viernes, marzo 24, 2017

FRANCISCO LAYNA SERRANO El nombre de Guadalajara

FRANCISCO LAYNA SERRANO
El nombre de Guadalajara


“Nací en un pueblo llamado Luzón, perteneciente al antiguo señorío de Molina, en la provincia de Guadalajara, y puede decirse que no lo conozco pues teniendo uso de razón solo estuve en él una tarde con el objeto exclusivo de ver en qué clase de lugar vine al mucho, hecho acaecido en la madrugada del 27 de junio de 1893; por cierto, muchas prisas sentí por asomarme a este valle de lágrimas pues nací sietemesino y estuve dos meses entre la vida y la muerte, hasta que cumplido el plazo natural de la existencia intrauterina, la robustez progresiva fue sustituyendo a la endeblez primera”.

Esto lo escribía don Francisco Layna Serrano muchos años después de su nacimiento, cuando el tiempo y la edad, que todo lo curan, le habían llevado a conocer su pueblo natal; se había fortalecido en la cultura y el estudio y, por si fuera poco, era una figura, prácticamente, a nivel nacional. Don Francisco no quería ser médico, como lo fue su padre o su tío Félix, sino historiador, como lo fue su tío Manuel Serrano Sanz. Sin embargo, se licenció en Medicina.

Claro está que primero estudió Ruguilla las primeras letras, pueblo este de sus abuelos y al que su padre se trasladó desde Luzón, hasta pasar al Instituto Brianda de Mendoza de Guadalajara, y de aquí a la Universidad de San Carlos de Madrid, donde se especializó en otorrinolaringología, y en donde fue alumno de prestigiosos hombres de ciencia, como Santiago Ramón y Cajal “quien explicaba la lección mirando al techo, con dicción continuada y monótona”.

Sus constantes achaques de salud le llevaron a visitar a numerosos médicos de Madrid y Navarra, ya que a temprana edad se le detectó una epilepsia de la que se trató en Pamplona: “durante mi adolescencia y juventud sufrí de una docena de crisis epileptiformes que aun siendo sintomáticas correspondía a una predisposición paraxística reflejada en mi carácter impulsivo e inquieto, a mi genio pronto y excitabilidad exagerada”.

No obstante, concluyó con éxito su licenciatura en medicina, aunque nunca llegó a doctorarse: “En cuanto al Doctorado, desde luego no lo estudiaría como alumno oficial pues entre el cuartel por un lado y por el otro mi asistencia al Instituto Rubio me impedirían ir a clase, de suerte que como la matrícula gratuita tenía dos años de validez, me examinaría por libre o lo haría al año siguiente, cuando ya estuviera un poco desenvuelto en la vida; años adelante ese título de doctor solo podía servirme de adorno y como según va transcurriendo el tiempo me atraen menos las alharacas y adornos, he procurado ser docto sin importarme un ardid no ser doctor”.

Con anterioridad a su licenciatura, y de la mano de su padre, ejerció la medicina de manera “clandestina”, en Ruguilla y alrededores, practicando incluso operaciones que llegó a calificar de “estéticas”, como la del famoso “Chato de Abánades”.




Sus primeros años como licenciado en medicina transcurren entre la consulta que abre en Madrid, en la plaza de Santo Domingo, con otras por los pueblos de la Mancha, que recorre principalmente en los meses de verano, o los fines de semana, con objeto de mantener y acrecentar su clientela.

Contrajo un primer matrimonio en Madrid, con Carmen Bueno Paz, natural de Maranchón, y sobrina de la marquesa de Linares, de quien heredarían una pequeña fortuna que posteriormente perderían en inversiones inmobiliarias de poca rentabilidad, si bien y como otorrino comenzó a conseguir cierto renombre en el Madrid de 1920, tanto en el Hospital del Niño Jesús “interino y sin sueldo”, como en otros muchos centros que posteriormente le proporcionarían numerosa clientela.
Sin embargo, su verdadera vocación era la historia, tratando de seguir los pasos de su tío Manuel Serrano Sanz. Junto a él se instruyó en algunas ciencias menores, comenzando posteriormente a adentrarse en el mundo de los archivos tras el desmantelamiento del monasterio de Ovila, alguna de cuyas tierras fue adquirida por su familia tras la desamortización, llegando incluso a adquirir el monasterio en la primera; compra que posteriormente fue anulada.

A su primer libro sobre Ovila sucedería un segundo sobre los conventos en la provincia de Guadalajara, y a este su ya clásico “Castillos de Guadalajara”, y un cuarto que tituló “Arquitectura Románica en la provincia de Guadalajara”, dedicado a su mujer, Carmen Bueno, fallecida unos meses antes de su aparición, el 12 de octubre de 1933, a causa de un accidente de tráfico en las cercanías de Guadalajara. Su tío Manuel había fallecido por las mismas fechas del año anterior, y se le pidió que le sustituyese en el puesto de Cronista Oficial de la Provincia. Cosa que aceptaría en 1934.

Tras la muerte de Carmen llegarían unos meses de inactividad, tras los que retomó su labor investigadora, interrumpida por la Guerra Civil; tras la que editó su famosa “Historia de Guadalajara y sus Mendoza”, “La Historia de la Villa de Atienza” y la “Historia de la Villa Condal de Cifuentes”. Estas fueron sus tres grandes obras, a las que añadiría multitud de pequeñas monografías sobre la práctica totalidad de la provincia; unas veces en largos artículos publicados en revistas especializadas y otras a través de la prensa provincial, en la que llegó a publicar cerca de dos mil artículos sobre variedad de temas, históricos, costumbristas, de opinión o debate.

Su larga trayectoria fue reconocida con multitud de premios y medallas, nacionales y provinciales, siendo igualmente nombrado Hijo Predilecto de la Provincia, Hijo Predilecto de Luzón, Hijo Adoptivo de Atienza y Cifuentes, etc.

Murió en Madrid, el 8 de mayo de 1971, a consecuencia de una afección pulmonar, complicada con otros achaques de corazón, siendo enterrado en el cementerio de Guadalajara al día siguiente, en la misma sepultura en la que descansaba su primera mujer, Carmen Bueno, a pesar de que en la década de 1940 había contraído nuevas nupcias con Teresa Gregori Castelló. Sin embargo, el recuerdo de Carmen siempre lo tuvo presente, pidiendo bajar a la tumba con la alianza de su primer matrimonio, y la medalla que Carmen le regaló el día de su matrimonio, siendo cubierto su féretro por una bandera de Guadalajara que aquella le había bordado al poco de su matrimonio.

Don Francisco Layna Serrano es, sin duda de ninguna clase, el hombre, y el nombre, que define a la provincia de Guadalajara. A la del siglo XX. El nombre a través del cual muchos guadalajareños han llegado al conocimiento de la historia provincial.
 

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