miércoles, abril 12, 2017

ATIENZA: PASIÓN COFRADE. EN TORNO A LA COFRADÍA DE NOBLES DE LA VERA CRUZ



ATIENZA: PASIÓN COFRADE
EN TORNO A LA COFRADÍA DE NOBLES DE LA VERA CRUZ


Tomás Gismera Velasco

   Puede que sea la villa de Atienza una de las poblaciones de la provincia de Guadalajara que contó, y cuenta, con mayor número de cofradías o hermandades. Antaño destinadas a mantener o proteger oficios y más tarde al engrandecimiento del culto de sus santos titulares en sus capillas e iglesias correspondientes.

   De cuantas se fundaron, cuyo número nunca llegaremos a conocer con precisión todavía quedan, al día de hoy, las suficientes como para hacernos idea de la importancia cofrade en la villa. Vinculadas en la actualidad a las iglesias de la Santísima Trinidad y San Juan del Mercado, en su práctica totalidad. Si bien en tiempos se distribuyeron a lo largo y ancho de la población, a través de su docena y pico de iglesias.

   La mayoría, de las iglesias, ha desaparecido. Pero en el recuerdo quedan la ilustre Cofradía de Santiago (el  nombre era mucho más ampuloso), perteneciente a la iglesia medieval de aquella advocación, igualmente desaparecida, y sufragánea del Monasterio de San Pedro de Arlanza, antes de pasar a la actual iglesia de la Santísima Trinidad.







   Igualmente en la desaparecida iglesia –actual ermita- de Santa María del Val, estuvo la sede de la Cofradía de San Crispín y San Crispiniano, patronos del gremio de zapateros quienes, curiosamente, celebraban sus oficios principales en el también desaparecido convento de San Francisco. Zapateros y curtidores con calle principal en la Atienza medieval, y donde eran conocidos con el cariñoso nombre de “los crispines”.

   En la iglesia de la Trinidad tuvieron cabida no menos de una docena de hermandades, entre ellas la de Santa Catalina, dedicado al culto de la santa, y a hacer obras de caridad entre los necesitados de la villa. Y, por supuesto, que en la mayoría de las iglesias atencinas hubo una hermandad o cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio a fin de procurar que el paso de la vida a la muerte fuese, para quienes habían de darlo, más liviano. Quizá las más numerosas fueron las pertenecientes a las iglesias de San Gil, en este barrio; y de San Salvador, en el de Portacaballos.

   Por todos son conocidas las de la Santísima Trinidad o la del Santo Cristo que unida a la Virgen de los Dolores está dedicada al ensalzamiento del culto de los patronos de la villa; sin olvidar una de las más “jóvenes”, por definirla de alguna manera, a pesar de sus más de cien años de historia, la Cofradía de las Santas Espinas de Nuestro Señor, fundada en 1849 en la iglesia de la Santísima Trinidad cuando en esta iglesia comenzó a darse culto a la sagrada reliquia que, cuenta la tradición, llegó a Atienza procedente de la corona de Espinas de la Pasión de Jesús. Sin olvidarnos de la que fundaron los clérigos y abades bajo el patronazgo de San Lucas: el no menos famoso y peculiar Cabildo de Clérigos de Atienza.

   Hablar de todas y cada una de ellas sería tarea interminable, no obstante, hay una que por sus características llama la atención: La Noble Cofradía de la Vera Cruz, que en la actualidad se ocupa de algunos de los cultos de la Semana Santa atencina. Mermada, por supuesto, en sus funciones.

   No estaría de más decir que Atienza, al igual que otras ciudades, tuvo sus “linajes” de nobles. Y tampoco sería descabellada la idea de enlazar estos “linajes” con los doce sorianos, puesto que muchos de los apellidos nobiliarios que en Atienza fueron procedían de aquella tierra, entre los que podría citarse a los Bravo de Laguna, los Vigil, Quiñones, Ortega o los Elgueta, mientras que algunos otros llegaron desde tierras alcarreñas, como los Serantes. Apellidos todos ellos que encontramos en la cofradía de nobles de Santiago de los Caballeros. Cofradía nobiliaria cuyo servicio les permitía pasar posteriormente a ser caballeros de la Orden nobiliaria del mismo título.

   Tienen, algunas de las cofradías de nobles que nos han llegado, su origen en la segunda mitad del siglo XVI, favorecidas por una Real Cédula de Felipe II fechada el 6 de septiembre de 1572, y que nos extracta A. Sobaler Seco (La Cofradía de Nobles de Santiago de Soria), dándonos cuenta de la orden del rey para que: 

   “Los caballeros y hombres principales y de calidad, fundasen o constituyesen entre sí alguna cofradía o compañía o orden bajo la advocación de algún santo, con ordenanzas, condiciones y capítulos…”

   Y que ordenasen, en días señalados, justas, torneos, juegos de cañas o ejercicios militares, y en los mismos lugares, para procurar que la nobleza de caballeros del reino fuesen instruidos.

   Y nos dice nuestra autora:
   “Con ese fin se encargó a los corregidores que reunieran sus ayuntamientos convocando a otros caballeros para tratar sobre ello y analizar las posibilidades y medios con que las ciudades y la Corona podían contribuir a la fundación y su mantenimiento”.

   Al respecto, y en el mismo sentido, escribe Ramón de Ascanio, uno de los principales estudiosos en torno a las cofradías nobiliarias surgidas en la España del siglo XVI:

   “Es indudable que la inactividad producida por los periodos de paz, debió de haberse acentuado en el último tercio del siglo XVI… corregir tales deficiencias fueron las razones que movieron a Felipe II a dirigir la Real Cédula de 6 de septiembre de 1572 a los Cabildos de las ciudades, previas las oportunas consultas que sobre la formación de hermandades de hijosdalgos se hicieron a los grandes y señores de vasallos…”

   Y de esta manera surgió en Atienza, a través del ordenamiento de los sucesivos corregidores la primitiva Cofradía Nobiliaria de la Vera Cruz que, con el pasar del tiempo, ha derivado en la que hoy conocemos, destinada a colaborar en el culto de los actos de la Semana Santa atencina.

   Tiempos hubo en los que, para ingresar en la Orden Nobiliaria de Caballeros de Calatrava, los hijos de Atienza tenían que pasar por esta Hermandad de la Vera Cruz y, por supuesto, servir en ella todos los cargos.











   Que dicho de otra manera, Atienza, en su tiempo, tan puntera fue en algunos aspectos que contó con las dos únicas cofradías que en la provincia permitían el acceso a las órdenes militares más representativas: Santiago y Calatrava.

   En la actualidad la Cofradía de la Vera Cruz está compuesta por doce “caballeros”, que acuden a todos y cada uno de los actos más representativos de la Semana Santa villariega. Una Semana Santa tradicional y, ante todo, castellana. De rigurosa capa y austero silencio. De ingreso infantil que acompaña hasta los últimos días, ya que es la única que en sus filas admite a pequeñas criaturas: “ángeles del Señor”, que acompañan al Cristo Yacente a su temporal sepulcro. Acto, el de los ángeles, único en la provincia: Cada cofrade puede ir acompañado de un “angelito”. Cada uno de estos “angelitos” porta un emblema de la crucifixión.

   En la actualidad la Semana Santa es, en muchos casos, espectáculo. Un espectáculo cofrade con sonido de clarines y trompetas. Yo invito a darnos una vuelta por nuestra Semana Santa provincial; esa que se vive en cada uno de nuestros pueblos con sonido, en algunas ocasiones de dulzaina y que, por supuesto, nada tiene que ver con la andaluza de palmas y carreras de una a otra calle para contemplar los pasos peregrinos.

   Observar el paso de las procesiones atencinas en el silencio y oscuridad de la noche descendiendo por las estrechas callejuelas tiene su encanto; y contemplar la impresionante y sencilla procesión del silencio, con el Cristo Yacente rodeado de estandartes, angelitos infantiles y faroles de colores con la estampa del castillo cubriendo las espaldas, no tiene precio. Después, que tradición es en la Castilla de siempre, limonadas, bacalao, huevos verdes y torrijas.

   Añadir, por último, sobre la cofradía de la Vera Cruz, que desde su fundación, en aquellos finales años del siglo XVI hasta bien avanzado el XVIII, estuvo vinculada, principalmente a la familia Serantes, mientras que la de Santiago –la otra de nobles- lo fue a la de los Elgueta Vigil.

   Por supuesto que para ingresar en ella había que mostrar la carta ejecutoria de hidalguía y, claro está, demostrar la limpieza de sangre. Que la sangre, tiempos hubo, había de estar convenientemente fregoteada y limpia de toda mácula.

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