domingo, febrero 05, 2017

COGOLLUDO: La Banda del Quincallero



FACCIOSOS, SALTEADORES Y BANDOLEROS EN TIERRAS DE ATIENZA Y GUADALAJARA.
COGOLLUDO: La Banda del Quincallero


Tomás Gismera Velasco

   Serían las cuatro y media de la tarde del 6 de junio de 1850, cuando de Cogolludo salió un tendero llamado Antonio Espejeleta que acostumbraba a ir al mercado que en la ducal villa se venía celebrando desde tiempo inmemorial todos los sábados, le acompañaba uno de sus hijos, de doce o catorce años, y se dirigían, desee Cogolludo, una vez hechos los apaños correspondientes, a Membrillera, lugar del que eran vecinos. Una legua, de las de entonces, distanciaba ambas poblaciones.

   Montados en una mula, y con la mercancía adquirida, con intención de revenderla en su pueblo, a eso de la media legua de distancia del lugar de salida, y media también del de la llegada, se vieron sorprendidos por la imprevista visita de los salteadores de caminos, tan frecuentes en la época. Se trataba de una cuadrilla compuesta por cuadro hombres, y quien la comandaba montaba a un elegante caballo castaño, y fue este quien les dijo lo de: ¡Tente quieto!





   Lo dijo en singular porque el hijo de nuestro buen Antonio poco antes de llegar al punto del encuentro se había desmontado, por dejar descansar al animal y se había orillado del camino para atarse la alpargata, que se le había soltado. El chaval, cuando quiso ver, había perdido al padre de vista, pero se encontró con que un pastor se encontraba atado a un árbol, que había sido previamente asaltado por los del caballo castaño. También, al poco, rodearon al muchacho y frente al pastor lo dejaron, atado también. Sin que del padre Antonio Espeleta volviese a saber.

  No pudieron identificar a los asaltantes porque la cara la llevaban cubierta, al uso de aquel tiempo, con un pañuelo que únicamente les dejaba los ojos a la vista. Por los ojos, y por alguna muestra más de la cara que el hijo de Antonio pudo ver en un golpe de suerte, señaló a un fulano de nombre Gregorio y natural de la Ledanca alcarreña. No podía dar muchos más datos del individuo, salvo que era hijo de un tejedor de paños de aquella localidad, que estaba casado, porque se le conocían unos cuantos hijos, y que además habían coincidido en algún mercado de la comarca, pues el Gregorio de Ledanca se dedicaba al oficio de la quincallería.

   Esa identificación llegó después, pues como Gregorio y el hijo no regresasen a casa en el plazo que se habían impuesto, y temiendo la mujer que algo malo les sucedió, desde Membrillera se echó ella al camino con tres vecinos más en busca de sus hombres, hasta encontrar al chico y al pastor, sin que de su Antonio se encontrase rastro.

   La mujer, con el hijo y uno de los vecinos se volvieron a Membrillera, los otros dos hombres a Cogolludo, a dar parte, pues supusieron que Antonio fue asesinado, por la partida. De Cogolludo, y al mando del Alcalde, salieron en su búsqueda unos veinte hombres a caballo y con su trabuco al hombro, y a estos se unieron otros tantos, con Alcalde al frente, de Membrillera, y los cuarenta, durante toda la noche, anduvieron buscando por la comarca los rastros del desaparecido y sus asaltantes, regresaron a Cogolludo de madrugada sin encontrar rastro, y por seguir buscando pistas, los que llegaron fueron suplidos por otra cuadrilla compuesta por 28 hombres y caballerías respectivas, encontrando por fin al pobre Antonio en las cercanías de un barranco próximo a Cogolludo. Sin vida, pues había recibido unas cuantas puñaladas que se la quitaron. Puñaladas y algo más, pues el parte completo de quienes lo encontraron daba cuenta de que: “además de tener una pierna rota por la caña, había recibido tres o cuatro puñaladas y tenía la cabeza aplastada a pedradas”.




   Todo para robarle dos cargas de tela, el macho en el que iban cargadas y el poco dinero que le sobró de hacer las compras. El juzgado de Tamajón, pues en su territorio jurisdiccional se encontró el cadáver, fue quien tomó parte en el asunto, y quien ordenó la búsqueda del criminal, que inmediatamente fue identificado, pues en el rifirafe, perdió la cartera con la documentación.
   Se trataba de un conocido asaltante a ratos perdidos, con oficio oficial de quincallero, y por nombre José Ramosostro, de la Tudela de Navarra.

   Al desdichado Antonio, tras la práctica de las diligencias oportunas, se le dio tierra, por orden del juzgado, en el cementerio de Tamajón.

   Al de Tudela se le atribuirían unos cuantos asaltos más, en Tamajón, Retiendas, Valverde… Con tamañaza audacia que nunca lo tomaron preso, ni a él, ni a sus cómplices. Un día desaparecieron y de ellos nunca más se supo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No se admitirán mensajes obscenos, insultantes, de tipo político o que afecten a terceras personas.