonio.
   Por supuesto que al término de la misa se cantaban los ya famosos “Milagros de San Antonio”, que en sus diferentes formas han llenado el cancionero tradicional:

Divino y glorioso Antonio,
Suplícale al Dios del cielo,
Que con su gracia divina,
Alumbre mi entendimiento,
Para que mi lengua cante,
Aquel milagro en tu huerto…

   Del mismo modo que, al paso de los animales se hacían las correspondientes y, en algunos casos, interesadas peticiones:
San Antonio bendito,
Guárdame el cabrito.

O bien:
Antonio bendito, por Dios te lo pido,
Guarda mis ganados con celo divino.

Y más particular todavía:
Oh glorioso San Antonio,
Lo que te vengo a pedir,
Solo tú lo puedes dar,
Y tu mano conseguir,
Que me guardes el borrico,
Y no lo dejes morir.

   Borrico que, por supuesto, podía ser suplido por mula, mulo, caballo, cerdo o cualquier otro animal necesitado de intercesión.

   Desconocemos si, en caso de necesidad, el santo acudió en su auxilio, el pastor Francisco Serrano[10] contaba que ante el ataque del zorro siempre relataba la oración de San Antonio, para que protegiese a las crías, “y algún cordero siempre degollaba la zorra”.

    El caso es que la anteriormente citada “Comunidad de Propietarios del Toro Semental de la Villa”, creó una especie de caja comunal para pagar de manera prorrateada entre todos los propietarios de ganado vacuno, cualquier res que, por enfermedad o accidente, tuviese que ser sacrificada, lo que prueba que, a pesar de la religiosidad y confianza tenida hacía el santo, siempre se dio margen al error.

   Del mismo modo que oraciones y súplicas al santo pasaron de boca en boca por tradición oral, la figura del santo y su cochino lo hicieron a los juegos y cantos infantiles, mayoritariamente femeninos en el salto de la comba:

San Antón tiene un cochino,
Al que da sopas con vino,
Y su padre le decía,
No emborraches al cochino
Pórtate bien Antoñito,
Y haz que gane el jueguecito…

O bien:
San Antón con su bastón,
A San Roque pegó un palo,
San Roque le achuchó al perro,
Y al cochino mordió el rabo.
San Antón con su bastón,
Se puso a guardar su huerto,
Y al perro de San Roque,
Tiraba las calabazas,
Que San Roque recogía,
Para llenarlas con agua…

E igualmente se cantaba:
San Sebastián fue francés,
Y San Roque peregrino,
Y lo que tiene a los pies,
San Antón, es un cochino.
San Roque tenía un perro,
Que le guardaba los pasos,
Y cuando venía el lobo,
El perro siempre ladraba.

Cantos que enlazan con las coplas de ronda serranas:
San Antón perdió el cochino,
San Roque la calabaza,
Y tú perderás el moño,
Serrana si no te casas.

Del mismo modo que pasó al refranero: “Por San Antón, brasero y mantón”, o “Por San Antón, la gallina pon”, entre otros muchos.

Otras manifestaciones de las fiestas de enero, en la provincia.
   Manteniendo parentesco con los ritos carnavalescos, en Palazuelos la noche anterior a San Antón entraban en el pueblo los pastores, haciendo sonar los cencerros de sus animales, despertando a la población con la llegada de sus rebaños, que quedaban en las proximidades de la iglesia donde al día siguiente en el transcurso de la misa, serían bendecidos.

   En Cendejas de Enmedio,  fué en tiempo la fiesta mayor con una duración de tres días. La Cofradía de San Antón repartía bacalao, pan, vino y dulces, que antes les habían ofrecido. Los casados invitaban a comer a los solteros y el último día de la fiesta se invertían los papeles haciéndolo los mozos a los casados.

   Por supuesto cada localidad celebra de una manera propia ésta festividad, casi siempre con un nexo de unión, si bien  puede que una de las más curiosas sea la de Moratilla de los Meleros con su baile del "japé".

   En Alustante, para contar con mayor número de asistentes la festividad ha sido trasladada al fin de semana más cercano, encendiéndose la tradicional hoguera, que tiene su origen en el llamado fuego de San Antón, una afección cutánea que producía ardores y llagas, muy extendida en la Edad Media, producida por un germen del trigo, época donde se comenzó a seguir el rito de saltar la hoguera que al tiempo que purificaba había de proteger de los dolores lumbares durante la temporada de la siega, así era la creencia, siendo las cenizas empleadas, una vez bendecidas en fertilizar los campos.

   En Cogolludo la Hermandad  era la encargada de organizar los actos con la marcha a la ermita y la posterior procesión, "las vueltas", consistentes en rodear el templo por tres veces cada uno de los asistentes con sus respectivos animales, por su parte los monaguillos llevaban a la iglesia dos animales, un perro y un gato, sobre los que el sacerdote pronunciaba la bendición en representación de todos los demás.

   En Navalpotro tuvieron éstas fiestas alto rango, celebrándose conjuntamente con las de San Sebastián,
enlazándose así  varios días festivos, que se iniciaban con la recaudación del alguacil, de puerta en puerta, del dinero para oficiar una misa por todos los animales de la localidad, misa en la que se bendecían, asistiendo los labradores con sus mulas engalanadas para la ocasión con las mejores sobrejalmas y cobertores, haciéndolo los vecinos con velas que cada cual ofrecía en favor de sus propios animales.

   Por su parte, San Sebastián  goza sin lugar a dudas  de amplia devoción dentro de la provincia, si bien los actos que tradicionalmente lo festejaban han quedado reducidos en muchas ocasiones a la celebración de los oficios religiosos, sin embargo es digno de recordarse en lugares como El Cubillo,  donde se reunían los "Hermanos de San Sebastián" para celebrar vísperas y preparar la caridad, pan con anises y trozos de queso, repartiéndose igualmente panes enteros a familias necesitadas.

   En Castejón de Henares la Cofradía que se fundó hace más de cien años con el fin de atender a los enfermos y que cuenta en la actualidad con cerca de un centenar de hermanos, lo celebra con misa mayor, invitando los mayordomos al resto de los cofrades a vino, pan y cañamones. En La Huerce la fiesta se ha trasladado al mes de agosto, y en Alaminos se celebra de forma casi familiar, si bien no falta el baile y los oficios religiosos, entregándose la caridad a los vecinos a expensas de la asociación cultural, organizadora de los actos. Más colorista sin duda es la celebración en Mohernando  donde tras la misa se reparte la caridad, pan, queso, bacalao y vino, interviniendo en la fiesta los "Bufones de Palacio".

   De manera sencilla lo celebran en Valfermoso de las Monjas, y en Almonacid de Zorita, donde como en otros muchos puntos de la provincia, es la corporación municipal quien celebra la fiesta, pues aquí desde el siglo XVIII es el patrón del Ayuntamiento. En Hortezuela de Océn fué también su patrón municipal, y hoy ha quedado desbancado por las fiestas de verano a pesar de seguir acudiendo los vecinos a la reunión festiva en torno a los oficios religiosos, y en el Ordial es fiesta grande  siendo llevado el santo en procesión por las mujeres del pueblo, si bien la festividad también ha cambiado de fecha, a la última semana de agosto. Por último en Pastrana, donde fue también fiesta grande, ésta  al igual que ha ocurrido en tantos otros lugares es mera representación, que tratan de rescatar devolviendo a la vigencia antiguos ritos, como llevar a la procesión la bandera de la villa o hermandad con su lema, "todos para uno, Dios para todos".

   La Virgen de la Paz, el 24 de enero, se celebró en Ruguilla y se celebra en Mandayona y Alovera, donde tiene rango de fiesta mayor. San Blas celebra su festividad el 3 de febrero con actos litúrgicos o más llamativos, con botargas, sin embargo un elemento común a todos los festejos es el reparto de "la caridad del santo", que una vez bendecida se ingiere o se guarda en previsión de afecciones, de aquellas zonas del cuerpo que éste protege, conforme a la tradición popular siguiendo la costumbre impuesta por el santoral. En el caso de San Blas, su caridad protege la garganta, ya que el santo curó a un atragantado.

   Rara es la población que no lo recuerda o que no cuente con dulces de elaboración propia con los que celebrarlo. En Hita se subastan las roscas llamadas del Santo, en Albalate se preparan las migas populares, en Iriépal los bollos y secajos, en Atanzón se reparten torraos, en Viñuelas tostones, en Valdenoches rosquillas, en Fontanar, pan con chorizo, en Hontova tiene lugar una merienda popular, en Albalate de Zorita al día siguiente que se denomina San Blasillo, ofrendan para los gastos de la parroquia corderos, pichones, miel y queso, que posteriormente serán públicamente subastados...

   Todos éstos ingredientes son en muchos lugares parte de la "caridad", que se ha convertido en un elemento  común a todas las fiestas en costumbre muy extendida  y relacionada con diversidad de festejos, como una forma de compartir la fiesta o los bienes entre los más necesitados, y de esa forma hacerles partícipes de la celebración, sin olvidar el lado religioso y el considerado milagrero, habiéndose convertido al propio tiempo en un acto más de considerable importancia dentro de la tradición costumbrista.

   En tiempo pasado éstas caridades muy arraigadas en la provincia, consistían en la entrega de una ración de pan, a veces acompañada de queso o de algún producto originario de la población, o procedente de la matanza del cerdo, siendo entregada o regalada por los miembros de las hermandades o cofradías que en determinados días celebraban grandes comidas de hermandad, repartiendo en aquella ocasión las sobras entre los necesitados, llegando a convertirse en hábito de caridad.

   Estas caridades se reducen al día de hoy a la donación simbólica de la ofrenda en nombre del santo, en cualquiera de sus celebraciones y con variados y distintos nombres, pan de San Antón, caridad de Santa Agueda, limonada de San Isidro, pan de la Virgen...

   En otros tiempos y con motivo de grandes celebraciones incluso los pobres eran invitados a compartir mesa y mantel en días extraordinarios o con ocasión de especiales acontecimientos.

   Esta forma de compartir se hizo extensiva a toda la provincia y lo sigue siendo en una pública expresión de agrado no exenta en la actualidad de un toque curioso que trata de aparentar costumbrismo a los ojos del visitante.

    Actualmente de éstas caridades disfruta todo el pueblo sea en forma de raciones de pan o en las clásicas calderetas que con motivo de los festejos taurinos se llevan a cabo en muchos lugares como broche final de los tradicionalmente celebrados con ocasión de las fiestas patronales.

   En Fontanar y con motivo de su festividad se hace reparto de la "caridad de San Blas", los  actos  son organizados conjuntamente por el Ayuntamiento y la parroquia de Nuestra Señora la Mayor. La caridad consiste en panes, alrededor de mil raciones, acompañadas de otras tantas de chorizo. Para éste reparto un hacendado local dejó su herencia al consistorio a fin de que éste la pusiera en renta y con el dinero que obtuviese la repartiese a los menores de catorce años con la obligación de asistencia de los mayores a los oficios litúrgicos. La hacienda, conocida en la localidad como Huerta de San Blas, se transformó hace pocos años en parque municipal y el Ayuntamiento se encarga desde entonces del reparto de la limosna, extendiéndola a todo el municipio.

   Común a muchos de éstos festejos es el fuego, ya sea con ocasión de San Antón o las  llamadas en algunas localidades "Hogueras de San Vicente" con motivo de su festividad, o de San Blas, la Candelaria, etc., en esos casos las hogueras son coprotagonistas de la fiesta como signo de purificación contra el mal de la peste en el primero de los casos y reseña de salvación en el siguiente, donde con el martirio de San Vicente trata de recordarse la conquista de la ciudad de Sigüenza por el obispo Bernardo de Agén, y la quema de los restos de la batalla. En algunos  lugares la noche de San Antón se pasaba por las hogueras a los animales para que éstos también se purificasen con el fuego, o son llevadas sus cenizas a sus cercanías para que estén protegidos contra futuros males, como patrón  protector, en especial a los cerdos, pues según la leyenda origen de la tradición, el santo curó a un cerdo y éste le siguió como un perrillo a todas partes, lo que originó el llamado "cochino de San Antón" y su posterior patronazgo.

   En la Yunta las hogueras eran preparadas la noche de la víspera por cuenta de mozos, hombres y mujeres, por barrios o por calles, los jóvenes de hoguera en hoguera recorrían el pueblo echando harina y pelusas y untando a las mozas con hollín, y por supuesto al día siguiente se daba descanso a los animales de labor.

   La fiesta de San Antón, en Atienza, fue recuperada para el calendario festivo por la asociación de mujeres Las Hilanderas de Atienza, y con la colaboración de los vecinos, el pasado año 2008.


[1] Historia de la Villa de Atienza, Madrid 1945, págs. 421 y siguientes.
[2] Según las respuestas del Catastro de Ensenada, Atienza 1752, Madrid 1990, pág. 89. 430 reales ganaban los guardas de monte y dehesa, 470 los de ganado vacuno y 3.300 el alcalde mayor.
[3] “Del folklore campesino; la fiesta de San Antón”, en Revista de Folklore, Valladolid 1982, núm. 13, págs. 20-22.
[4] Recogido a su vez por Reyes G. Valcárcel en “Fiestas tradicionales madrileñas”, Madrid 1997, págs. 13-16.
[5] “Rasgos de Campoó. La Matanza”. Torrelavega 1999, págs. 127-129.
[6] Pedro de Répide, “Madrid, visto y sentido”, pág. 91.
[7] Parte de las grasas e intestinos del cerdo, fritas y resecadas.
[8] La figura del cerdo en el grupo escultórico atencino, es negro. El autor ha conocido cerdos negros, y blancos y negros, como “cochinos de San Antón”.
[9] En el relato de Pedro de Répide anteriormente mencionado se dice: “…bendícenos este pan –decía el grotesco rey. Y la mano sacerdotal hacía el signo de la cruz sobre el pan que el extraño monarca repartía entre los más cercanos a la hueste.
   -Bendícenos la cebada para las bestias –volvía a pedir luego.
   Y el fraile bendecía el grano de los campos que había de nutrir a los brutos, también criaturas de Dios”.
[10] Fallecido a los 88 años en 1997.