viernes, octubre 20, 2017

¿Y LA SIERRA QUÉ? OTRA VEZ DE FIESTA Memoria de los pueblos serranos, y de sus gentes, en su Día



 ¿Y LA SIERRA QUÉ? ¿OTRA VEZ DE FIESTA?

Memoria de los pueblos serranos, y de sus gentes, en su Día



   Va para cuarenta años que, a lomos de una mula trotona, quien esto escribe salió una madrugada de Atienza camino del Alto Rey; concretamente de Bustares, pueblecito al que llegué al cabo de la tarde tras toda una epopeya serrana que debía de haber sido, en el ideal soñador del joven literato al que aspiraba a ser, el capítulo de uno de esos libros que todo soñador literato imagina y que, como los sueños, se desvaneció al despertar. La mañana oreaba serena cuando la cuatro patas tomó el camino de la Bragadera. Las resplandecientes luces del sol de junio, o julio, que por entonces era, nos alumbraron a la entrada de La Miñosa, donde una mujer de mucha edad lavoteaba rodeada de gallinas En La Miñosa, nos sorprendió la luz porque el camino se nos trastocó. Que una cosa es la palabra, y otra los hechos.

El autor fue Serrano del Año en Zarzuela de Jadraque


   La entrada en Prádena rayando el mediodía, fue de esas que dejan huella: seguido por dos docenas de perros, otras dos de chiquillos y chiquillas que acaban de salir de la escuela y la mirada inquisidora de dos o tres docenas más de mujeres preguntándose, desde el quicio de sus puertas o tras las ventanas, quién era aquel fantoche que… Una se aventuró a hacerme la pregunta de: ¿Es usted el de las manzanas?

   El camino, que camino era y no carretera, que conducía a Gascueña, arropado por una nube de cabras que ramoneaban las estepas anunciaba, a través de un gran cartelón, que la Diputación de Guadalajara, trabajando por sus pueblos, llevaría el progreso a todos aquellos. Se anunciaba la construcción de la carretera, la traída del agua, del teléfono, de… Comenzaba el progreso cuando despertaba la década de 1980.

   No menos apoteósica fue mi entrada en Bustares, cuando la tarde comenzaba a declinar. En un Bustares que parecía haber sobrevivido a un bombardeo. La tarde, esas tardes mágicas del Alto Rey de la Majestad, trajo tormenta de verano y aquello, lo del barro en las calles de Bustares, formaba parte de sus consecuencias. El barro y que por aquellos días estaban metiendo el agua en las casas abriendo las calles, en muchas ocasiones, a golpe de dinamita.

 
La Iglesia de Bustares luce en toda su belleza

   La parada y fonda fue en la taberna del tío Gamo y la tía Avelina. Allí me quité el polvo del camino, o mejor, la manta de agua, porque no esperaba que lloviese y me llovió. Gloria bendita a mis anfitriones. Por el camino había perdido la cartera y me prestaron 300 pesetas de las de entonces, por si las necesitaba. Y me invitaron a café, y a caldo y a bocadillo de chorizo y torreznos. Los soldados del Alto Rey jugaban al futbolín mientras esperaban su turno para hablar por teléfono; los pollos de la clueca pioteaban en un cajón; una docena de gatos se despanzurraba sobre una tapia y los caballos del Gitano de Bustares pataleaban a la puerta. Y el Gitano de Bustares, que conocía de antiguo al tío Vaquera de mi pueblo, que se llamaba Antonio: “Dale recuerdos del Gitano de Bustares”.

   La cuatro patas durmió en un corral a la salida del pueblo. Y el soñador literato anduvo con su amigo Dionisio Vacas con quien había compartido aventuras de soldadito español. Aquel día quedó inaugurado, para la posteridad de los años el bar de Bustares. El bar, que no la taberna. Sus dueños se casaban al día siguiente, o al otro, y celebraban en las eras el convite, al que, por supuesto, todo el pueblo estaba invitado. De Atienza, se esperaba, por parte de la novia, o del novio, que el tiempo todo lo olvida, al tío Pistón. Y, por supuesto, el aprendiz de literato quedó invitado.

   La reanudación de la aventura, a la mañana siguiente, contó con un almuerzo en la casa del amigo: leche recién ordeñada; unos tallos de chorizo, unos torreznos, el ronroneo de los gatos y el run rún de los perros a la lumbre baja de la cocina de la casa y el vozarrón de los del agua: ¡Cierren puertas y ventanas! Al momento, el petardo de dinamita anunció que otro trozo más de calle quedaba reventada a gloria de la posteridad, con hueco suficiente para un nuevo conducto. Y la madre del amigo, metiendo los torreznos en un cacho de pan y luego en un talego: llévatelos para el camino que por ahí no hay nada.

 
Prádena se ha convertido en un pueblo hermoso

   Se equivocó. Por el camino apareció la Guardia civil de Hiendelaencina galopando sobre la nube de polvo en la que llegó envuelto, dirección Aldeanueva, el “dos caballos” de la Benemérita. Dos buenos ganaderos de Gascueña, a los que les había desaparecido un ternero supusieron que el tipo ese que la tarde anterior pasó por allí…

   Eran las mismas escenas que tenía leídas en viejos libros de viajes de otros años, de otros siglos, de otros tiempos. Pero estaban allí. Justo delante de mis narices. Eran tiempos en los que todo llegaba a aquellos pueblos, o al menos lo principal: luz, agua, teléfono y carretera. Llegaba, pero tarde. El tío Gamo cerraba por aquellos días su taberna y su central telefónica. Los hijos del cartero de Prádena saldrían para Guadalajara a continuar los estudios. El amigo Dionisio marchaba al término del verano a trabajar a Madrid, de celador en un hospital… Los pueblos serranos, que ya comenzaban a estar solos, se iban quedando más solos. Todas las novedades y avances del siglo llegaban, pero tarde. De aquellos miles de habitantes que se reunían por estas serranías, cien años atrás, al día de hoy apenas quedan para testimonio, duro y frío, de lo que las serranías de Atienza, del Alto Rey, de Tamajón, del Ocejón, fueron. Y la despoblación avanza y los pueblos, sin permiso de quienes los habitaron a lo largo de la eternidad compleja de los siglos, se convierten en pueblos de calles vacías y casas cerradas.

   Hoy esta Serranía, por los meses buenos, que son los de la mitad del verano, y de la primavera y del otoño se llenan de curiosos que los contemplan y admiran. La lejanía de todos los caminos, y el abandono a que los sometieron todas las instituciones los preservó para convertirlos en imagen de postal turística. La indiferencia, o la falta de espíritu de sus pobladores para reclamar su parte hicieron el resto. Que también teníamos derecho a gozar de los caprichos capitalinos. Pero… no hay voz que más fuerte suene que la del silencio. Y así nos fue.

   Pero hete aquí que, diez años hace se inventó, por un grupo de serranos animosos, el “Día de la Sierra”, y ese día todos a una gritamos lo de: “Viva la Sierra”. Viva con gentes; con calles ruidosas de chiquillos; con casas de ventanas abiertas; con humo buscando el camino celestial a través de las chimeneas… ¡Mucho soñar parece!

Dos libros para conocer Hiendelaencina:



   Pero han pasado los años. Los fastos de Hiendelaencina, Galve, Arbancón, Majaelrayo, Jadraque, Zarzuela, El Cardoso, Pálmaces y Campillo, y ahora será en La Toba donde, una vez más, el pregonero de turno dará ese grito de: ¡Viva la Sierra! Porque un día es un día.

    El aprendiz de literato, que en ello se quedó, fue conferenciante en Galve, protagonista de refilón en Arbancón; se reencontró con Crescencio, el cartero de Prádena, en Majaelrayo, y tuvo el honor, en Zarzuela, de recoger el título de “Serrano del Año”, que es como decir que uno es Hijo Predilecto de estos pueblos y Sierra a la que lleva en su rinconcito de quereres. Y admira que gentes que empujan, y animan, y aman a su tierra, reúnan un día a cuantos empujan y animan y aman a su tierra, en un pueblo cualquiera de los nuestros.

   Si viviese el tío Jesús, Jesús Velasco, el de Majaelrayo, quizá nos preguntase lo de: “¿Y la Sierra, qué, otra vez de fiesta?”. Mi hijo, cuando lo conoció, años han pasado, me dijo: “papá, habla lo mismo que en el anuncio de la tele”. Es cierto, la Sierra está como estuvo hace cincuenta, setenta, cien años… Bueno, igual no, los pueblos tienen agua, luz, teléfono, carreteras, y son hermosos, como postales turísticas. Sólo les falta la gente para disfrutar de todo ello. Largo debate, el de la despoblación. Mientras, en La Toba, a honra y gloria de quienes nos enseñaron a amarla, quererla y respetarla, gritemos aquello de ¡Viva la Sierra. Viva la sierra Viva! Que un día, es un día.

   Escuchad su grito. Hagámonos, todos, eco de la llamada, de la voz de angustia de la Sierra. Que sólo quiere eso, seguir viva.

   
Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, 20 de octubre, 2017

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