martes, agosto 02, 2016

SOBRE LA COFRADÍA DE SANTA CATALINA, DE ATIENZA




SOBRE LA COFRADÍA DE SANTA CATALINA, DE ATIENZA

Tomás Gismera Velasco

   Se conservan, en el Archivo de la Clerecía de Atienza, las antiguas ordenanzas de una de las muchas cofradías que hubo en la villa, como tantas otras de carácter asistencial y gremial. Datan las que se conservan de 1541, con sus constituciones, en uno de los libros que con sus actas llega hasta el año 1576, e igualmente se conservan los libros de cuentas que median entre 1776 y 1831, poco antes de que desapareciese motivada, sin duda, por las desamortizaciones.

   Al respecto, escribe Francisco Layna que:

   La Cofradía de Santa Catalina, adscrita a la iglesia de la Santísima Trinidad, en cuyo archivo se conservan las ordenanzas, primorosamente escritas en un cuadernillo más la cubierta; las mayúsculas van en colores, la letra capital bellamente decorada con finísimos dibujos a pluma y lo mismo la cruz que ocupa toda la página segunda y sobre la cual juraban los hermanos al ser admitidos, conforme a amplia fórmula inserta en la cubierta. Estas ordenanzas son las renovadas en año 1541, declaran que la hermandad es muy antigua y que se copian de las primitivas para que no perezcan; como ejemplo de lo que eran las cofradías religiosas instituidas en la baja Edad Media, he aquí una síntesis de dichas ordenanzas:

   Esta cofradía de Santa Catalina tenía como finalidad velar a los hermanos enfermos, acompañar su cadáver al cementerio y celebrar sufragios por su alma; la menor infracción, la falta de asistencia a esos actos o la desobediencia al priostre siempre que sus órdenes no contraviniesen lo dispuesto por el reglamento, eran castigados con fuertes sanciones pecuniarias, sin que el priostre se librara de ellas en caso de negligencia o extralimitación de funciones; esta disciplina rígida recuerda la draconiana preconizada por las Ordenanzas de La Caballada y que hoy continua dando carácter ala histórica cofradía,

   De los sermones en la fiesta titular se encargaba a frailes del convento franciscano dándoles como recompensa o limosna una buena pieza o trozo de vaca y un azumbre de vino. Cada nuevo hermano pagaba de entrada dos libras de cera, una media de trigo, un tajador y una escudilla; sería elegido en junta del cabildo o junta general mediante información de buena conducta y a contento de todos; lo mismo habría de hacerse para expulsarle.

   Cuando enfermare un cofrade o su mujer el manda, mandadero, sayón o servidor, muñiría, es decir avisaría, a los cofrades más cercanos para que fuesen a velarle de dos en dos; si el cofrade muerto no tuviera con qué ser amortajado, la mortaja sería pagada de los fondos del común; al entierro del cofrade y también al de sus hijos no casados acudirían todos los hermanos, diciéndose luego diez misas por el alma del muerto y a costa de la hermandad.

   El cargo de priostre o hermano mayor se proveía por elección y el electo habría de prestar juramento conforme a la fórmula incluida en las ordenanzas.


 
   En esta cofradía, como en la de arrieros o en el Cabildo de Clérigos, los hermanos se reunían en fraternal banquete, sometidos a severo ritual que hoy sigue cumpliéndose en La Caballada; esta costumbre debió ser general en todas las cofradías medievales, y he aquí lo que a tal respecto disponen las ordenanzas que extracto: El Cabildo de Santa Catalina se reuniría el primer domingo de noviembre para concertar las vacas y carneros que era necesario adquirir, lo que presupone una cofradía muy numerosa, y para señalar serviciales, servidores del ágape, si alguno no aceptara la designación pagaría dos libras de cera como multa y quedaría obligado a servir so pena de ser expulsado de la hermandad. El día de la comida, después se sacan las almonedas, debe referirse a la subasta de cosas regaladas por los hermanos a favor de la cofradía; si a alguno se le hubiere muerto la mujer, padre, madre, hermano o hijo hasta quince días antes, o fuere padrino de boda el día de la comida, queda excusado de acudir de asistir a ésta. A todos alcanzaba la obligación de pagar sus escotes, lámpara, manda o mandadero y almonedas que debieren al comer, quince días después de publicada la carta cuenta; lo que sobrare en la mesa daríase a los pobres; al priostre y lo mismo al escribano fiel de fechos, quien repartiere las raciones de vaca les darían una buena pieza de esta y un azumbre de vino.

   En la tarde del banquete, vigilia en la iglesia de la Santísima Trinidad, por el alma de los cofrades difuntos, y al día siguiente misa cantada por la misma intención; todos los cofrades harán su ofrenda al responso, tanto en las vísperas como en la misa; el priostre llevará el incienso, un cuartal de pan y medio azumbre de vino como ofrenda, y hará decir una misa por Juan Sanz Escache, que regaló las casas de la cofradía y un solar a espaldas de la Trinidad. Al cura y beneficiados de esta iglesia por celebrar la fiesta de Santa Catalina, el 25 de noviembre, les dará el priostre una buena pieza de vaca que pese cuatro libras y un azumbre de vino tinto, a más de 10 maravedíes por la misa rezada. El manda o servidor tenía obligación de abrir las sepulturas cuando hubiere que enterrar a algún cofrade.

   Curiosas son las referencias al ritual de las juntas generales y recuerdan bastante a las ordenanzas del antiguo cabildo de clérigos.

   Nada más nos dice Layna en torno a ella, que estuvo dedicada a Santa Catalina de Alejandría patrona, entre otras agrupaciones, de los carreteros, molineros, alfareros, traperos, hilanderos, etc.; oficios que en Atienza tuvieron cierto auge, el de la carretería relacionado principalmente con la arriería y el transporte de sal desde las cercanas salinas del partido, a cuyo mercado se dedicaron desde al menos el siglo XIII, numerosos vecinos de Atienza. Así como los restantes, pues hasta seis molinos harineros, otros tantos batanes y no pocos atencinos se dedicaron a la trapería e hilaturas, por lo que no es extraño que al igual que los zapateros, los arrieros o tantos otros gremios se asociaron, lo hiciesen estos.

   Tuvo, Santa Catalina de Alejandría, amplia devoción en la comarca al menos desde el siglo XIII, cuando su culto fue extendido por los primeros obispos seguntinos llegados desde Francia. Pudiendo seguirse el rastro de su devoción desde los próximos pueblos de la vecina provincia de Soria, hasta toda la comarca seguntina.

   La festividad de la cofradía se hacía coincidir con la del santoral, el  25 de noviembre  

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