viernes, marzo 31, 2017

JADRAQUE, ATIENZA Y EL HOJALDRE DE TORRELAVEGA Eusebio Ballesteros Cerrada, atencino de adopción, y su mujer, Mauricia Toledano, natural de Jadraque, lo universalizaron.



JADRAQUE, ATIENZA Y EL HOJALDRE DE TORRELAVEGA.

Eusebio Ballesteros Cerrada, atencino de adopción, y su mujer, Mauricia Toledano, natural de Jadraque, lo universalizaron.


Tomás Gismera Velasco

    La vida de Eusebio Ballesteros Cerrada podría estar sacada de cualquier relato surgido de la pluma de Charles Dikens, o de cualquiera de aquellos escritores que a lo largo del siglo XIX se dedicaron a pintar escenas semejantes, de la nada al casi todo. La realidad supera en muchos casos la ficción. O la ficción está tomada, en muchas ocasiones, de la realidad.

   Su vida, la de Eusebio Ballesteros, da para mucho. A mí me la contó en parte mi tocayo Tomás Bustamante, cronista de Torrelavega. Después le fuimos añadiendo algún que otro hilo que faltaba al ovillo de su biografía, que todavía está por trazarse con el detalle adecuado que les gustaría a los cántabros, aunque hilvanada está por aquellas tierras, donde nuestro paisano destacó y la admiración hacía su obra llega al extremo de que todos los años se le recuerda en procesión. Está claro que, para ser recordado, en ocasiones hay que salir del entorno de la nacencia.

   Anualmente, en los primeros días de agosto, la Cofradía del Hojaldre de Torrelavega, con sus capas largas de color crema, le rinde culto. Recuerda su nombre y nombra, entre gentes de sonoro apellido e ilustre currículo públicamente profesional, un cofrade de honor. Al tiempo que por las calles reparte hojaldres a honra y gloria de Eusebio Ballesteros Cerrada y de su mujer, Mauricia Toledano Galindo. El hombre y la mujer que elevaron el dulce a la categoría de monumento regional. Un dulce que ha dado nombre, o renombre, como decía, a una ciudad.

   Su madre, la de Eusebio, fue una de aquellas mozas a las que la vida castigó con el destierro de la casa materna cuando, cosas de la vida, entregada al amor pecaminoso, como entonces se dijo, quedó embarazada y fruto del pecado, o del amor escondido, nació nuestro chiquillo. Corría el año de 1843. Y como es lógico la moza, de Prádena de Atienza, no dio a luz en Prádena de Atienza, sino en Madrid, a cuya capital fue a esconder el fruto de sus amores.

   Dejó al chiquillo en la Inclusa de la Paz y ya, sin el peso del pecado, regresó al pueblo. Contó lo sucedido a cercanos parientes y, puestos todos de acuerdo, parientes, moza y algunos vecinos más de Prádena de Atienza, y algún que otro atencino de pro, se presentaron en la madrileña Inclusa para sacar de aquella al niño Eusebio, al que pusieron por apellidos Ballesteros Cerrada. Apellidos de la madre que nunca cambió, a pesar de que sus padres adoptivos se apellidaban Cerrada y Alonso. Gervasio Cerrada y Mariana Alonso, natural también del lugar de Prádena, el padre. De Atienza, la madre; aquí casados y a la sazón residentes. 


 
Eusebio Ballesteros Cerrada y Mauricia Toledano Galindo

   El matrimonio hacía unos años que se había hecho cargo de la Posada del Cordón en régimen de alquiler. La Posada era entonces propiedad de hidalgos sorianos, los Fuenmayor, de Berlanga de Duero, herederos de un don José María de Fuenmayor, capitán de Caballería del Segundo de Ligeros quien puesto del lado de don Carlos en la primera carlistada y tras recorrer la serranía buscando adeptos para la causa, lo alcanzaron los isabelinos cerca de Bustares y allí, hacía 1836, lo dejaron en manos de quien le dio la vida. O dicho de otra manera, lo ajusticiaron tras sumarísimo proceso negándole la última petición. Fue condenado a la horca, cuando pidió que como a militar lo fusilasen y, en lugar de fusilarlo, lo colgaron de un roble.

      En Atienza, pues, se crio Eusebio, contrayendo matrimonio con Escolástica Cerrada, de Prádena también e hijas de sus padres adoptivos, a quien se llevó a la realenga villa a fin de vivir de uno de los múltiples negocios con que contaba la población: de la confitería; estableciéndose por su cuenta, mientras los padres adoptivos continuaban en el número 25 de la Plaza Mayor, donde se encontraba la Posada del Cordón, en uno de los mejores comercios de la Plaza, en el número 37 que, según cuentas, fue posteriormente ocupado, a comienzos del siglo XX, por un nuevo comercio. Un almacén de tejidos.

   Falleció Escolástica en Atienza, donde recibió sepultura, y contrajo Eusebio Ballesteros nuevo matrimonio, en esta ocasión con la jadraqueña Mauricia Toledano Galindo. Las nupcias se celebraron en la iglesia de San Bartolomé y su capilla del Santísimo Cristo.

   Corría la década de 1880 cuando esto sucedía, y a pesar de que el negocio confitero de los Ballesteros-Toledano en la plaza Mayor de Atienza daba en aquella época los suficientes réditos para llevar una vida cómoda, nuestros paisanos decidieron abrirse a nuevos horizontes, escapando, según unos, de la persecución política, que Atienza, en cuestiones políticas, ha sido siempre muy apasionada; poniendo rumbo a la siempre apetecible Cantabria y estableciéndose en Torrelavega, donde adquirieron primeramente en traspaso y posteriormente en propiedad, uno de los comercios más acreditados en cuanto a la confitería se trataba. El conocido como “La Dulce Alianza” de la Plazuela del Sol, en donde, además de los tradicionales de Cantabria introdujeron el afrancesado hojaldre y algo más, una fábrica de chocolate que, a no tardar, comenzó a llenar de dividendos la caja registradora.

   La popularidad de “La Dulce Alianza”; los hojaldres y los chocolates de los Ballesteros-Toledano recorrieron Cantabria de extremo a extremo hasta llegar a hacerse imprescindibles en cualquier mesa.

   Eusebio Ballesteros y su mujer son tenidos como los introductores del hojaldre en la provincia de Santander, para todas las mesas y bolsillos, pues hasta entonces el dulce únicamente alcanzaba a las cocinas de los palacios. 

   Los beneficios de la empresa los invirtieron en algo que no tardaría en ponerse de moda: la construcción de hotelitos junto a la playa, a fin de llevar a ella a los veraneantes capitalinos. Adquirieron numerosos terrenos en las cercanas costas de Suances y allí comenzaron la construcción de lo hoy conocido como “bungalos”, y entonces “hotelitos” de vacaciones, que se alquilaban por días, semanas o meses. Los del verano. 



   Eusebio falleció en 1902 en Torrelavega. Su mujer todavía le sobrevivió unos años más en aquella tierra que, más de cien años después de su muerte, anualmente los recuerda, y glorifica.

   De su segundo matrimonio tuvo Eusebio varios hijos que siguieron sus pasos, en Atienza nacidos. Ramón continuó con la pastelería que tanta fama y renombre dio a la familia. Su hija Rosenda, tras contraer matrimonio con un palentino emigrado a aquellas tierras fundó otro negocio dedicado al dulce. Los nombres de Jadraque y Atienza se perpetuaron en Torrelavega, hasta irse, con el tiempo, diluyendo como se diluye el azúcar en la taza de café. Uno de los nietos de Eusebio cerró las puertas de La Dulce Alianza en la década de 1960, 

   Lo que está claro es que, de tierras de Atienza, Jadraque y Prádena, salieron las manos que amasaron el hojaldre que da renombre a una ciudad cántabra: Torrelavega. No estaría mal que por tierras de Jadraque, y de Atienza, se hiciesen eco de estos paisanos que, para pasar a la historia, tuvieron que marcharse a vivir a la orilla del mar.

Nueva Alcarria (Guadalajara), 17/03/2017

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