viernes, mayo 26, 2017

BALTASAR DE ELGUETA Y EL CRISTO DEL PERDÓN DE ATIENZA (II) La imagen del Cristo del Perdón fue creada para presidir la capilla del Hospital de Santa Ana



BALTASAR DE ELGUETA Y EL CRISTO DEL PERDÓN DE ATIENZA (II)
La imagen del Cristo del Perdón fue creada para presidir la capilla del Hospital de Santa Ana

Tomás Gismera Velasco
  
   Ana Hernando, de quien parte la idea de la construcción del Hospital de Santa Ana, nació en Atienza hacía 1680, en el seno de una de aquellas nobles familias que entonces habitaban la villa y comenzaban a abandonarla siguiendo a la corte, como esta lo hizo, cerrando sus casas. Se encontraban a la espalda de aquella que fuese calle Mayor por excelencia de Atienza: la de la Zapatería, en el segundo recinto amurallado.

   Casaron a doña Ana con un noble caballero, Manuel Morán de Mena, y pasó doña Ana al servicio de la reina Isabel de Farnesio, como su cerera. Cargo, el de la cerería en palacio, en el que la había precedido otro atencino, Juan de las Huertas.

El Cristo del Perdón en su antigua capilla del Hospital de Santa Ana

    Falleció Manuel Morán de Mena y doña Ana, poco antes de morir, el 15 de octubre de 1745, dictó testamento ordenando, entre otras muchas cosas, la construcción de su hospital en Atienza, dejando para ello un importante caudal monetario y nombrando para llevar a cabo la ejecución de la obra entre otros personajes de la Atienza de la época, a don Baltasar de Elgueta Vigil.

   Las obras del hospital atencino dieron comienzo cuatro o cinco años después de la muerte de su promotora, levantándose un edificio al gusto de la época, supervisado, indudablemente, por quien continuaba al frente de las obras del Palacio Real de Madrid, don Baltasar.

   Hacía 1750 ya se encontraba el edificio definitivo; un año después se techó y en 1753 se concluyó la capilla, que fue consagrada en 1755.

   Ese año llegó, para presidirla, la imagen de la que hacemos memoria: el Santo Cristo del Perdón, obra de Luis Salvador Carmona.

   No era el primer “Cristo” de estas características que se tallaba en el taller de nuestro artista, situado entonces en la calle de los Fúcares, de Madrid, ni seguramente la primera obra que tallaba para este hospital, ya que del mismo taller hubo de salir el medallón que coronó el edificio, y que representa a Santa Ana aleccionando a la Virgen.

   En 1749 D. Juan Bartolomé, quien junto con D. Gregorio González de Villarubia pertenecía al servicio de la reina Isabel de Farnesio y del Infante D. Luis de Borbón le había encargado un Cristo del Perdón que llegó a la Granja de San Ildefonso el 28 de febrero de 1751, cuyo destino inicial se desconoce, pero que dos años más tarde se convirtió en el titular de la Hermandad de la Esclavitud del Cristo del Perdón de la que era hermano mayor y protector el citado Infante.

Nueva Alcarria, viernes 26 de mayo de 2017

   En febrero de 1751 a punto de entregar esta obra, el escultor afirmaba que  sin que sea pasión sino conocimiento, que le lleva muchas ventajas al que se venera en el convento del Rosario de esta

Corte”, refiriéndose al que hizo en torno a 1648 el portugués Manuel Pereira, opinando que le ganaba en “espíritu compasivo, en carnes, en pañetes y en túnica”, y expresaba su no disimulado orgullo por haberlo conseguido “para la mayor honra y gloria de Dios”.

   Es lo cierto que desde hacía al menos cien años, imágenes semejantes, aunque sin tanta expresión y realismo habían sido talladas por escultores de la escuela vallisoletana como Bartolomé del Rincón o Francisco Díaz de Tudanca, llevando la misma denominación de “Cristo del Perdón”. Siendo estas algunas de las que se conservan de aquella época, al haber desaparecido la de Pereira en 1936/39. Siguiendo todas ellas la misa temática iconográfica, repetida en pintura y escultura entre los siglos XVII y XVIII.

   Cristo suele estar de rodillas con un paño de pureza blanco con franjas doradas. Mirando al cielo, implorando el perdón, con los brazos abiertos y extendidos. Espalda flagelada y ensangrentada, como consecuencia de la exaltación del dolor. Representando un pasaje que habría que colocar después de llegar al Calvario, justo antes de la crucifixión, viniendo a ser un momento análogo al de la Oración del Huerto

   Los biógrafos de Salvador Carmona, al hablar de sus “Cristos”, y concretamente del de La Granja, nos dicen: “Se le brindó una segunda oportunidad para trabajar el mismo asunto cuando recibió el encargo de hacer otro ejemplar idéntico, en esta ocasión destinado al Hospital de Santa Ana que se
construía en Atienza bajo la atenta mirada de D. Baltasar de Elgueta, quien será, sin duda alguna, el responsable de encomendar al escultor su segundo Cristo del Perdón, tan magnífico como el anterior”.

Escudo heráldico de los Elgueta, en la casa natal de don Baltasar


   Y todavía, tras el de Atienza, llegará uno más para su localidad natal, Nava del Rey, y un cuarto, para la localidad de Priego, en Cuenca, debido este a las manos de su sobrino José, de quien igualmente en Atienza hubo obra señalada, en la ermita de Santa Lucia, y la hay en la iglesia de la Santísima Trinidad.

   La obra del Cristo del Perdón de Atienza la ajustó don Baltasar de Elgueta en 3.600 reales, en que se tasó la talla posterior de Nava del Rey, a semejanza de la de Atienza.

   Su descripción es en medio mundo conocida: Su figura expresa una oración implorante, con el torso inclinado hacia adelante, los brazos semiextendidos y separados del cuerpo mostrando al que le contemple las palmas de sus manos horadadas por las llagas. Cubierto tan solo por el paño de pureza. Jesús se arrodilla sobre el globo terráqueo con una genuflexión que le permite apoyar su pie derecho en el suelo mientras que tiene extendida en el aire la pierna izquierda. En la bola del mundo, parcialmente velada por la túnica, aparece pintada la escena del Paraíso Terrenal, en la que Eva ofrece a Adán el fruto del árbol prohibido, entre la representación del diluvio y la historia de Lot con sus hijas huyendo del castigo de Sodoma.

   La amistad y dedicación que ambos se tuvieron, Luis Salvador Carmona y Baltasar de Elgueta Vigil, llevó a nuestro paisano a introducir a Salvador Carmona en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, manteniendo amistad hasta el fallecimiento de ambos.

   No fue el único gran artista que llegó a Atienza de manos de don Baltasar, puesto que años después de su muerte llegarían los encargos que el concejo mandó a otro de los arquitectos introducidos por don Baltasar en Palacio, Ventura Rodríguez.

   Para entonces Baltasar de Elgueta había fallecido, adelantándose en unos años al gran escultor.  Los muchos trabajos, falta de salud y edad, sin abandonar las obras de Palacio, le hicieron irse retirando de sus trabajos en la Real Academia, dejando el cargo de Viceprotector para ocupar el de Consiliario y Académico Honorario perpetuo, hasta el día de su muerte.

Antiguo Hospital de Santa Ana


   En los anales del año de su fallecimiento, se escribió en el Boletín de la  Academia: “El señor Don Baltasar de Elgueta Vigil, Caballero del Orden de Santiago, Comendador de Museros, Brigadier de los Reales Ejércitos, Intendente del nuevo Real Palacio, murió en cuatro de marzo de este año. Debe contarse igualmente entre los fundadores de la Academia. Encargado de la obra del nuevo Palacio, como Intendente de su fábrica, promovió los intereses de las Artes aun antes de ser individuo de la Junta Preparatoria. Por muerte del señor don Fernando Triviño fue creado Vice-protector de ella, y jamás olvidarán las artes y sus profesores los auxilios que les franqueó. Su empleo le daba los más oportunos medios, y así trabajó en beneficio del Instituto hasta ponerle en estado de merecer el título de Academia. Entonces fatigada ya su crecida edad con los continuos y gravísimos cuidados del nuevo Palacio, hizo dimisión del oficio de Vice-Protector, admitióla la piedad del Rey y la justificación del Ministro, pero no quiso S. M. privar a la Academia de un individuo tan digno y le creó uno de sus primeros Consiliarios y en esta clase continuó sirviéndola hasta sus últimos días con el mismo celo que siempre”.  Tuvo lugar, su muerte, en Madrid, en su domicilio de la calle de Segovia, el cuatro de marzo de 1763. 

   Apretadas líneas para hablar de un personaje que tanta huella dejó para la posteridad de Atienza, y del que hoy, por aquello de que el tiempo pasa, pasó al olvido, y ni tan siquiera se cita su nombre, junto al de tan famoso Cristo, como lo es el del Perdón de Atienza, de tanta y gran admiración.


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